“No aceptes” “No aceptes lo habitual como cosa natural. (...) Nada debe parecer natural. Nada debe parecer imposible de cambiar.”
Bertolt Brecht (1898-1956).
Desde tiempos remotos se ha visto como “normal” la mala relación entre mujeres o al menos se ha tipificado como “agridulce”. Se ha vuelto “natural” repetir dichos como: “mujeres juntas, ni difuntas” o “la peor enemiga de la mujer es la propia mujer” … en este contexto, considero todo un acierto conmemorar el Día del Amor y extenderlo a la Amistad, pues invita a reflexionar sobre los lazos entre mujeres y pensar en resignificarlos.
Hace algunos meses, reporteras de un canal televisivo preguntaron, al azar en la calle a mujeres y hombres, sobre la amistad entre mujeres y la respuesta generalizada fue muy negativa; señalaban que, por su “naturaleza”, en las mujeres predominaba la traición, la incapacidad de la amistad, además de ser las peores jefas… en este tenor pintaban la mayoría de las respuestas. Tales creencias muestran lo que en español tiene un nombre, y es misoginia; aversión u odio hacia las mujeres, según la Real Academia de la Lengua Española.
La misoginia es un componente de la estructura patriarcal o dominio de lo masculino, ha regido a las sociedades durante dos mil años de historia y tiene múltiples expresiones, algunas pueden parecer hasta irrelevantes; quizá por ser tan cotidianas y recurrentes nos hemos ido acostumbrando a ello y lo aceptamos como “lo normal”.
Hay, a lo largo de la historia, personajes como Moliere, Rousseau, Aristóteles, San Pablo, Pitágoras, Platón, Schopenhauer, Balzac, entre otros varones de relevancia para la humanidad por sus aportaciones en diversos campos del conocimiento, quienes pese a provenir de diversos países, ideologías, culturas y épocas históricas, tienen algo en común: su misoginia.
Desde su posición de poder se han burlado de las mujeres y nos han calificado al menos de: brujas, indolentes, vanas, infieles, aliadas de Satanás, veleidosas, seres de cabellos largos e ideas cortas, entre otras. Sus ideas están en las leyes y en los textos con los cuales se forman generaciones de profesionales, quienes las reproducen en el mundo, con funestas consecuencias.
Habrá quien proponga oídos sordos ante estos hechos, pues ¿qué podemos hacer? Pero como decía Brecht: nada debe parecer imposible de cambiar. La misoginia en este momento está retornando a sus peores facetas, como lo muestra el rapto y esclavitud sexual de niñas y mujeres en Irak y países del área. Mujeres como botín de guerra, otra vez. Recordemos la violación masiva y el embarazo forzado en Bosnia-Herzegovina contra Serbia en los noventas y algunos casos en México. Sin olvidar el mitológico rapto de las Sabinas.
Afirmaba Octavio Paz: “Como casi todos los pueblos, los mexicanos consideran a la mujer como un instrumento, ya de los deseos del hombre, ya de los fines que le asignan la ley, la sociedad o la moral. (…) En un mundo hecho a la imagen de los hombres, la mujer es sólo un reflejo de la voluntad y querer masculinos.” (Paz, Octavio; 1992: 12-13). Ante un problema de tal dimensión no hay receta, sin embargo, una larga caminata empieza con el primer paso y ese si lo podemos dar.
Si las mujeres vemos lo anterior, aunado a que tanto la competencia como la envidia pueden estar presentes en nuestras relaciones con las otras (igual que entre los hombres) y decidimos enlazarnos en un pacto, un compromiso de no agresión surgido a partir de observar la discriminación hacia nosotras dentro de esta sociedad patriarcal y que esto nos compete a todas. Tenemos mucho por hacer.
A esto le han llamado Sororidad, proviene del latín Sor o Hermana. No se trata de una novedad, desde el Siglo XV, Christine de Pizan (1364-1430), proponía la co-sororidad, la creación de una ciudad donde las mujeres pudieran crecer y luchar contra la misoginia emitida por la intelectualidad. (Arauz, D.; 2005: 20)
Conlleva una práctica de confianza, amistad, apoyo entre mujeres y cuidado mutuo entre pares, sin jerarquías y se reconozcan como interlocutoras confiables, compartan recursos, tareas, logros y otros. Marcela Lagarde define la Sororidad como “la alianza de las mujeres en el compromiso (…) contra otros fenómenos de opresión y por crear espacios en que las mujeres puedan desplegar nuevas posibilidades de vida.”
Se propone superar lo tradicional como la competitividad, la agresividad y reconocer las subjetividades. Hacer un trabajo en equipo, transformando valores como el poder; no aplastar, sino ejercer el poder para emprender y resolver. Construir en colectivo, a diferencia de la Solidaridad que propone el apoyo, pero no modifica las condiciones, la Sororidad sí busca el cambio social.
Para empezar, un granito de arena: escribir una lista de las mujeres valiosas en nuestra vida, recordar lo positivo de ellas, las que me cuidaron, de las que aprendí, las que me han acompañado en la dificultad, mis cómplices, mis amigas, quienes han apoyado en las colectividades en donde participo… Decidir ser empáticas con las otras, sin hacer eco de los dichos y burlas contra ellas, pues van para todas.
La Sororidad busca modificar primero tu entorno cercano: las familias, las amistades… practicar vivir sin violencias ni discriminación a partir de crear nuevas formas de relación social entre mujeres y hombres. Empezar rompiendo mitos: porque las mujeres sí pueden estar juntas y trabajar para cambiar esta sociedad y construir un mundo diferente. Aprovechemos este 14 de febrero resignificando relaciones amistosas.
Referencias:
Arauz Mercado, Diana. Imagen y palabra a través de las mujeres medievales (siglo IX-XV). Primera parte: Mujeres medievales del Occidente europeo, Escritura e imagen, núm. 1 (2005), pp. 199-220.
Orbach, Susie y Eichenbaum, Luise. Agridulce. El amor, la envidia y la competencia en la amistad entre mujeres. Grijalbo. Barcelona, 1988.
Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. Editorial Fondo de Cultura Económica. México. 1992.
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