Quise aventurarme a hablar del matrimonio para cuestionar ese ideal social construido donde pareciera que casarse es sinónimo de felicidad. La realidad es que el matrimonio más allá del ritual y la fiesta, genera más conflictos de los que uno se alcanza a imaginar.
Estar en pareja impone muchas renuncias, pues ya no se es el mismo estando con otro y mucho más cuando se trata de construir un proyecto en común. Por más que se intente crear una unidad, las individualidades imponen sus preferencias y muchos de los casos que llegan a consulta de pareja, es porque no se logran acordar esas diferencias irreconciliables.
Algunos de los casos que en la clínica de parejas se pueden encontrar, son: personas que plantean su deseo manifiesto de estar en pareja, pero cuando lo están, hacen toda una serie de sabotajes para seguir estando solos; o personas que estando en pareja no se interesan en lo más mínimo en su compañero(a) de vida, pues siguen considerándose el centro. Hay quienes, al haber alcanzado la finalidad de casarse, creen que les va a alcanzar el amor para toda la vida. También se encuentran casos de personas que tienen la expectativa de cambiar a su cónyuge o que éste va a comportarse a su propio acomodo. Otros llevan muchos años juntos en una cómoda rutina que también va acompañada de inconformidad. Otros han hecho del matrimonio un contrato de vencimiento a corto plazo. En fin, el panorama en términos de uniones es diverso, pues cada quien hace lo que puede con sus deseos y expectativas.
Así las cosas, más que hallar matrimonios felices, hay un par de individuos con características muy diferentes intentando entenderse o llevarse bien, muchas de las veces no se logran llegar a “acuerdos” y por lo tanto las parejas se exponen en la cotidianidad, a muchas crisis por resolver. Algunos se interesan por hacer algo y buscan estrategias de ayuda, otros dejan pasar miles de desavenencias llegando a un estado de insatisfacción que desemboca en el colapso personal o de la pareja.
Hace unos días circulaba por las redes sociales un video que dejaba el mensaje “no te cases enamorado” una reflexión que me pareció muy apropiada para deconstruir ese ideal del matrimonio y el amor, porque para decidir estar con otro se necesita más que mariposas en el estómago, se necesita también un estado de conciencia plena, para afrontar con determinación el proyecto de compartir la vida en pareja.
Compartir es una palabra que proviene del latín “compartiri” en donde “com” significa “con” y “partir” significa “dividir”. Un término que habla del acto de Dar al otro, de ofrecer una porción de sí mismo para el otro. Una palabra que nos ayuda a comprender que la vida en pareja sugiere actos de generosidad y entrega, donde si se logra ese estado de intimidad, se puede llegar a compartir la esencia personal con ese otro para aprender y transformarse.
Hablar de matrimonio y vida en pareja no es tarea fácil, mucho menos vivir en pareja, pues cada quien construye un modo común de estar y convivir. Sin embargo hay algo que a mi modo de ver es fundamental en las parejas: consiste en sembrar la capacidad de reinventarse más allá de la formalidad del matrimonio, construir nuevas formas de estar, pues si hay algo permanente que se presenta en la vida es el cambio, y si las personas están en la capacidad de renovarse o abrirse a los cambios que se van presentando en las diferentes etapas de la vida, podrán hallar aprendizajes que harán de sus integrantes seres renovados, dispuestos a crecer y muy seguramente habrá parejas que transitarán un camino elegido con mayor libertad y plenitud, más allá del cliché de ser feliz.
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