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Margarita Szlak

Primeros años en matrimonio.


“Love is in the air…”

La letra de esta canción inspira a las parejas a efectuar uno de los ritos más antiguos; celebrado de diversas maneras en todas las religiones: la boda.

Para bien o para mal y bajo todas las advertencias, esta sigue siendo una forma de confirmar, ante los ojos de la sociedad, el amor entre dos.

Cuando ese amor “se siente o flota en el aire” (parafraseando esta canción) es cuando la pareja se transforma en un matrimonio. La llegada al altar, viene acompañada de colmadas ilusiones y muchos deseos de “hasta que la muerte nos separe”, además de la expectativa en que esa vida de pareja resulte bien, sin conflictos ni dificultades.

Pero estar casados es una invitación a algo mucho más profundo que simplemente vivir juntos en una misma casa, en una misma cama… debemos reconocer, muchas veces, esos deseos y fantásticas expectativas resultan imposibles o muy difíciles de cumplir. Más aún si se trata de los primeros años de casados.

¿Acaso se puede transitar esos primeros tiempos sin dificultades? Es una falacia pensar en poder vivir sin dificultades. Debemos aprovechar cada circunstancia nueva para aprender en conjunto, resolver en conjunto y superar en conjunto.

Los primeros tiempos en el matrimonio marcan inevitablemente algunas dificultades, pues se empieza a compartir desde los detalles cotidianos más banales como el closet, el baño, la cocina… hasta situaciones más complicadas como las responsabilidades económicas, el cuidado de la salud y los compromisos laborales.

Las dificultades en todos estos temas y seguro en muchos más, no deben verse como algo negativo, sino todo lo contrario: es importante saber que en las relaciones humanas siempre va a haber roces, problemas, encontronazos… y si los usamos negativamente podemos destruir y destruirnos, lo cual obviamente es el camino más fácil; entonces el matrimonio no progresa.

La vida humana es inseparable del conflicto, el cual no es malo en sí mismo. Los seres humanos vivimos en la diferencia; tenemos y venimos de historias distintas; sensibilidades distintas; cualidades y capacidades diferentes… lo normal es que, ante cualquier problema surgido, al principio de la convivencia, tengamos desacuerdos. Debemos saber que esto, además de ser normal, es bueno porque nos enriquece.

Pero si con el paso de cada día me pregunto “¿quiero seguir en este matrimonio?” y la respuesta es “NO quiero”, durante demasiados días seguidos, se debe entender que resulta necesario cambiar algo dentro de la pareja, pues el matrimonio no es un show unipersonal sino un trabajo, el cual debe hacer funcionar y procurar cada uno de sus miembros.

En realidad, ante las problemáticas de pareja, se deben buscar las maneras más creativas y más satisfactorias de procesar las diferencias con el cónyuge y a veces, hasta con nosotros mismos. En general, cuando alguien dice: Acá no hay conflictos, está indicando que algo anda muy mal. Lo normal es la discrepancia, el conflicto… y el ideal es saber enfrentar eso.

No se debe confundir el conflicto con la pelea. A veces es simplemente contraponer puntos de vista, tratar de entender la mirada del otro y comprender que nuestra pareja es un ser independiente y autónomo… pues lo contrario, o sea “pensar igual que yo”, termina volviéndonos más ignorantes e intolerantes, además de empobrecernos.

En pareja tenemos que volvernos capaces de festejar la diversidad, de percibir el mundo del otro como algo diverso, distinto al mío… y eso trae consigo más variedad de formas de vida, más aprendizaje… permitiéndonos vivir una vida más interesante y no aburrirnos juntos.

La falta de comunicación, el enojo en silencio, es como una olla a presión que en algún momento explota. Comunicación, respeto, perseverancia, tolerancia y transparencia son algunos de los elementos a poner en ejercicio, son parte del equipaje para la buena convivencia matrimonial, repercutiendo así en el bienestar psico-físico y emocional, no sólo de los cónyuges sino de los hijos (o de los futuros hijos), si los hay.

La amistad y la complicidad en la pareja, son importantes para evitar en lo posible la hostilidad. Pues, aunque no estemos de acuerdo con la manera o el punto de vista de la pareja, debemos saber que la pelea, los gritos y la discordia producen que cada uno se enterque y atrinchere en su posición.

La peor reacción es intentar cambiar a la otra persona, pues es justamente en la discusión con el otro, donde encuentro mi forma de pensar y valido mis ideas, confrontándolas para sacar la mejor decisión o conclusión sobre un determinado asunto donde estemos involucrados.

Podemos preguntarnos: si la confrontación tiene tantos beneficios, ¿por qué la evitamos?

Una respuesta posible es que los seres humanos somos imperfectos y así como podemos enseñarnos cosas o divertirnos juntos, también tenemos púas con las cuales podemos lastimarnos. Cuando nuestra vanidad está en juego o cuando tocan nuestra sensibilidad, puede surgir el lado menos simpático de cada uno.

Debemos ayudar a sobrellevar el o los conflictos con menos crispación, razonar mejor para construir el puente del entendimiento y preservar así la longevidad en el matrimonio.


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