autor: JORGE RAFAEL MARTÍNEZ AZUELA
Perote Ver.,MX., domingo 04 de febrero del año del Señor de 2024
Ese atardecer invernal del año 1993 era por demás helado, frío y húmedo, la lluvia arreciaba y no tardaría en anochecer, lo que obligaba a Mariano a hacer escala, pues el parabrisas se empañaba y no tenía ventilación, además las llantas de su vehículo estaban un tanto lisas y no quería correr riesgos. Viajaba de Guadalcazar en San Luis Potosí, hacia Cd Acuña en el norte de Coahuila. Escritor y Vendedor de Enciclopedias abarcaba todo el noreste del país y siempre buscaba armar y cronometrar sus recorridos, pero esa vez, el clima le impedía seguir adelante. Al cargar gasolina, preguntó por algún hotel y restaurante, le fue señalada la cenaduría y posada “Berna” a un par de kilómetros de ahí, siguiendo la carretera.
Ese invierno era por demás frio, húmedo y el fuerte viento que se sentía, de golpe cambió a una suave lluvia que no tardó en transmutarse a suaves plumas de nieve. Pronto divisó el letrero “Cenaduría y Posada BERNA”, el hostal se veía pequeño, bonito y acogedor.
Construido a manera de cabaña, con gruesos troncos, se percibía agradable y con buena cocina. Al abrir la puerta, sonaban las campanillas anunciando la llegada de un nuevo comensal.
Buenas noches comentó al tomar una mesa que estaba cerca de una chimenea, se quitó su chamarra de cuero estilo Tamaulipas y pidió un café.
Ese invierno, vestía de blanco la región de Muzquiz, Nueva Rosita y Sabinas en el norteño Estado de Coahuila, México. Las nevadas de desierto, tienen una magia muy especial. Y más en estas regiones donde la planicie desértica con olor a mezquite y planta gobernadora se encuentran con la majestuosa Sierra Madre Oriental.
El local a manera de cabaña, tenía en su interior lámparas de petróleo, cabezas de venado, una de jabalí y un oso negro disecado que parado sobre sus dos patas, lucía imponente. Asimismo, una Carabina 30-30 revolucionaria, un gran cofre que habían desenterrado en el rancho al parecer de la época del Virreinato y dos espadas españolas de finales del siglo XVII, también motivos de la cultura Kikapú, un gran Penacho y fotografías de sus rituales, danzas, jefes tribales y una muy significativa de un Chamán llamado Tlalcoyote-Oso-Tejón muy famoso en la región hacía algunas décadas y parte fundamental de la familia...
- Qué bueno que empezó a nevar, porque si no, es la pura helada y esa sí que cala hasta los huesos que no? o ¿Usted qué piensa señor? . . .
- Mariano, mucho gusto, me llamo Mariano. Si, es muy bonita la nieve y que bueno que les encontré antes que entrara más la noche, pues mi vocho (nombre que se le dio a los vehículos Volskwagen en México entre los años 60´s hasta inicios del presente milenio) no anda del todo bien y pasaré aquí la noche.
-Deje cierro bien la puerta y enciendo la estufa de leña porque el frio está calando cada vez más fuerte y no basta con el calor de la chimenea. Pero qué bueno que empezó a nevar que buena falta que hacía. Usted nos trajo la nieve y la niebla…
Pero a esto... ¿Cómo me dijo que se llama? (fingiendo que no se acordaba)
-Mariano y usted. ¿Cuál es su nombre señorita?
-Claudia Cristina, pero ande tome este pedazo de pastel de carne que está buenísimo, lo hice yo, pero es receta de mi Nana…Y beba este café recién colado, es de rancho, como a mí me gusta.
-Gracias, muchas gracias y degustando la tarta de carne, respiró en lo más profundo de su ser, suspirando de gozo al saborear tan exquisito manjar que se derretía en la boca, no pudo más que expresar: ¡Esta buenísimo! ¿Tiene más?
