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José Manuel Orozco Garibay

Mujeres sin pareja



Se ha vuelto un lugar común hablar de las mujeres como seres golpeados, maltratados, devaluados. De la misma forma escuchamos a quienes hablan de la liberación femenina como.

Si se tratara de un discurso novedoso. Es evidente que hombres y mujeres compartimos los rasgos esenciales de lo humano. Las diferencias entre unos y otras derivan de las funciones anatómicas propias de cada organización corporal. Sin embargo, el esfuerzo por matizar más esa distinción lleva a postular que hay incluso una psicología femenina y una psicología masculina. Se llega a decir que las mujeres sienten de otro modo, que son madres por naturaleza, que el embarazo está dentro de la necesidad de llenar el vacío asociado a su sexualidad –algo que ha de ser llenado-, y que, por ende, su intuición se encamina a proteger, amparar, cuidar, defender a la prole, dar vida y sostenerla. Lo que supone que eso no está presente en los hombres. ¿Acaso un hombre no da vida? ¿No cobija y ampara? Los aspectos ‘femeninos’ del hombre lo llevan a la intuición, la sensibilidad, las éticas del cuidado responsable, y desde luego a formas de sospecha que alcanzan a ser sumamente sutiles.

El estereotipo consistente en ver al hombre como proveedor, fuerte, soporte y cimiento de la familia que construye la mujer, determina un sexismo que de la misma forma lastima a los hombres. Es claro que la elección de vida puede ir de la mano con formas más o menos masculinas o femeninas. Ese es el sentido de recibir, dar, sentir. Empero, aspectos que se ligan a lo femenino como el arreglo, la intensidad sensible, el amor materno, la capacidad de parir, la preeminencia de los hijos por encima del trabajo, suele contrastarse con la idea de actividad, carácter fálico, trabajo, apoyo y estabilidad que supuestamente da el hombre. De ahí se sigue que hay rasgos masculinos en una mujer que prefiere trabajar a tener hijos; o aspectos femeninos en un hombre que está pendiente en exceso de su cuerpo (y del cuidado de su cuerpo). Esas categorías son generalizaciones de una cultura que supone entonces que la mujer debe ‘casarse’, ‘tener un marido’, ‘vivir al lado de alguien’, para que aspire a criar adecuadamente a sus hijos y realizar su ser en el mundo. Nada es más lejano a la verdad que eso.

Si bien es cierto que muchas mujeres son educadas para tener un compañero, y estudian mientras se casan, o enviudan y se refugian en sus hijos y el trabajo a la espera de poder casarse de nuevo, muchas son las mujeres ahora que buscan ser libres, independientes, vivir en paz, responder a sus deseos, vivir su sexualidad sin controles, al mismo tiempo que cuidan de sus hijos y alcanzan el éxito en la vida profesional, laboral, social. La pregunta que se tiene que hacer es si el sistema de creencias y valores de las mujeres es diferente hoy al rol asignado tradicionalmente.

En pleno siglo XXI, y sobre todo en los segmentos sociales más educados, las mujeres tienden al estudio, eligen el momento de tener a sus hijos y la cantidad de hijos que desean, así como la vida al lado de un hombre o solas. Muchas son las mujeres sin pareja que son felices no teniendo pareja. ¿Qué aporta la pareja? Se piensa que la pareja es el complemento que hace de una mujer que está sola un ser más pleno. Pero en realidad cualquier ser humano está pleno en la medida en que hace lo que desea, experimenta el placer de vivir intensamente sus creencias y valores objetivados en acciones propias, expresa una vida ensimismada que se abre a los otros genuinamente, sin dependencias y ataduras, y, por ende, viviendo un sentimiento hondo de libertad.

Las mujeres sin pareja no son inferiores a las que tienen un ‘compañero’; pero tampoco han de ser concebidas como superiores. La razón de ser de esto es que, en el mundo de la modernidad, o la tarda modernidad, los valores surgen del individuo que desde su goce busca en el otro el misterio de la amistad, y posiblemente el amor. Eso no demanda ‘matrimonio’, y menos una ligadura jurídico-moral por donde la mujer se sienta ‘segura’ porque la sociedad no la juzga como sola, fracasada, casquivana, ligera, sufrida, por el simple hecho de no tener un ‘esposo’.

Cada vez se escucha más el discurso de mujeres que están hartas de la violencia masculina, de hombres enloquecidos que no soportan que ellas ganen su dinero, dicten conferencias, trabajen tiempo completo, tengan amigos, y al mismo tiempo sean madres. Eso es algo para lo que los hombres no están adecuadamente preparados.

Generalmente, los hombres se sienten ‘hombres’ (fuertes, viriles, triunfadores, fálicos), si sus mujeres son dependientes, delicadas y sumisas. Justo ese es el discurso que ha cambiado, excepto, por desgracia, en los ambientes donde prevalece el machismo.


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