Para mí este es un día muy especial, hoy empiezo a participar en esta importante revista electrónica y mucho agradezco la invitación a incorporarse con este equipo que cada mes se atreve a plantarse ante la hoja en blanco para escribir sobre diferentes aspectos de un tópico tan complejo y controvertido como lo es la infidelidad y aportar elementos para su comprensión, por tratarse de un hecho social de gran trascendencia humana.
Para dar inicio a mi aventura intelectual el tema es “El tercero en discordia” y he de reconocer que en otro caso sería la primera en rechazar el uso de un lenguaje sexista pues el término se restringe a lo masculino. Sin embargo, considero que si bien, la infidelidad también atañe a las mujeres como lo muestran las estadísticas, ha estado más presente en los espacios masculinos a lo largo de nuestra historia.
Podemos ver como desde las mitologías, dioses griegos y romanos eran infieles y no se les reprochaba. Entre la humanidad de carne y hueso, entre hombres con dinero o posiciones estratégicas, así como entre aquellos sin dinero y sin tales posiciones tampoco ha habido serios reclamos por ser infieles; este contexto deja entrever que además de lo anterior, se observa un silencio cómplice de la sociedad y una “naturalización” del fenómeno. Esto se enmarca en el orden social patriarcal vigente hasta nuestros días, lo cual dificulta alcanzar transformaciones contundentes.
Otra constante, es la tendencia generalizada a medir con parámetros diferentes la infidelidad femenina y la masculina. Si indagamos cuál era el papel de las mujeres en la Roma clásica podemos encontrar citas como la siguiente “Si sorprendieras a tu mujer en adulterio, puedes matarla impunemente sin formarle juicio; pero si ella te sorprendiera a ti en cualquier infidelidad conyugal, ella no osará, ni tiene derecho a mover un dedo contra ti.” (Aulo Gelio, 10, 23 - Cultura clásica, consultado 13-09-13)
En el muy famoso Código de Hammurabi, el adulterio de las mujeres era grave y en su Ley 129 señalaba: “Si la esposa de un señor es sorprendida acostada con otro hombre, los ligarán (uno a otro) y los arrojarán al agua. Si el marido de la mujer desea perdonar a su mujer, entonces el rey puede perdonar a su súbdito” (Lara, F.: 2008: 25) En el Código no se menciona el supuesto en el que un hombre sea infiel. Quiero pensar que por ello el saber popular atribuye género masculino al tercero en discordia y me pregunto si éste es en realidad “el malo de la película” como a veces se le denomina; o puede ser el que en cierta forma venga a “salvar” una relación que ya vive en una permanente discordia.
En mi ejercicio de la sociología como profesión, he encontrado que en lo social nada es obvio y quizá la frase "el tercero en discordia" pueda decir mucho sobre la infidelidad o muy poco. Si partimos de considerar que la infidelidad no se presenta de un día para otro y menos a raíz de la aparición de un personaje ajeno, entonces un tercero no necesariamente es el culpable de lo que ocurra entre las dos personas. Más bien la infidelidad es resultado de un proceso que puede durar 2 o 15 años, el tiempo no es el factor relevante y el tercero tampoco, pueden ser la parte visible, pero la causa está en otro lugar, tal vez desde su origen esa relación se constituyó a partir de mitos o estereotipos de lo que se espera sea una pareja.
Por ejemplo, si de inicio la expectativa es que esa unión es “para toda la vida” y que esto se garantiza con un contrato, sea legal y por escrito o tan sólo de palabra, o bien, si se piensa que formar una pareja implica establecer una relación simbiótica. Ambos planteamientos pueden hacer creer que su futuro juntos está seguro, sin darse cuenta que las personas están en constante cambio y por ello las relaciones humanas requieren de atención y cuidado, y de crear cierta magia que las mantenga vivas día con día en la relación cotidiana como forma de contrarrestar la rutina, que es su peor enemigo.
En este contexto, veo la pertinencia de mantener cada quien un proyecto de vida propio, entendiéndolo como el propósito o dirección que alguien determina para sí, y aquí el trabajo representa un elemento central. Decía Karl Marx, filósofo alemán, que si algo distingue al mono del hombre es el trabajo. El amor y el trabajo no tienen por qué ser antagónicos.
En especial las mujeres no tendríamos por qué eliminar el trabajo remunerado en nuestro proyecto de vida, y en muchas ocasiones tendemos a olvidar planes y sueños personales; incorporándonos al del otro o posponiéndolos de forma tal que no los reconocemos, o de hecho no nos identificamos como poseedoras de sueños y aspiraciones propias. Tengo la convicción de que una pareja puede crecer más si desde el inicio acuerdan: ser uno sin nunca dejar de ser dos.
Bajo esta mirada, quizá la presencia de un tercero en discordia pueda ser la oportunidad de contarle al otro –a la pareja, al amante, al amigo, al cómplice, al compañero, a esa persona que es tantas en una sola, esa o ese con la que he recorrido un tramo de mi vida, sea corto o largo– que ese tercero llama mi atención y que deseo que juntos afrontemos ese cúmulo de dudas, y que si no podemos desafiar solos este reto, entonces que vayamos con alguien especialista a pedir su apoyo para ver cómo resolvemos esta situación.
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