Rafaela tocaba con sus finos pies las frescas aguas de la bahía de Chetumal, una de las más bonitas de México y que se une con el impresionante mar Caribe, sin duda uno de los más hermosos del mundo.
Su delicado y delgado cuerpo, armonizaba con unos arbustos casi sin hojas, que se encontraban bajo el cobijo de palmeras, cuyas sombras le permitían cambiarse con discreción y la elegancia de una garza. Movimientos delicados y armónicos le acompañaban en cada segundo. Una blusa blanca, shorts de mezclilla, juveniles y ajustados a su esbelta figura le hacían compenetrarse en la playa, la cual parecía no dejarla salir y le envolvía de una suave sensación que iba recorriendo lenta y sensualmente todo su cuerpo.
Acababa de cumplir 34 años y su madurez laboral y personal, cada vez eran más evidentes. Tenía una niña de 4 años y había superado un divorcio complejo un par de años atrás. Su familia era de Tulum y ahí vivía su niña con su madre y abuelas, un hermano y su cuñada.
Esa noche, una noche de junio, en la que la luna parecía que iba a caer sobre la tierra, engalanaba toda la bahía e invitaba a la inquieta Rafaela a nuevamente meterse a las aguas y bañar su piel trigueña en ese maravilloso paraíso. Una extraña sensación de deseo se apodero de ella y recordando a su novio Oleg, marino de un barco mercante ruso a quien había conocido en el puerto de Veracruz hacía cuatro meses en un viaje de trabajo, como ponente de la situación de los orfanatos en el estado de Q, Roo.
No le había podido ver de nuevo y el recuerdo de sus besos y caricias encendían su piel y sujetándose a la orilla, no pudo contenerse más y mordiendo su blusa con fuerza y dejándose llevar por las sensaciones que emanaban de su cuerpo, dejó ir sus suaves y delicadas manos agarradas una de ellas a la arena y la otra en su intimidad, la que era acariciada, con suavidad y fuerza. Teniendo a la luna llena como testigo, tras unos minutos sólo dejó exhalar un fuerte gemido apenas perceptible y su aliento se empezaba a calmar y así se apagaba ese gran fuego interno que por ese momento era saciado. Temerosa de que alguien la hubiese escuchado emprendió el camino a casa.
Meditaba, reflexionaba y no dejaba de pensar en lo que acababa de experimentar y se ruborizaba un poco con ella misma, pero al tiempo se sentía libre de haber sentido tan profunda y fuerte sensación, sobre todo que era bajo el cobijo del amor que sentía por Oleg y cuyo sentimiento le permitía conocer nuevas sensaciones sobre ella misma que ni de casada había experimentado. En su cama escribía un poco en su cuaderno donde apuntaba a manera de diario lo más importante que le acontecía cada día. Pero ese día su diario, no parecía querer hablar de otra cosa que no fuera ese nuevo estremecimiento que había recorrido toda su humanidad.
Su deseo además de sentir la cercanía de Oleg aunque fuera a distancia, le hacía retomar su vida sexual y con ello una parte importante de su identidad evolucionaba de una manera sutil y como marea de mar que acrecienta su fuerza, pero que talla con suavidad su propia existencia y le conlleva a un devenir más armónico y holístico.
En los días subsecuentes esa nueva sensación de autoestima y serenidad en crecimiento, le hacía llevar nuevos planes para las internas del orfanato de Chetumal, y entre las nuevas líneas de trabajo para las chicas de más de 15 años serían la de dar una serie de charlas sobre sexualidad, pero no sólo desde la óptica de las típicas charlas sobre los cuidados que se deben de tener, sino cómo ir más allá, reflexionaba Rafaela:
“El sexo como acrecentador de la autoestima en cada individuo, en este caso en sus alumnas y el legítimo derecho, no sólo por la misma naturaleza o fisiología de la mujer, sino buscar romper los tabús que limitan y enjuician la búsqueda del placer sexual en el género femenino y que a la larga conllevan a relaciones ya sea en el matrimonio o de unión libre o bien otro tipo, en el cual la mujer, en no pocas ocasiones desarrollo de sentimientos de culpabilidad por buscar nuevas alternativas y caminos sexuales con su pareja, y ante la falta de educación sexual del mismo género masculino, pero para enfrentar estas situaciones las mujeres deben estar más preparadas e informadas sobre los alcances y potencialidades de sus cuerpos.
Las autoridades vieron con buenos ojos estas ideas y se empezaron a llevar a cabo, con el acompañamiento de especialistas de diversos temas y así se empezaba una nueva etapa en la vida del Orfanato.
El amor de Rafaela, en este caso era el motor de su nueva expresión de su vida sexual, al encontrar en Oleg, un hombre inteligente y sensible hacia ella y sus necesidades.
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