El ser humano por filogenética es polígamo desde su aparición como hommosapiens por la sencilla razón de preservar la especie. Desde tiempos inmemorables y en las sociedades más antiguas se permitía que el hombre tuviera más de una mujer para entonces hacer crecer la estirpe y continuar con el linaje.
Ahora bien, desde el establecimiento de las sociedades y por ende las iglesias, se nos fue impuesta una monogamia que permitía controlar y regular la población y establecer un orden común. Es de ahí que se derivó en una sociedad monógama y un pueblo monoteísta.
Sin lugar a dudas, hoy en día, la moda de ser infieles ha crecido de sobremanera debido quizá, a la necesidad inconsciente de buscar otras parejas que satisfagan algunas necesidades que su pareja actual no cubre. Si basamos nuestro pensamiento y nuestras acciones a los cánones que dictan las religiones monoteístas actuales, las cuales nos rigen, debemos asumir el compromiso adquirido ante Dios, que por cierto es por toda la vida, por convicción.
Muchas parejas actuales así lo hacen, aunque acaban tarde que temprano faltando a este compromiso y a sí mismas al ser infieles. Me parece que la solución la tenemos justo frente a nuestras narices, es decir, si no estamos en disposición de estar al lado de nuestra pareja de por vida o bien, no pensamos hacerlo de manera total, es momento de tomar decisiones que nos permitan ser “libres” de compromiso y entonces ser congruentes con lo que decimos y hacemos.
Entonces, el tema que nos atañe el día de hoy, ¿Somos infieles por naturaleza? Pues la respuesta es sí, como especie y no como personas. Es un deber moral el hecho de superarnos cada día y sobrepasar las necesidades básicas de seguridad, de pertenencia y de estima de sí mismo para entonces lograr la auto realización como persona. (Maslow pyramid, 1943).
En conclusión, todo depende de querer o no cumplir con las expectativas de nuestra cultura con respecto al matrimonio y a la infidelidad. De lo contrario, estaremos en un constante dilema moral que nos llevará a incumplir con nuestra propia ética y por ende con la moral colectiva.
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