¿Recuerdas aquella época alrededor de los años setenta, cuando el Bullying o acoso entre iguales era conocido como el “agárralo de tu puerquito”?
En ese entonces, bromear y reírse de los compañeros o amigos era una actividad hasta recreativa para ejercitar estrategias de ataque y defensa; focalizadora de los núcleos agresivos sobre alguien que tenía la oportunidad de defenderse durante el día escolar y al salir del colegio, dejaba estas agresiones en la escuela.
Hoy día este acoso puede continuar en la casa, en el transcurso del transporte al hogar, en el bolsillo del niño o muchacho que lleva un celular… Las redes sociales, el maravilloso invento del Facebook y el chat, son herramientas utilizadas (muchas veces) para extender esa sensación de poder sobre otros, que les ofrece ventajas y hasta prestigio social; en un marco muy teñido de sadismo y satisfacción de impulsos agresivos, narcisistas, que lleva a los muchachos a vincularse como víctimas o como victimarios.
En aquella época no se contaba con la sensación de poder que nuestros hijos experimentan hoy día, cuando en dos segundos pueden estar comunicados al otro lado del mundo a través del correo electrónico o a través de los juegos de video, en los que pueden jugar invariablemente con un niño irlandés, japonés o argentino.
Los medios de comunicación, no tenían la tendencia amarillista a mostrar la crueldad hoy escuchada y vista por niños y adultos; la gente, en la calle, procuraba el cuidado y protección de los niños e hijos de otros, sin temor a represalias por “meterte en lo que no te importa.”
Cuando se reflexiona al respecto, muchos se preguntan: “¿qué está pasando… en dónde se perdió el rumbo… qué de diferente tienen los niños y jóvenes de hoy?”
La respuesta es relativamente sencilla, aunque con elementos muy complejos: está ligada a los grandes avances de la humanidad y al gran desconocimiento sobre los efectos psíquicos y emocionales de estos cambios y avances tecnológicos sobre los más jóvenes e inmaduros.
John Emerich Edward, historiador y pensador liberal, católico, británico, acuñó una famosa frase que dicta: “Power tends to corrupt, and absolute power corrupts absolutely” (El poder tiende a corromper, pero el poder absoluto corrompe absolutamente).
Para muchos padres no está claro, pero es uno de los errores más importantes en la formación de nuestros jóvenes, está ligado a una inhabilidad de parte de los adultos para saber en qué momento y bajo qué circunstancias delegar el poder a un hijo.
Ocurre en muchos hogares mexicanos: se pone en las manos de la juventud, sin supervisión adecuada, herramientas de poder que requieren cierta madurez emocional, misma que la mayoría de los hijos aún no ha alcanzado.
El sistema económico, político y social actual, nos empuja a priorizar el tiempo para el trabajo y la obtención de dinero para comprar bienes materiales. Esto provoca el detrimento de la calidad y cantidad de tiempo dedicado a la formación de los hijos.
Muchos padres se excusan bajo la premisa: “yo le doy calidad de tiempo a mis hijos más que cantidad”; cuando en realidad resulta que la gente exitosa es quien le dedica calidad y cantidad de tiempo a su proyecto. Desde el punto de vista de muchos humanos, los hijos deberían ser el proyecto más importante en la vida de una persona; por lo tanto, deberíamos dedicarles calidad y cantidad de tiempo para revertir esta tendencia violenta y narcisista observada en ellos.
Pero este no es sólo un problema de los padres, también lo es de las instituciones educativas y de sus profesores, quienes en muchos casos (no en todos), tampoco han alcanzado la madurez emocional necesaria y la comprensión de los fenómenos psíquicos que se juegan en el ejercicio de su profesión e idealmente de su vocación.
En primera instancia, los padres son las personas más privilegiadas en la vida de los niños, en segunda la escuela y el maestro ya que se encuentran en un lugar donde pueden tener una valiosa influencia sobre la vida de los hijos. Son las personas que podrían motivar a niños y familias con largas historias de sufrimiento y enfermedad emocional a generar un cambio radical.
Las exigencias son la vocación, el amor a los semejantes, la fortaleza interna, el manejo sano del poder, trabajo en equipo, tolerancia a reconocer los errores propios, capacidad de reparar oportunamente y competencia emocional... entre otras cualidades que no se pueden construir en poco tiempo.
No obstante, cuando hay interés y disposición, estas competencias son completamente adquiribles, el punto es empezar ahora.
Dicen que el mejor momento para sembrar un árbol fue hace 40 años, pero el segundo mejor momento es hoy. El reto lo tenemos muy a la mano, los materiales los tenemos dentro de nosotros y pensémoslo de esta manera.
Eso es lo que sucede si te comprometes a influir un poco en ese niño o en ese joven que está cerca de ti y puede ser tu hijo, tu alumno o tu vecino. Pensemos en los niños como patrimonio de la humanidad… por lo tanto actuemos congruentemente y empecemos a enseñarles a no tolerar el maltrato, ni la victimización.
Enseñémosle que el cambio debe partir de ellos; demos la herramienta para saber frenar la violencia. Seamos adultos. Seamos más maduros que los jóvenes. Hagamos el cambio con amor y respeto. Eso nos llevará a ser mejores personas y formar una juventud mexicana mucho mejor.
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