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Javier González

Miniaturas de transmisión sexual.


Lecturas de segunda mano

Antes de prestarle la novela, la amiga le confió que su contenido incitaba a la masturbación. Ella lo constató esa noche al satisfacerse con el lomo del libro. No solo plagió el orgasmo a la primera lectora, sino también las posteriores molestias en la orina.

Letras irresponsables

En la creación literaria, como en los encuentros de escritores, el deseo supera la salud sexual (“y textual” –añade el metaficcionista).

Caperucita infecciosa

Para José Luis Zárate

Al cabo de tres semanas el Cazador presentó una llaga. En venganza rastreó al Lobo y le descargó un hachazo. Luego de sepultar el cadáver en el bosque escribió sobre la lápida: “Aquí yace la sífilis de Caperucita”.

De transmisión sexual

El látex que cubría la trama narrativa obstaculizaba el orgasmo literario. Solo por eso el texto se quitó el preservativo, un poco antes de venirse, e infectó a sus lectores disolutos.

Protección extemporánea

Y cuando retiró el condón, la gonorrea todavía estaba ahí.

Oculingus

Le besó toda la cara hasta llegar a los ojos. Su lengua fundó orgías en la pupila de Midori. Desde entonces la mirada de la chica transmite enfermedades. El Consejo de Salud de Japón ahora trabaja en el diseño de lentes de contacto con bactericida.

Caperucita fatal

Al salir del examen de VIH el Lobo encontró al Cazador esperando su turno en el consultorio.

Un roto para un descosido

Eran tan lascivos, tan cuerpos, tan deseos que, al encontrarse en la alegría desnuda, se fundieron en un abrazo sudoroso, conectándose los genitales, sin precaución y sin peligro, ambos portadores del VIH.

Esquivo

El ligue resultó arduo y fatigoso. Anclarla a la orilla de la cama me costó más de mil piropos y caricias. A punto de dar la primera estocada me paró en seco:

- Tengo herpes –dijo. Enseguida le confisqué todos mis piropos y caricias y toqué retirada.

Desdén angelical

Ella, inmaculada, aguardó la ascensión de su novio muerto. Ambos, truncados por tragedia vehicular, nunca consumaron el coito de los ingrávidos mortales. Él fue muy insistente durante años, por lo que ella no entendió su negativa en esa noche fatal.

El sexo alado, en la alcoba celeste, era ahora cita ineludible.

Ella lo esperó en la nube nupcial y, al divisarlo, voló hacia su encuentro. Tuvo sus genitales a la altura de los ojos. Sin embargo, al notar laceraciones en el glande, su boca se retrajo. El infierno de la abstinencia también fincó su reino en el paraíso.



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