“El velo de la mujer, de uso todavía en el mundo islámico pero que éste tomó del cristianismo, es un símbolo, luego desvirtuado, del himen y de la virginidad”
Victoria Sau, (1930-2013) Escritora y psicóloga española.
La exigencia de conservar la virginidad es una construcción social y ha tenido consecuencias negativas para las mujeres, pues se relaciona con: pureza, moral y castidad, traduciéndose en control y apropiación de su cuerpo por parte de los varones, quienes han dictado normas punitivas, generadoras de sentimientos de vergüenza, desvalorización y culpa en algunas mujeres si “pierden” su himen.
Desde la anatomía, son vírgenes quienes no han tenido relaciones sexuales; sean mujeres u hombres. En cuanto a la virginidad femenina, generalmente tomada en cuenta por tradiciones milenarias, se refiere a la conservación del himen, membrana que cubre la entrada de la vagina.
La importancia de mantener la virginidad responde a una noción cultural y simbólica, en determinados espacios sociales donde consideraban (¿o consideran?) fundamental que las mujeres cuiden su virginidad hasta el matrimonio, como un sello de garantía para el esposo, quien tendrá la primicia sexual.
De acuerdo con Masters y Johnson (1987) el himen carece de función biológica alguna y presenta una o más perforaciones permitiendo la salida del flujo menstrual, además de ser de diversas formas, tamaños y grosores. El coito no siempre rasga la membrana del himen, en ocasiones se limita a estirarlo pues es flexible y “hay mujeres que nacen con un himen incompleto o sin él.” (p. 66) La misma fuente agrega que un examen pélvico no puede determinar la virginidad de una mujer y el himen intacto o perforado tampoco es indicio sólido de haber tenido o no relaciones sexuales.
A través de los tiempos la virginidad ha tenido diferentes representaciones y significados sociales. Cuando no existían métodos anticonceptivos, ésta garantizaba a los hombres la seguridad de su paternidad, sobre todo por la herencia de sus bienes. En cambio, la virginidad masculina no ha sido exigida por las mujeres en reciprocidad.
En comunidades mexicanas aún hay usos y costumbres denigrantes para las mujeres, como el mostrar en los festejos de la boda la sábana manchada de sangre o una olla rota, en caso contrario. En algunas sociedades la sola sospecha de que la desposada no fuera virgen, era motivo para regresarla a sus padres, además de sufrir el escarnio social.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Valores en Juventud (2012) se encontró que en promedio, las jóvenes mexicanas inician su vida sexual activa a los 17 años y ellos a los 16, implicando así que difícilmente llegarán vírgenes al matrimonio, aunado a la elevada tasa de embarazo adolescente.
También se ha llegado a excesos. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS; 2014), en 29 países de Asia y África se practica en las niñas la extirpación del clítoris (ablación) o les cosen los labios mayores (infibulación), a esto se le denomina mutilación genital femenina y al hacerlo se busca asegurar que no tengan relaciones sexuales y evitar que sientan placer.
Como mujeres habría que preguntarnos si somos o no dueñas de nuestro cuerpo, porque si no es así, entonces ¿de qué somos dueñas? Recordemos casi como consigna “MI CUERPO ES MÍO”, aunque parezca obvio no lo es tanto; sobre todo cuando te das cuenta que otros deciden por ti y te imponen valores, mitos y decretos que tú cumples con sumisión pues si no lo haces te sientes culpable… porque la culpa es la mayor forma de control social que se ha encontrado y con las mujeres funciona. Se ha llegado hasta las cirugías plásticas para la restauración del himen y crear un estado de “neo-virginidad”, con el fin de ocultar al futuro marido experiencias sexuales anteriores. ¿Para qué tanta complicación? No tienes por qué dar explicaciones sobre tu currículo sexual, ni tampoco pedirlas. Tu vida pasada es sólo tuya, es tu derecho.
¿Por qué valemos las mujeres? Tú vales porque existes, porque piensas y tienes sentimientos. Sugiero escribir un recuento de tus decisiones: de lo que sabes y haces, de tus logros y experiencias que te causan alegría y felicidad. Siéntete orgullosa de ti misma, de ser quien eres, de haber nacido. Reconocer tu importancia te permitirá asumirte como una mujer independiente, no sumisa ni obediente. El darte cuenta de todo esto logrará aclarar que con himen o sin él, estás viva y eres única e irrepetible. Habría que preguntarnos ¿Por qué nos dicen “señorita” y a ningún hombre le dicen “señorito”? ¿Será otra forma de discriminación? O tal vez solo nos quieren vender algo, y nosotras pensando que tiene relación con la virginidad.
Referencias bibliográficas:
Lozano, Itziar (1992). Sobre el cuerpo y nuestra identidad. Sexualidad, Maternidad Voluntaria y Violencia. CIDHAL. México.
Masters, William; Johnson, Virginia y Kolodny, Robert (1987). La sexualidad humana. Tomo I. Ed. Grijalbo. Barcelona.
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