En las 4 y media décadas de mi ejercicio profesional, el problema de los errores que cometen las parejas Enamorarse, establecer relaciones amorosas y mantenerlas, implica disponer de ciertas capacidades que Kernberg identifica en las relaciones de amor maduro: idealizar al otro, necesitarlo, confiar en él o en ella, sentirse agradecido por el amor recibido, saber perdonar y pedir perdón, mantener un ideal común, son algunas de estas capacidades, que por ausencia o limitación, pueden impedir a una persona vivir una relación de amor madura.
Enamorarse: En esta primera fase de la relación se espera encontrar una idealización del otro, de su personalidad, su físico y sus valores, acompañada de un intenso anhelo por compartir la intimidad sexual y emocional. Una idealización que evolucionará del primer enamoramiento, a un “estar enamorado”, fase que implica ya una relación de amor estable. Sostiene el autor que esta evolución conlleva el tomar conciencia de algunos defectos de la pareja, e incorporar a esa primera imagen idealizada, los aspectos negativos del compañero y de la relación, integrándolos en una imagen total, más completa del otro.
Para Kernberg, la incapacidad de enamorarse es un signo del narcisismo severo (Kernberg, 1995). Personas con rasgos narcisistas, podrían realizar una evaluación de los pros y contras de la potencial pareja o bien pasar por enamoramientos fugaces, ya que la defensa frente a la envidia inconsciente les lleva a devaluar rápidamente a sus compañeros. Sujetos masoquistas presentarán frecuentemente una dinámica en la que la idealización del otro, acompañada de la fantasía de rechazo, les llevan a sentirse aún más devaluados. Cuando dominan rasgos paranoides el miedo a ser maltratados o engañados puede inclinarles a prestar atención a todo lo que pueda indicar una amenaza.
Interés en el proyecto de vida del otro: Este aspecto de la relación solo se evidencia claramente después de un tiempo. El interés en la historia personal, emociones, ideales y aspiraciones del ser amado estimula y enriquece la vida propia. El autor considera que tiene lugar un proceso de identificación con los intereses y valores del otro de forma que se hacen propios. Gozar con el goce del otro, sentir placer y satisfacción con el cumplimiento de sus sueños y esperanzas, ser feliz por los éxitos personales y profesionales de la pareja, son expresiones de madurez y las fuentes de crecimiento de una relación de amor.
Las personalidades paranoides tenderán a distorsionar la experiencia subjetiva del otro por el uso excesivo de mecanismos proyectivos. El paciente narcisista con su tendencia a no valorar al otro, a aburrirse con su experiencia, a vivir las relaciones como competiciones, no puede interesarse genuinamente por su pareja.
Confianza básica: El poder mostrarnos libremente frente al otro, con nuestras debilidades, defectos, inseguridades y conflictos, requiere confiar en la empatía de la pareja y en su buena voluntad para con uno mismo. Implica darle a conocer nuestras dudas y aspectos frágiles, confiando en que el amor no quedará dañado por ello, y que la pareja aceptará y tolerará esas fallas.
Confiar en el otro y abrirse implica la esperanza de sobrevivir a los conflictos y comprenderse mutuamente. Esa confianza requiere reciprocidad y no es compatible con la carencia de respuesta en el mismo nivel por parte del otro. La infidelidad, evidencia un fuerte conflicto de al menos una de las partes y pondrá a prueba tanto la confianza básica en la pareja como la capacidad de perdón de esta.
Capacidad de perdón auténtico: En el amor maduro, la capacidad para perdonar el comportamiento del otro, es necesaria para la supervivencia del amor tras los conflictos graves y los periodos en los que predomina la agresión. En un sentido más profundo, la capacidad de perdonar refleja los logros de la posición depresiva, el reconocimiento de la potencial agresividad propia, y la confianza en la reparación de la relación traumatizada.
El autor alerta sobre la necesidad de diferenciar esta capacidad, de la negación de la agresión y malos tratos por parte del compañero. En este caso no hablaríamos de perdón, sino de sumisión masoquista a un objeto abandonante o agresivo; ni de confianza en el otro sino de confianza en una relación fantaseada alejada de la realidad, lo que suele acompañarse de un notable desinterés por la experiencia subjetiva de la pareja.
Humildad y gratitud: Implícito en el amor maduro está la aceptación sincera de la propia necesidad esencial del otro y un elemento de gratitud por su existencia, por su amor. Conlleva aceptar la incertidumbre derivada de posibles cambios en la relación que no pueden predecirse, como los problemas financieros, la enfermedad y la muerte.
Puede considerarse como el contrapunto de la pasión sexual y debe ser congruente con una autoestima que permita aceptar el final del amor y el sufrimiento de la separación cuando sea necesario, como contraste a un aferrarse desesperadamente a una relación de dependencia.
Un yo ideal común como proyecto de vida común: Estar dedicado a una relación de amor como proyecto de vida que se infiltra en las tareas de cada día, es otro aspecto importante que permite mantener vivo el interés en la personalidad y la experiencia subjetiva del otro. Expresa, además, el establecimiento por parte de ambos, de un ideal del yo común, que trasciende a los ideales del yo de ambos participantes.
Señala Kernberg, la importancia de que ambos miembros de la pareja puedan comunicarse el amor permanentemente, sintiendo el placer del re-encuentro con el amor del otro. La comunicación constante y mutua de las experiencias de cada día, es la señal de la conciencia permanente del proyecto de vida en común. De esta capacidad emerge otra: la de tolerar las separaciones, no solo temporales o espaciales, sino en términos de las discontinuidades inevitables de toda relación, por las experiencias individuales y autónomas de cada uno y por la ambivalencia inherente a toda relación de amor.
Dependencia madura frente a la dinámica del poder: La dependencia madura está estrechamente relacionada con el sentido de gratitud por el amor recibido, e implica un sentido de responsabilidad por el otro tal, que el logro del proyecto de vida y la felicidad de la pareja, se convierte en un objetivo personal esencial. Implica poder sentirse sostenido por el amor del compañero, tolerar las debilidades propias y las del otro bajo condiciones de enfermedad grave, o situaciones de vida paralizantes.
La permanencia de la pasión sexual: Kernberg cuestiona la afirmación frecuente en la literatura, sobre todo en la popular, que asevera que la intensidad inicial del deseo sexual y la pasión erótica, suele ser sustituida por una relación afectiva más tranquila pero más profunda, en la que disminuye la importancia del sexo, y un sentido de compañerismo reemplaza las idealizaciones tempranas. Afirma que los encuentros apasionados y las relaciones sexuales son aspectos que no necesariamente disminuyen o desaparecen a lo largo de tiempo. El hecho de que, fisiológicamente, la frecuencia del deseo se atenúe en el caso de los hombres, mientras que se mantiene relativamente estable en el caso de las mujeres, no implica la disminución de la intensidad de la significación de los compromisos eróticos, en cualquier etapa de la vida.
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