-Si claro, tenga otro pedazo, deje le sirvo más café… ¿Le puedo preparar una bebida muy especial? Pero es sorpresa no me pregunte de que está hecha, hasta que la haya tomado y si no le gusta, no me paga la cuenta.
-Acepto el reto, pero y sí, sí me gusta, es doble la propina…
-Verá que, si le gustará y mucho, le sonreía coqueta la hermosa chica.
Claudia Cristina destilaba carisma y empatía, acompañados por su gentil trato, dejaba sentir, un carácter tan bonito, que se fusionaba con el sabor de los platillos de la Cenaduría y una coquetería tan agradable, cortejada de un rostro angelical de finas facciones, ojos cafés, ligeramente aceitunados y todo en ella, irradiaba buen gusto, garbo y clase.
Sería por el frío, la nevada, pero no había más clientes que Mariano y un matrimonio ya de edad, que se retiraba en ese momento tras pagar su cuenta. Al parecer también se hospedarían en la Posada.
- ¡Esta nevando más fuerte! Miré que emoción, me encanta ver nevar. . .
¿Quiere ver cómo le hago su bebida?
-Me encantaría, respondió Mariano quién ya no podía quitar los ojos de la chica.
Claudia Cristina sonreía, guiñándole un ojo. Llevó a la mesa, leche de cabra muy caliente, chocolate de barra hecho polvo, miel, café de rancho, tequila, un poco de vainilla, polvo de canela, tequila, sotol y mezcal. Sirvió un tanto del café de rancho también bien caliente vertido desde una talega en un jarrón de madera que tenía un molinillo incluido, después lo endulzó con miel de abeja, del desierto coahuilense y lentamente vertía chorritos de mezcal, sotol y tequila en cantidades mínimas. Por último, el chocolate el cual era batido con todos los ingredientes, los que eran agitados, lenta y sensualmente al ritmo del molinillo...
Sus dos manos, se acompasaban y en cada movimiento no solo de brazos y manos, sino de todo su cuerpo, que parecía ser parte del mismo molinillo y así, provocaban una esencia de olores que al mezclarse inundaban el local. Un largo vaso de grueso barro, recibía aquella hirviente y espumosa bebida. Con cuidado tomaba el recipiente y se lo daba en sus manos a Mariano, rozando y entrecruzando suavemente sus dedos con los él, al tiempo que le decía:
-Pruébelo con cuidado, está caliente.
Mariano no daba crédito a lo que sus sentidos degustaban, era sin lugar a dudas, la bebida más profunda y exquisita que jamás hubiese probado. Era un elixir de los ángeles, mismo que le hacía transportarse a sus mundos interiores donde no hay tiempo ni espacio….
-Claudia Cristina, en verdad es la mejor bebida caliente que he probado en toda mi vida, no lo puedo creer. . .
¡Es el elixir de los ángeles, esta debe ser su bebida, pues te hace volar y soñar despierto!
Por favor, siéntate junto a mí y bebe tú también…
Claudia Cristina un tanto dudosa, pero al final no pudo resistirse y se sentó al lado de Mariano, bebiendo de su mismo vaso. Él, galantemente, tomó su mano y la beso a manera de gratitud a lo que ella respondió con un cierto nervio, pero al tiempo que sus pupilas se dilataban y su respiración aceleraba el corazón. . .
-Mi niña, ya me voy antes que haga más frio, te veo mañana. Interrumpía Amalia, su Nana.
-Si Nana, gracias. ¿Puedes cerrar ya la puerta exterior? Ya no voy a recibir más clientes...
-Si mi niña claro... Oye ya no hay más habitaciones, el matrimonio que cenó, ocupó la última.
Amalia y Marcelina eran las Nanas, amas de casa, recepcionistas y quienes mantenían las 6 habitaciones de la Posada en buen estado, la comida de la Cenaduría siempre caliente y sabrosa, eran excelente cocineras. Oriundas de Puebla por los rumbos de Libres ya rumbo a Perote, habían llegado a trabajar con los padres de Claudia Cristina, hacía más de 35 años. Ya se habían asentado en la región y decidieron quedarse.
