Me encuentro en la zona cero y observo cientos de muchachos haciendo cadenas humanas para apoyar; llega un convoy de jóvenes gritando y chiflando para abrirse paso en bicicletas, cargados de botellas de agua, mientras otro con celular en mano y listo para enviar el mensaje grita: ¿QUÉ HACE FALTA?...
Las máquinas, palos y picos retumban y retumban, mientras el polvo se eleva observando al rescatista que entre escombros llena otra cubeta con piedras.
¿Quién lo diría?... Esta bola de millenials que me parecían tan indolentes, con gran velocidad y decisión están resolviendo lo que esta catástrofe les impuso. ¡Eso me da esperanza! Sólo espero que no se les olvide lo poderosos que se ven actuando con esta unión y sin prejuicios. Me hicieron sentir algo que hace mucho sentía dolido y adormecido, sentí orgullo por mi patria y su gente, sentí ganas de gritar con vanidad que soy mexicano.
Sin embargo, la historia continúa y debemos repararnos.
Hombres, mujeres, padres de familia, trabajadores, estudiantes, maestros, empleados, empresarios y un largo etcétera, tenemos que regresar a la realidad. Cada uno debemos enfrentar nuestro miedo, organizarnos psíquica y emocionalmente para aprovechar esta crisis, crecer y madurar. Entre más pronto recuperemos nuestras actividades, más pronto lograremos estabilidad.
Sin embargo, no podemos negar que tenemos miedo de que vuelva a temblar, tan ciscados estamos, que algunos sentimos que el piso se sigue moviendo y así será por varias semanas, otros interpretamos cualquier ruido como la alarma sísmica… Y si hay otro temblor o réplica, este proceso se puede prolongar.
Mis amigos refieren dormir vestidos, otros que no pueden dormir, uno más se siente deprimido y llora; mientras, los días pasan y la angustia se mantiene como un fantasma que impide entrar al trabajo o la escuela con tranquilidad.
Los efectos que describo son parte del conocido síndrome por estrés post traumático. Estado emocional normal ante una situación tan anormal. Esta respuesta se activa porque sentimos en riesgo nuestra vida y no lo pierdas de vista: ES NORMAL.
Los días pasan y el cielo está triste, llora… Se ve gris, está lluvioso y un padre me pregunta: ¿cómo le hablo de la muerte a mis hijos? Un conocido murió.
Poco a poco regresamos a nuestras actividades, apesumbrados, tristes, temerosos y cansados. Es el duelo y duele… ¿Cuándo pasará esto? Idealmente nos sentiremos mejor en 6 u 8 semanas dicen los expertos, pero este duelo le llevará más tiempo al que sufrió más de cerca la catástrofe.
Si perdiste a tu pareja, te ubicaras como viudo, si perdiste tu casa, te nombrarás despojado, pero ¡¡¡Si perdiste un hijo…!!! Hay un largo y vacío silencio, porque ni siquiera hay palabras para nombrar este tipo de pérdida.
No obstante, ante algo tan fuerte, tenemos que tomar el toro por los cuernos como dirían los abuelos, #FuerzaMexico, dicen los Millenials…
Y parémonos en nuestra realidad, no neguemos abrir lo que necesitamos hablar, no digamos olvídalo, ya no pienses en eso, porque eso te va a enfermar. De manera apropiada para la edad de tus hijos, motívalos a hablar de lo que sienten e imaginan, permíteles mostrar sus temores, eso los va a fortalecer.
Si al pasar de las semanas, tú o los tuyos no logran reponer el equilibrio, querrá decir que has tenido un trauma y será momento de cuidarte, reducir tu ritmo para atenderte. ¿Con quién debes ir?
Mi primera recomendación es que acudas con tu gente cercana y hables, si no funcionó, ve con un psicoterapeuta y si aun así te sientes mal, no temas al psiquíatra, es un especialista que te aseguro que a ti o a tus hijos en este momento les puede ayudar.
Komen