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Raúl Miranda

Violencia en la pareja



Cuando pensamos en violencia en la pareja, casi inmediatamente viene un rechazo reflejo a la misma, sin embargo, con una mirada más atenta y detenida podríamos afirmar que no existe pareja donde no existan manifestaciones de violencia en el proceso de comunicación en la misma.

La diferencia es en la posibilidad de canalización adecuada no disruptiva de la misma y una cuestión de grado que puede ser muy destructiva de uno o ambos integrantes de la pareja y del proceso de pareja mismo.

Vamos aclarando; las diferencias en la pareja son una característica inherente a la misma, dos personas diferentes, con dos historias distintas que se encuentran en el espacio de la intimidad, el afecto, la interdependencia y muchos otros aspectos que conforman dinámicamente el proceso de la pareja. De ahí necesariamente se derivan diferencias, de opinión, de estructura, de estilo de vida, de concepción de la misma, de valores; por mencionar algunas, de las posibles áreas de diferencia, pero la lista puede ser muy larga.

Bien, de modo que la convivencia cotidiana de la pareja implica una negociación continua de dichas diferencias, algunas pueden ser menores, en donde fácilmente puede hacerse concesiones, más aún, si uno o ambos son flexibles y han desarrollado la capacidad de convivir en la diferencia. Cuando en la pareja se viven diferencias en aspectos que se experimentan como esenciales, la negociación se rigidiza, y aparece la tendencia a imponer la postura individual, solución que puede caracterizar a algunas parejas, especialmente cuando el poder esta asimétricamente balanceado y en la pareja han de prevalecer las determinaciones de uno de los dos en la pareja por encima del compañero o compañera. En otras parejas en donde el poder de decisión es más igualitario la negociación es más característica, aunque en ocasiones puede ser más intensa y dar pauta para la expresión violenta.

La expresión de la propia postura puede ser, en términos conciliatorios y si es bien recibida y flexiblemente tomada en cuenta, genera un proceso de mutua estimulación y promueve el cambio adaptativo entre ambos. Cuando la postura se plantea con rudeza o su recepción es rígida, estamos ante un conflicto de pareja que amerita una salida para dar solución a un determinado problema práctico de la pareja. En el necesario acomodo de la pareja pueden discurrir en la gama desde; la imposición a diferentes grados de resistencia hasta la negociación intensa, es ahí donde da lugar a la aparición de los primeros brotes de violencia, que en sus manifestaciones más incipientes podemos denominar: intensidad, fuerza, etc. Cuando se encuentran resistencias intensas a la propuesta planteada, se requiere mayor énfasis para lograr que la otra persona conceda lo que se le pide.

Recuerdo en una película en donde un Rey, a un viejo amigo y compañero de juegos de antaño le solicita que tome una posición en su gobierno, y le trata de convencer de las bondades, privilegios y honores que sería tener dicha posición, y su amigo le responde con una franca y rotunda negativa. No gracias, no me interesa. Entonces el Rey, le replica; bueno entonces como tu Rey te lo ordeno. La violencia se utiliza, en primer término como una maniobra para obtener algo que la pareja no está dispuesta a conceder. Si la pareja con el uso de la violencia cede, sea violencia verbal, física o de otro tipo como afectiva o financiera, es muy probable que se establezca como un patrón de relación ya que puede ser muy eficiente. Incluso se moldea como patrón en la familia. “Hagan caso a papá o mamá porque si no se enoja”. Las transacciones se convierten en conductas que tienden a evitar la violencia.

La violencia no sólo es una manera de transacción generada al seno de la pareja, puede ser un patrón aprendido en el seno de la familia de origen e insertado casi naturalmente al seno de la nueva pareja. Lo que experimenté y vi en el pasado lo repitió en el presente.

Así la violencia puede convertirse en un ejercicio de canalización de afectos disfóricos diversos, de esta manera, el dolor psíquico, la ansiedad, la frustración, la baja autoestima, pueden convertirse en fuentes alimentadoras de violencia. Así, una persona con un manejo inadecuado de sus emociones las convertirá en violencia, buscando y aún más provocando los pretextos para expresarla. Con mecanismos que denominamos desplazamiento, en donde la causa última aparente que causa la violencia no es sino un pretexto para expresarla, violencia generada por causas distintas pero inconfesables o frustraciones acumuladas que pueden ser con la propia pareja, en el pasado e incluso generada con terceros, pero expresada en la pareja. Así una persona puede frustrarse en el trabajo, o con su familia de origen o con sus amigos, sus pares y al no poder expresarla en ese contexto, se busca cualquier pretexto para explotar y violentarse con la pareja. Son personas definidas, como que, siempre andan buscando el pleito, y su desahogo es justamente descargar el coraje en la pareja que no fue él o la causante original del enojo.

Por ello la observación minuciosa de la violencia en la pareja es muy importante, y aunque las crisis y diferencias son inherentes al proceso mismo de vivir en pareja, la violencia como recurso de resolución de conflicto no lo es.


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