La Relación Víctima-victimario, en los seres humanos, está sujeta al tipo de agresión pasiva – defensiva.
La agresión es una forma de vínculo aprendida en la infancia temprana, a través del modelaje de nuestras figuras parentales y del entorno psicoeducativo. Es una conducta innata que se desencadena para sobrevivir cuando se está en peligro. Existe en dos modalidades: la sumisión o el ataque; relación víctima – victimario.
Cuando se oscila entre sentir el miedo e imprimir el miedo; atacar o soportar, no se encuentra el punto neutro y se inicia un lenguaje inconsciente “quiero – no quiero”; “amo – odio”; “sí pero no”. Al final es una manifestación de la neurosis, lo que deviene del modelo de relación amorosa de la cual se apropió en la infancia temprana. Es decir, la manera de amar que el niño entendió, era la correcta.
El victimario provoca estos sentimientos en la víctima y se va gestando la contradicción mencionada y en un brinco psíquico después de la provocación, agrede y se distrae en ello.
Estos conflictos neuróticos aprendidos, en donde se “elige” inconscientemente el camino de la agresión, es el sentimiento reincidente cada vez que la neurosis le “dicta” que está siendo atacado.
¿Qué hacer?
Pues como siempre he dicho: educar el impulso agresivo y conocer de qué es capaz el ser humano y uno mismo.
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