Claudia Cristina había estudiado Psicología y Derecho en Saltillo, buena estudiante, terminó muy pronto sus estudios y sus planes eran irse a Monterrey, pero en un juego brusco del destino, sus padres enferman gravemente y tuvo que regresar y apoyarles con la granja que tenían en Muzquiz, la Posada y Cenaduría en Sabinas… La muerte de ambos se produjo en un periodo muy corto de tiempo, solo 48 días de diferencia. Ese verano había sido el más duro y cruel de su vida. Mama Beatriz un 15 de julio y Papa Pedro quién alcanzo a su amada el 31 de agosto de ese mismo y aquel fatídico año de 1987. Pedro y Beatriz habían surcado y trascendido para hacer compañía a la Abuela Berna y demás antepasados.
Amalia y Marcelina por oídas, sabían y comprendían que el espíritu de la Abuela Berna y el de los padres de su niña Beatriz y Pedro, siempre estaban presentes en al lugar y tenían sus fotografías colocadas en un primoroso Altar con la Virgen de Guadalupe, La Santísima Trinidad, San Rafael Arcángel, demás Ángeles, San Jorge y otros Santos, incienso y sus veladoras.
La abuela Berna, había llegado desde Bamberg Alemania a México en 1906 en compañía de sus padres con tan solo 9 años de edad. Su padre, era experto en la construcción de astilleros y es contratado por el régimen de Porfirio Diaz para trabajar en el puerto de Tampico.
Después de largos años en Tampico, acumulando fortuna y tras sortear la Revolución de 1910 y los inicios de la Guerra Cristera, la familia se traslada, a los indómitos desiertos de Muzquiz y Sabinas en Coahuila, para trabajar en las minas de carbón. Klaus Staignerwald y su esposa Kristel, pronto hacen patria y felicidad en su nueva región. Berna, su hija, había estudiado Enfermería en Tampico, donde la familia tenía una bonita casa y decide regresar a Coahuila con sus padres a fin de ayudarles y cuidarles. Tiempo después conoce a un Indio Kikaú llamado Tlalcoyote-Oso-Tejón, que pese a su juventud era un dotado Chamán y ayudaba en mucho a sanar a sus padres cuyos achaques eran cada vez más severos y su salud se deterioraba lenta pero inexorablemente.
Siguieron los tratamientos de sanación de Tlalcoyote-Oso-Tejón en beneficio de sus padres y en cada sesión, Berna quedaba más impresionada del poder sanador del Chamán. Ella, como Enfermera sabían mucho de medicina y empezaba a experimentar con plantas medicinales del desierto, al tiempo y como era lógico se envolvía más y más en la cosmovisión de los Kikapu, lo que les llevó a sentir un amor profundo. No tardaron en casarse, naciendo Beatriz en 1927.
Pedro, el futuro esposo de Beatriz, oriundo de Monclova había nacido el mismo año que su futura esposa. Se conocieron en el tren y mientras el escribía inspirado en los vastos desiertos, un artículo para el periódico el Coahuilense y tomaba fotografías de los hermosos paisajes, no pudo evitar al ver a la hermosa Enfermera quién había seguido la tradición de su madre y había estudiado enfermería en Saltillo la capital de Coahuila. Iba con el uniforme del IMSS y Pedro, ocurrente y rápido de mente le pidió, si podía tomarle una fotografía y hacerle una breve entrevista sobre su quehacer en el sector salud. Ella condescendió y no dejó de llamarle la atención lo que escribía y así, como de las letras al amor solo hay un paso. En 1963 y tras un breve noviazgo, se casaron y nació Claudia Cristina en 1965, siendo hija única.
Ya habían pasado 6 años desde que salió de Saltillo a los 22 y había regresado a su tierra natal. Ahora con 28 vueltas al sol y cada día más hermosa; seguía orgullosa al frente de los negocios de la familia. Inclusive se había abierto una clínica donde daba Terapia como psicóloga y ahí mismo asesoraba en materia legal. No le faltaban pretendientes, pero nadie había llenado su corazón. Organizada y metódica, se daba tiempo para todo, pero la Cenaduría de sus padres era lo que más amaba y cocinar era su pasión, experimentaba y mucho mezclando café, chocolate, miel y piña, con cortes de cabrito y cerdo.
