Cuando se pasa de ser una pareja a ser padres todo cambia. Ahora existe un nuevo proyecto la familia, cuya prioridad número uno son los hijos. ¿Pero si por el motivo que sea la pareja no funciona, ambos seguirán siendo padres y los hijos serán prioridad siempre? Una manera de enfrentar el problema es la violencia familiar.
La violencia familiar se define como una forma de establecer relaciones y de afrontar conflictos recurriendo a la fuerza, a la amenaza, a la agresión emocional o al abandono. Se concibe la violencia familiar como aquella que se da cuando sobre un miembro más débil de la familia se realizan actos de abuso psicológico o físico por parte de otro miembro más fuerte. Estos actos violentos los realiza quien cumple un papel marital, sexual, o de cuidados hacia otros con responsabilidades recíprocas. La violencia familiar se dirige siempre hacia los más vulnerables, especialmente hacia los niños y niñas. Su perpetuación se da por su dinámica interna y por los aspectos psicológicos de cada uno de sus miembros. Respecto del primero, la poca autonomía en sus miembros, la deficitaria claridad en los roles, la legitimación de la violencia, la asignación de múltiples responsabilidades a víctimas y victimarios, unidas a un discurso en torno a que el sujeto violento sea dueño de sus emociones y que la víctima no se defienda, propician las condiciones que perpetúan la violencia al interior de la familia. Un fenómeno unido a esta situación es el autoritarismo, el cual produce una invisibilización del otro.
Respecto a los aspectos psicológicos, podemos indicar que la historia del desarrollo de los padres y madres, la que los ha llevado a estructurar su personalidad, estuvo marcada por relaciones tempranas en las que no fueron reconocidos, cuidados y sostenidos adecuadamente. Los efectos de este entramado del desarrollo se evidencian en la calidad del vínculo que la persona establece consigo misma, con los otros y con el mundo. Dificultades en la confianza básica, expectativas no realistas frente a los otros (parejas, hijos e hijas), poco control de impulsos agresivos dirigidos a ellas y a ellos, déficits morales en la relación con los otros, proyección del propio mundo interno en las relaciones, bajos niveles de tolerancia a la frustración, son algunos de los efectos que se expresan en la relación que estas personas establecen con los otros. Estas personas tienen dificultades para el logro de la “constancia del objeto”, es decir, en la capacidad para considerar que las personas que ama siguen existiendo, aunque no las vean y que son básicamente las mismas.
Esta situación es un escenario privilegiado para la violencia dirigida hacia niños y niñas dentro de las familias. Se habla más bien de maltrato infantil: es todo acto u omisión no accidental que ponga en riesgo o impida la seguridad de los niños y niñas, así como la satisfacción de sus necesidades físicas y psicológicas básicas. El maltrato emocional está siempre presente en todas las formas de maltrato; conlleva un daño de las aptitudes y habilidades subjetivas; deteriora su personalidad, afecta su socialización y, en general, incide negativamente en el desarrollo armónico de su vida emocional y psicológica.
Los enfoques explicativos frente a este fenómeno van desde considerar las condiciones sociales de la familia (desempleo, hacinamiento, falta de apoyo social, tensiones conyugales, malas condiciones de la vivienda y la transmisión generacional) pasando por la falta de madurez personal y psicológica de quien violenta, hasta problemas en la vinculación afectiva, factores perturbadores en la relación madre e hijo o hija, pautas de crianza inadecuadas, entre otros.
Bowlby (1982) ha enfatizado la importancia que tiene el vínculo afectivo madre-hijo o madre-hija para la salud mental de éstos. El calor, la intimidad y la relación constante de la madre o de quien, con carácter permanente, la sustituya, se convierten en promotores del desarrollo emocional y psicológico del niño o de la niña. El concepto de vínculo se ha visto entremezclado, y por veces confundido, con nociones como relación (propio de la teoría de la comunicación), relación objetual (psicoanálisis) e interacción (teorías sociales). El psicoanálisis ve el vínculo como una particular relación con un objeto; de esta relación particular resulta una conducta más o menos fija con ese objeto, la cual forma una pauta de conducta que tiende a repetirse automáticamente en la relación interna y externa con el objeto. El vínculo interno es aquella relación que se da con la representación que una persona tiene de los otros. Se configura a partir de las primeras relaciones que sostiene el niño o niña con sus cuidadores y cuidadoras. El vínculo externo se refiere a la relación con los otros y tiene su anclaje en el vínculo interno. La forma de constituirse, vivirse y representarse el vínculo interno (vínculo) por parte del infante, influye en la manera de vivir y significar sus vínculos externos (relación).
Este vínculo puede sufrir vicisitudes. Bowlby (1982) denomina “privación maternal” a la ausencia de esa relación materno-filial, lo que dificulta la estructuración del vínculo; la madre es incapaz de proporcionarle cuidado y afecto al niño o niña, con efectos como ansiedad aguda, excesivo anhelo de amor, poderosos deseos de venganza, culpa o depresión. El desarrollo de la personalidad se perturbará según la índole de la experiencia sufrida, puesto que ésta es un proceso evolutivo fundamentado en la relación que desde el nacimiento cada niño y cada niña establecen con los otros y con el mundo. El abandono emocional coincide, la mayoría de las veces, con la violencia física. Los agravios o la negligencia impactan negativamente la maduración psicológica y la habilidad para ser padres o madres. El vínculo paterno-filial se ve siempre influido por la significación que el hijo o hija tiene para el padre y la madre desde el punto de vista emocional.
En familias nucleares, cuando hay un progenitor que violenta o descuida más activamente al niño o niña, el otro secundariamente asiente, anima o encubre. En los padres y madres que realizan actos violentos, los sentimientos de frustración/soledad se unen a una carencia general de capacidad para cuidar/asistir al niño o niña. El cuidador o cuidadora principal, generalmente la madre, tiende a ejercer más este tipo de actos, dada su mayor permanencia con el niño o niña y su mayor responsabilidad en su crianza y educación.
El apego sano previene la futura violencia infantil al producir sentimientos de familiaridad, pertenencia y reconocimiento. El niño o la niña podrán disponer de una representación interna de sus figuras de apego como disponibles, pero separadas de sí mismo, pudiendo evocarlas en cualquier circunstancia como fuente de fortaleza psíquica.
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