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Carolina Grajales Valdespino

Soy mujer, soy madre ¿y si no puedo embarazarme?



“Ser mujer, ser madre”: mandato social que las mujeres interiorizamos. Si no se cumple, dolor, fracaso y estigma abruman a la mujer que no puede lograrlo.


La infertilidad existe desde los albores de la humanidad, pero al parecer despierta poco interés en tanto no se viva como persona afectada. El tema es complejo y puede presentarse en mujeres u hombres, sin embargo, para las mujeres resulta una carga muy pesada porque desde la más tierna infancia las han orientado hacia la maternidad. Basta con observar los juguetes infantiles para las niñas, cómo prácticamente se les va “entrenando” para ser “buenas madres”. Es común que en las familias les hagan comentarios como “cuando seas madre”, “cuando tengas a tus hijos…” y una serie de mensajes y acciones que les hacen ver que ser mujer implica ser madre.


Ese mandato familiar se va reforzando por las instituciones socializadoras como la escuela, iglesias, medios de comunicación, leyes, instituciones y en general los modelos femeninos que se admiran; quienes establecen que la maternidad es una expectativa incuestionable para las mujeres. Incluso hace algún tiempo una campeona olímpica declaró públicamente cómo lo más importante que cualquier medalla olímpica, era el haber sido madre, pues la hacía sentirse realizada.


Quizá no habría que poner a competir un aspecto con otro, son situaciones diferentes y tanto la maternidad como lo profesional pueden ser igual de relevantes, sólo ocurren en momentos diferentes. Hechos como el antes citado son los puntales para que muchas mujeres vean a la maternidad como un destino manifiesto y si ocurre que no pueden embarazarse, la frustración y el dolor se apoderan de ellas, pues todavía para muchas personas, “no eres mujer si no cumples ese rol”.


Existen algunas ideas predominantes en el imaginario colectivo: considerar sólo a las mujeres como culpables si una pareja no puede conseguir un embarazo, y aunque los datos han ido desechando la idea, aún mantiene vigencia. Las estadísticas arrojan que la infertilidad afecta a mujeres y hombres en igual proporción, 40% para cada género y el 20% restante se desconoce el origen de la situación (CONAPO; 2015).


Otro prejuicio es considerar que sólo ocurre entre personas con altos recursos económicos o en países ricos, una idea muy antigua. Desde el siglo XVIII el economista clásico Adam Smith afirmaba que “La esterilidad, tan frecuente entre las mujeres de alto rango, es muy rara en las clases inferiores” (Smith, A.; [1776] 1981: 77). Así que en países como los de América Latina, donde es común observar altas tasas de natalidad; o como México, con tantos embarazos adolescentes o madres-niñas ¿cómo puede pensarse en infertilidad?


Sin embargo, se trata de prejuicios y están muy lejos de la realidad. De acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud, en 2015, en el mundo una de cada 4 parejas registra alguna complicación relacionada con la reproducción. La infecundidad aqueja al 15% de la población global, lo cual involucra a unas 48.5 millones de parejas (OMS; 2015).


En México, según el INEGI (2015), hay aproximadamente 1.5 millones de parejas que presentan este problema y menos del 50% de éstas acude en busca de ayuda con las y los especialistas para buscar soluciones; en muchas ocasiones por pensar que no es un problema y podrán resolverlo; a veces temen la crítica o por los altos costos de los procedimientos y su baja efectividad. También influyen las razones religiosas.


Hay infertilidad primaria que impide lograr un embarazo clínico después de 12 meses o más de relaciones sexuales sin protección (OMS; 2010) y la infertilidad secundaria, la cual es de dos tipos: a) mujeres que se embarazaron y tuvieron abortos espontáneos y b) la que se presenta como resultado de infecciones de transmisión sexual mal atendidas o abortos inseguros. (Luna, Flora; 2008: 16)

Pese a lo grave de la situación, se sigue viendo como un fenómeno individual y aislado, cuando tendrían que empezar por aceptar su relación con una baja calidad en el cuidado y prevención de la salud sexual, de donde resultan embarazos no deseados y abortos ilegales. Por principio, reconocer que si las y los jóvenes están teniendo una vida sexual activa temprana, pese a la exaltación conservadora, habría que afrontar el problema a través de políticas públicas considerando la educación sexual desde la escuela básica. Una anticoncepción adecuada, abortos seguros y legales ante determinadas situaciones que ya están tipificadas en los Códigos correspondientes, sin embargo, se han ido abandonando o matizando y esto va contra una sana salud sexual y reproductiva.


Abordar la infertilidad como un problema de salud pública y establecer Programas de Prevención, bajaría los índices de personas que no logran un embarazo y no saben cómo enfrentar el dolor, frustración y estigma social que esto conlleva.


Referencias:

CONAPO-INEGI (2015). Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica 2014. México.

Luna, Florencia (2008). Reproducción asistida, género y derechos humanos en América Latina. Instituto Interamericano de Derechos Humanos – Fondo de Población de Naciones Unidas. San José. Costa Rica.

OMS (2010). Glosario de terminología en Técnicas de Reproducción Asistida (TRA).

Sánchez Bringas, Ángeles (2003). Mujeres, maternidad y cambio. Prácticas reproductivas y experiencias maternas en la Ciudad de México. UAM–PUEG– UNAM.

Smith, Adam ([1776] 1981). Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones. FCE. México.

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