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Ruth Axelrod

Ya no aguanto a mis hijos...



En este mes de diciembre todas las tradiciones y los valores humanos salen a relucir.

Las costumbres de fin de año dan relevancia al final del año, al mismo tiempo al inicio de un nuevo ciclo. Es una ocasión más para vivir y sentir como el ciclo de la vida y el tiempo organizan nuestra forma de entender que somos seres finitos.

Es decir, que tenemos fecha de caducidad, que algún día se nos termina el quehacer en la tierra. Entre la finitud y la trascendencia queremos todos sentirnos unidos, continuos y generosos.

Muchas preguntas nos hacemos a nosotros mismos cada principio de año:

Que si eres bueno o no, que si haces lo que te corresponde, que si quieres que te quieran o quieres que no se te acerquen, que si haces lo adecuado o no lo haces, pero sea de una forma o sea de otra, la época decembrina organiza la tradición donde tendremos oportunidad de convivir con nuestra familia. ¿Cómo logramos convivir con todos? ¿Cuál es el camino mágico para que esa cena o comida navideña nos deje un buen sabor y no se produzca un campo de batalla entre hermanos, primos, esposos y los padres de todos?

Las familias mexicanas tenemos ideales de como quisiéramos llevarnos con nuestros hijos e hijas. La madre mexicana se ha vuelto un símbolo de fertilidad, capacidad creativa y posibilidad de transmisión de cultura. Lista para sacrificarse por sus hijos, amorosa y latosa.

La buena comunicación es un ideal a seguir, y querer estar en contacto cercano y afectivo con nuestros hijos es algo que valoramos mucho. Sin embargo, esta tarea es muy difícil pues las figuras más significativas para cada uno de nosotros generalmente están cargadas de mucho amor y al mismo tiempo de enojo, frustración y muchas demandas de amor y cariño. A esta mezcla de afectos se le denomina ambivalencia, es decir, las dos valencias afectivas están mezcladas y es normal que podamos sentir amor y al mismo tiempo afectos negativos como odio, enojo y agresión hacia la misma persona, entiéndase madre y padre.

Es cómodo que cuando alguien tiene algún problema le eche la culpa a su mamá, que sean todos responsables de la infelicidad propia. Cuando familias con estas características se reúnen a festejar, es común encontrar que los hijos saquen su ambivalencia.

Entonces, los padres que entienden esta característica podrán no engancharse con el malestar de sus hijos y lograr que el tiempo de convivencia, aunque breve, sea de calidad. No es necesario que todo el tiempo se llene el espacio con palabras, a veces la mirada, una caricia, un regalo, una sola frase alcanzan para ofrecer cariño, generosidad y aliento a los que nos rodean. Dice la biblia que “Un padre puede mantener a cien hijos, pero que cien hijos no pueden mantener a un padre”, ¿y que entendemos con estas palabras?

Que el ejercicio del rol de los padres alcanza a confortar a sus hijos, que los padres son capaces de dar hasta lo que no tienen, sin embargo, que los hijos al crecer están listos para volar y para dejar el nido, y asi son libres de hacer su propia vida. Por eso es fácil también decir que el amor hacia los hijos también puede ser ambivalente, por eso ya no aguanto a mis hijos está bien dicho, pero solo por un instante.

Hay hijos que pueden quedarse cerca de sus padres, pero la dependencia sana es lo deseable. ¡Cuidemos pasar un buen rato y Feliz navidad a todos!


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