Desde hace milenios, la mujer ha jugado un rol pasivo en la sociedad dedicada al cuidado, alimentación y satisfacción de los miembros de la familia porque por naturaleza humana es necesario para la supervivencia de la especie
lo que posterga la satisfacción de sus propios deseos, ilusiones y satisfacciones en pos de desempeñar el rol que se ha designado filogenéticamente para ellas con el fin de que existan familias estructuradas y por ende una sociedad basada en este pilar. Lo que nos lleva a concluir que esta designación se dio por mera selección natural y evolución de la especie.
Desde los 70’s, la liberación femenina ha luchado por la igualdad de derechos y oportunidades, aunque hombres y mujeres no tenemos la misma naturaleza, esta diferencia niega la función de madre que hoy, se puede decidir. En otras palabras, es un asunto de volición, ellas deciden si están dispuestas a tomar la responsabilidad de ser madre y posponer sus deseos o no. Lo que las feministas mal enfocadas han distorsionado en una suerte de “venganza” contra los hombres por los años y años de discriminación social, laboral y familiar.
Lo anterior a manera de preludio para abordar el tema que nos atañe este mes: Cuando se es madre de familia… ¿La Mujer en dónde queda? Si se decide ser madre, se puede cumplir con el ser mujer porque es solo una función en su vida y no una actividad totalitaria.
Bueno, el asumir un rol de ama de casa/madre desde el matrimonio tiene que ver con un arquetipo de madre abnegada y sumisa que se ha venido forjando desde hace muchos años y transmitiendo de generación en generación que entonces desvía las ilusiones individuales, pero de ninguna manera las elimina, solo las posterga.
Esta situación está directamente relacionada con el modelaje al que las niñas son expuestas, así como las responsabilidades que les son asignadas en casa con respecto a la atención de los otros miembros de la familia. Es decir, no es una decisión meramente propia sino influenciada por los roles sociales establecidos en diferentes culturas.
Lo que deprecia el valor intrínseco del género femenino, posicionándola en un escalafón inferior al rol masculino; por lo tanto, siendo incapaz en la mayoría de los casos llevar a cabo sus propios proyectos, sueños y empresas.
Es increíble que en pleno siglo XXI, la sociedad siga requiriendo pruebas de embarazo como requisito para ser contratadas, se les niegan las plazas cuando están es cinta, reciben salarios más bajos que los hombres en posiciones de igual responsabilidad y mil pretextos más.
Lo que nos lleva a replantear el rol femenino, pero no de manera andro-misógina sino desde una postura tolerante e inclusiva que nos permita desempeñar roles que a la vez sean recíprocos respecto a las responsabilidades para entonces tener una sociedad participativa.
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