En la Cenaduría, también servía y vendía vino de Coahuila, café de Coatepec-Xalapa y los Tuxtlas. La piña la encargaba desde Isla y Hueyapan en el sur del estado jarocho. La miel era de dos partes, una del desierto de Coahuila y también de la región de Pajapan cerca de Coatzacoalcos.
-Tendrás que dormir aquí en el sillón frente a la chimenea, deja te bajo un edredón y almohada.
- ¡Pero no te vayas! Sigamos platicando, le pidió Mariano. . .
-Mi niña, le trajimos al joven cobijas y almohada. Marcelina, bajaba con Amalia, pues quería conocer a aquel hombre con el que platicaba Claudia Cristina, pues por lo general, era muy amable, pero no intimaba con los clientes y menos con extraños y le dio curiosidad saber con quién estaba tan animada su niña. . .
-Gracias mis Nanas lindas, al tiempo que estas le guiñaban el ojo a “su niña”, pues a la muerte de sus patrones, su hija era el encargo más preciado que tenían junto a sus propios hijos a quienes sus les habían dado estudio y hogar. Eran pues, una familia y la cuidaban mucho; pero había algo en aquel joven que intuyeron que sería alguien especial en la vida de la joven.
Cerraron las contraventanas de madera, de esas que se usaban y todavía se llegan a ver en algunos lugares fríos del país, también entrecerraron una puerta corrediza que separaba el espacio de la Chimenea, los sillones, repisa y el tocador y mesita tipo francés del resto de las mesas para los comensales. Nunca se cerraba, pero esa noche, hicieron lo propio y suavemente la puerta se deslizó para dejar un ambiente como el que debieron experimentar los colonos de esas agrestes tierras entre los siglos XVII a inicios del XX…
Habían encendido las dos lámparas de petróleo y colocado el letrero de “close-cerrado”, indicando, además, que al día siguiente no habría servicio.
Decidida del paso que daría, Claudia Cristina apago las luces y sabedora que ese era el hombre indicado y sin dudarlo más, se acercó a él, le besó y dejó que Mariano tomara a partir de ese momento la iniciativa. . .
Un fuerte gemido de dolor y placer cimbró toda la estructura de la Posada y Cenaduría, impactando la espalda de Mariano con marcas de las uñas y manos de Claudia Cristina que así se estrenaba a la vida y entregaba su virginidad, en aquella fría y helada madrugada del Desierto y Sierra Madre de Coahuila. Las horas habían transcurrido, las caricias y besos de los amantes seguían, hasta fueron sorprendidos por las primeras luces del alba que dejaban la madrugada atrás, para así poder admirar la blancura del desierto y la sierra madre. Envueltos en el edredón y abrazados disfrutaban de un hirviente café, abrazados viendo al infinito. . .
-Claudia Cristina, te quiero decir que…
-shhhh, no tienes nada que decir Mariano y colocando su dedo índice con dulzura sobre sus labios, le repitió suave y sensualmente. No digas nada, no tienes que explicar nada...
Y dándole un dulce beso, le expresó: “Terminó la Noche” . . .
autor: JORGE RAFAEL MARTÍNEZ AZUELA
Respecto al artículo me gusta que evoca una atmósfera íntima y nostálgica, A través de la narración, logras crear una sensación de calidez y familiaridad, destacando la conexión entre los protagonistas y su entorno.
Es agradable que el relato está impregnado de detalles sensoriales que enriquecen la ambientación, como la descripción del clima frío y nevado, la decoración rústica de la posada, y los sabores y aromas de la comida y la bebida. Estos elementos contribuyen a crear una atmósfera vívida y envolvente que en lo personal me transportaron al escenario del relato.
Es notable como construiste los personajes, también es especialmente en el caso de Claudia Cristina, quien emerge como un personaje complejo y multifacético. A través de su…