“Cuando las veo pasar alguna vez me digo: qué sentirán ellas, las que decidieron ser perfectas y conservar a toda costa sus matrimonios, no importa cómo les haya resultado el marido, (…) pero ellas se aguantaron y sólo Dios sabe lo que sufrieron:”
Daisy Zamora (Nicaragua, 1950)
En el título planteo esta pregunta obligada porque, de una u otra manera existe una crítica permanente desde múltiples ámbitos (académicos, de organizaciones y cotidianamente con chistes, canciones, películas, refranes…) respecto a la institución matrimonial en su forma monogámica. Una propensión muy humana es calificar como “natural” aquello que no se quiere reconocer como construcción social. La monogamia se atribuye a la biología, y predominan los ejemplos de animales que tienen una sola pareja en toda su vida. Sin embargo, para la humanidad la biología no es destino. La monogamia proviene de un vocablo griego cuyo significado es “de un solo matrimonio” o juntos hasta que la muerte nos separe; para el mantenimiento de esta unión hay dos aspectos centrales: el amor y la fidelidad femenina. Por un lado “El amor, el amor…” que bien decía Kate Millet en su tesis doctoral: “mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban” y pareciera haber una resistencia social a analizar críticamente al amor como concepto, pues al racionalizarlo podría perder esa aureola de “magia” que le rodea. En Occidente, este sentimiento ha evolucionado y adquirido diferentes acepciones en cada momento histórico. Es en el siglo XVIII cuando aparece el amor romántico, donde se enaltecían las relaciones morales y “complementarias”. Comienza el mito de la “media naranja” entre mujeres y hombres a través del amor conyugal, y este se tornó en un sentimiento inscrito en la naturaleza humana como una vocación interior, universal y atemporal, cuando en realidad se trata de otra construcción humana con objetivos económicos, sociales y cambian al largo de la historia, la cultura y la geografía. En este contexto, de acuerdo con Rosa Pereda (2001), podemos señalar que se ha construido toda una ideología sobre el amor, lo cual ha permitido establecer y seguir imponiendo sistemas jerárquicos y de dominación (hombres/mujeres), mismos que tampoco son naturales e inalterables. El matrimonio, señala María Isabel Gascón, funciona en el momento actual, de forma semejante a las modalidades practicadas a lo largo de siglos anteriores, como la cédula básica sobre la que se asienta la sociedad. (2009: 3) Es la institución que permite mantener estructuras que aseguran el orden y el buen funcionamiento del entramado social, por la vía de garantizar la reproducción biológica de las personas y si se le despeja de sentimientos y pasiones, su racionalidad y estabilidad permite la reproducción del statu quo. En concreto se trata de un contrato económico privado a través del cual se pretende mantener el patrimonio dentro del grupo familiar y proteger la legitimidad de la herencia. De ahí la importancia de la fidelidad femenina, para asegurar que la prole sea del propietario de los bienes. Así pasa en el contexto donde el marido y el Estado imponen a las mujeres la obligación de la fidelidad, algo muy vigente en la actualidad. Para el imaginario colectivo la infidelidad de las mujeres tiene un significado muy diferente al de los hombres; puede ir desde suponer que el marido no ha sabido “hacer respetar sus derechos de propietario”, pues siempre los varones hacen visible “que su mujer” es una de sus propiedades (Reich, W.; 157), hasta decir que no ha sido lo “suficiente hombre” (en el sentido sexual patriarcal), para retener a “su mujer”. Por eso, de ordinario, la mujer y las sociedades soportan mejor la infidelidad masculina que la femenina. Todavía existen sociedades donde la mejor esposa –en el sentido de la moral convencional—es la más fiel y aquella que no plantea demandas sexuales, es sumisa, niega la sexualidad o, a lo sumo, la tolera. En resumen, con el matrimonio monogámico nace la infidelidad, como forma de control de la sexualidad de las mujeres, que es un hecho presente en múltiples culturas sin importar la clase social o etnia a la que se pertenezca. Hay sociedades donde la condena es más lapidaria y otras donde existe mayor laxitud respecto a la misma, pero en general, la crítica y castigo sigue expresándose con mayor violencia contra las mujeres que hacia los varones. Ya hasta “descubrieron” un gen masculino de la infidelidad (el alelo 334) aduciendo que los varones provistos del mismo son incapaces de tener una relación estable, así que tranquilamente pueden decir que si son infieles “la culpa es del alelo”. Cabe aclarar que desde lo social no se valen las generalizaciones porque la realidad las refuta; así, encontramos parejas para las cuales la monogamia ha sido lo mejor de la vida y otras cuya viabilidad simplemente resulta imposible. Desde diversos espacios se ha señalado la extinción de la institución matrimonial, sin embargo, hasta la fecha millones de parejas continúan cumpliendo rituales para optar por esta forma de ejercicio del amor con todos sus mitos y contradicciones. Sin embargo, guste o no, si ha habido cambios que quizá a veces no contemplamos, pero hemos de recordar que México tiene el primer lugar de embarazos en adolescentes en América Latina y las cifras van al alza, además, de acuerdo con la Encuesta Nacional de la Juventud (2017) arrojó que el 49% de las y los jóvenes no utilizan ningún método anticonceptivo en su primera relación. Tales hechos nos dicen que muchos nuevos matrimonios se están construyendo, con más mujeres que no llegan solas, sino con prole y puede haber hombres en semejante situación y que con la aceptación o no de las familias establecen relaciones diferentes. Por otra parte, las relaciones interpersonales en el presente, donde confluyen la Modernidad y la Posmodernidad y sigue siendo una base importante el amor romántico, Zygmunt Bauman (2005) se refiere al “Amor Líquido” distinguido por establecer relaciones virtuales o personales caracterizadas por “la falta de solidez, calidez y por una tendencia a ser cada vez más fugaces, superficiales, etéreas y con menor compromiso.” Es así que como sociedad tenemos el gran reto de construir nuevas formas de relaciones sociales, sobre todo de pareja, primero analizando qué queremos para nuestro entorno cercano y de qué manera poder ir apoyando a las y los jóvenes con quienes interactuamos, para que analicen y decidan si desean continuar con este tóxico amor romántico que es la base del matrimonio actual y donde a las mujeres nos toca la peor parte, o seguir simulando que con sólo firmar un contrato se puede alcanzar la felicidad y cumplir proyectos de vida. Entonces ¿Seguimos simulando o transformamos la monogamia?
Referencias:
1) Pereda, Rosa (2001). El amor: una historia universal. Editorial Espasa. Madrid, España.
2) Gascón Uceda, M- Isabel (2009). Del amor y otros negocios. Los capítulos matrimoniales como fuente para el estudio de la Historia de las Mujeres. TIEMPOS MODERNOS 18 (2009/1)
3) Reich, Wilhelm (1985). La revolución sexual. Para una estructura de carácter autónoma del hombre. Editorial Origen/Planeta. México.
4) México, primer lugar de embarazo en adolescentes en América Latina.
www.excelsior.com.mx/nacional/2017/02/01/1143609 (01-02-2017)
5) Bauman, Zygmunt (2005). Amor Líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. FCE. Madrid, España.
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