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Margarita Szlak

Las dos caras de una moneda: amor y odio.


A veces solemos pensar demasiado y sentimos muy poco, otras veces sucede justo lo contrario: podemos llegar a sentir mucho por el otro u otra, pero no pensamos. En realidad, estas son las dos caras de una misma moneda, es lo que se llama ambivalencia afectiva.

La ambivalencia afectiva son aquellos sentimientos o pensamientos contrapuestos y dirigidos hacia una misma persona. Es decir, ocurre cuando una persona siente actitudes de acercamiento al objeto amado y de pronto siente alejamiento o rechazo hacia ese mismo objeto, este es amado y odiado simultáneamente.

Se vive entonces una dicotomía cuando pensamos una cosa, pero sentimos otra muy diferente hacia la persona con quien decidimos, por ejemplo, pasar el resto de nuestros días.

No hay nada más difícil para la mayoría de las personas, ya sean hombres o mujeres, que el conectarse con sus propias emociones y ser consecuentes con sus sentimientos. Esto que a simple vista parece algo necesario para la buena convivencia en una pareja, como mostrar y ser coherentes con muestras verdaderas emociones, es visto como una tarea imposible.

Conectarnos con lo que sentimos sinceramente nos produce mucho temor, pues vamos cambiando de afectos y de emociones respecto al otro/a, ya sea por alguna circunstancia desagradable o algo que nos produjo enojo; este cambio puede darse en el curso de unas horas, días o semanas, pues no siempre sentimos lo mismo por la otra persona.

Es importante darnos cuenta que los sentimientos, ya sean de amor o de odio, provienen de nuestros pensamientos surgidos con el tiempo, y ellos pueden hacer variar 180 grados el afecto. Un ejemplo típico sería pensar: “… Estoy fascinada con Carlos y creo que lo amo, pero a la vez lo odio cuando veo cómo me trata cuando está con sus amigotes… esto me genera, por un lado, satisfacción y al mismo tiempo me produce desagrado y odio hacia él…”

Sin embargo, debemos diferenciar y tener en cuenta que el estar en forma permanente dentro de una relación ambivalente genera desgaste emocional y sufrimiento, sobre todo para quienes desean un vínculo más estable y equilibrado.

Hay diferentes causas por las cuales las personas mantienen con su pareja una relación ambivalente; daré algunos ejemplos:

a) Cuando hay sólo un apego sexual. Si bien este apego es intenso, luego de cubrir la necesidad sexual se corta el vínculo, o mejor dicho, se huye de él.

b) Cuando la persona no puede estar solo/a. Entonces se busca un partenaire para simplemente rellenar un vacío y esto puede llegar a generar culpa y rabia.

c) Cuando se tiene miedo al compromiso. Entonces para evitar sentir se pone distancia.

Estas diferentes actitudes nos muestran que no hay nadie invariablemente perfecto y agradable; eso no lo debemos esperar ni de nosotros mismos, ni de los demás.

Debemos saber que el estado de ambivalencia de sentimientos es algo genérico, es decir, desde muy pequeños adquirimos esa contradicción y mezcla de sentimientos, dando lugar al padre del Psicoanálisis S. Freud para postular el Complejo de Edipo como nodular en la estructuración psíquica. Justo donde el niño pequeño siente una especie de amor y odio hacia el progenitor del mismo sexo (el padre vivido como un rival, pues le “arrebata” el amor profesado a su madre).

Es verdad, cierto grado de ambivalencia en el amor-odio es común y esperado en cualquier ser humano, es importante darse cuenta que hay una graduación que puede llegar a ser nociva y enfermiza. Por eso podemos decir que tropezar no es malo, pero encariñarse con la piedra sí lo es.

Si alguien quiere seriamente formar parte de nuestra vida hará lo imposible para estar en ella, sabiendo que nos está regalando lo único que le pertenece, lo único que no va a recuperar jamás: su tiempo de vida junto a nosotros.

Esa es la convivencia. Esa es la vida en pareja con los vaivenes lógicos, con las dos caras posibles de una misma moneda y según los momentos.

La vida en la pareja se caracteriza por momentos en donde a veces el amor es intenso; es pura entrega dando todo al otro/a y, a veces, aparece lo contrario: sensaciones de otros momentos que son de oscuridad y de un odio invasivo a punto tal de “querer echar todo por la borda” y mandarse a mudar, queriendo desaparecer para siempre del ser amado/a, pues la parte más difícil de asumir, tolerar y reconocer es que también solemos odiar a la persona a quien amamos y deseamos.


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