“…el hombre que me ame deberá ser tan fuerte, tan fuerte, que sea capaz de llorar”
Respecto a si las mujeres reproducen o no el machismo, la respuesta no es simple, se trata de un hecho social lleno de complejidad y sujeto a debate. Por un lado, machistas no pueden ser las mujeres, en todo caso serían hembristas por ser este el opuesto del machismo. Si como mujer te etiquetas de sensible e irracional y como varón de rudo e implacable, ambos están asumiendo roles estereotipados o fijos, siguiendo los guiones que dicta el machismo. Entre más “rosa” o más “azul” sean tus actitudes, más predecible y manejable serás.
El poder masculino patriarcal se sostiene a partir de varios ejes, uno se apoya en la enemistad histórica entre las mujeres, fundada en su competencia por los hombres, (Lagarde, M.; 2011) educadas para lograr la atención del padre, del profesor, del amigo y en general de los varones.
Otro eje es la misoginia, definida como el odio y desprecio a las mujeres por el sólo hecho de ser mujeres. La historia tiene múltiples testimonios provenientes de los varones más sabios y eruditos: “La naturaleza sólo hace mujeres cuando no puede hacer hombres. La mujer es, por tanto, un hombre inferior.” Aristóteles (Filósofo, guía intelectual y preceptor griego de Alejandro, el Grande, siglo IV a. C.)
En este contexto el machismo, como construcción social considera inferiores a las mujeres y dignas de ser discriminadas, exaltando la virilidad y convirtiendo las diferencias sexuales en desigualdad social. El machismo se practica mediante conductas y actitudes basadas en creencias, donde predomina la idea de la polarización de los sexos, o contraponer lo masculino con lo femenino; de ahí surge el mito de la media naranja y la complementación de la pareja.
El famoso dramaturgo Moliere también misógino, señalaba que “hombre y mujer son dos mitades. Una mitad es principal y la otra subalterna, la primera manda, la segunda obedece”. ¿Para qué medias naranjas? Mejor dos naranjas completas que vayan rodando juntas, porque esta segmentación lleva a la división sexual del trabajo en donde la tendencia, desde el machismo, es tratar como sirvientas a las mujeres y sobrecargarlas de actividades, sin importar cuánto dinero aporten al gasto familiar, de todas formas “les toca” hacer, pagar o supervisar el trabajo doméstico, el cuidado de infantes, personas ancianas o con enfermedades y lo que se acumule.
En este sentido, el machismo le conviene al capitalismo, porque el trabajo gratuito de las mujeres se lo ahorran: el marido, la empresa y en general la sociedad. Ante la pregunta de quién deberá pagar por el trabajo gratuito hecho en casa, el recurso maravilloso fue: “las mujeres lo harán por amor a los suyos” y de ahí esta esclavitud moderna, entre otras.
Las actitudes machistas son tan cotidianas que se ven “naturales” y por tanto invisibles, te das cuenta cuando empiezas a reflexionar seriamente sobre esta situación y encuentras algunos escritos milenarios: “Durante la infancia, una mujer debe depender de su padre, al casarse de su marido, si éste muere, de sus hijos y si no los tuviera, de su soberano. Una mujer nunca debe gobernarse a sí misma.”
(Leyes de Manu. Libro Sagrado de la India).
El machismo se vuelve invisible, por ser una inercia cultural, un patrón de conducta con prácticas violentas asociadas al sometimiento de las mujeres en una sociedad fuertemente jerárquica y autoritaria que pasa de generación en generación sin cuestionamiento alguno. Como mujer identifica qué pasa en tu vida con el machismo de cada día: ¿usas el apellido de tu esposo como si fuera tu dueño? ¿Le pides permiso para trabajar, visitar a tu familia o salir con tus amigas? Si el auto, la casa, la tele y hasta la licuadora están a su nombre, en serio que estás viviendo el machismo.
Un perfil muy general de hombres machistas: se saben el centro de interés y tienen la certeza de que las mujeres están para procurarlos, servirlos y sobre todo obedecerlos. Con sus actitudes tratan de mostrar gran fuerza física, conocimientos, seguridad y carácter enérgico; sin embargo, es precisamente este afán de autosuficiencia lo que puede inducirlos a actuar con la temeridad inherente al machismo y colocarlos en situaciones de permanente vulnerabilidad en cuanto a su salud, riesgo de accidentes, peleas, violentar o ser violentados. El machismo es el opuesto de la masculinidad o capacidad de comunicar sentimientos, brindar afecto, cuidado y ser un hombre tan fuerte que sea capaz de llorar y ejercer su derecho a la ternura.
En cuanto a las mujeres, como afectadas de este fenómeno, han sido socializadas para proteger y reproducir el machismo; pero las formó toda la sociedad a través de las familias, la escuela, las religiones, el arte, los medios de comunicación, las leyes y en general, todas las instituciones del Estado. Como esto es histórico, se puede cambiar y desaprender lo aprendido, todo es cuestión de conciencia, tiempo y reeducación.
La tarea no es fácil porque en búsqueda de la equidad, mujeres y hombres tendríamos que cambiar creencias, actitudes y rituales, por ello la revolución más larga es la de las mujeres, porque ni las propias mujeres reconocen que necesitan una revolución.
Referencias:
Lagarde, Marcela (2011). Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas. UNAM. México.
Levi-Montalcini, Rita, et. al. Las pioneras. Las mujeres que cambiaron la sociedad y la ciencia desde la Antigüedad hasta nuestros días.Crítica. Barcelona. España. 2011.
(Traducción castellana Lara Cortés)
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