“Malo, se tú mi bien” (Fairbairn, 2001). “Los estados de posesión corresponden a las neurosis de nuestra era. Los demonios son para nosotros los deseos bajos y malos, los productos de impulsos que han sido rechazados y reprimidos” (Freud, 1922. Una neurosis demoníaca del siglo XVII).
Se considera como perverso aquel que goza con el mal y con la destrucción de sí mismo o de otro. Cada uno de nosotros encierra su lado oscuro. El término perversión es empleado en psiquiatría y psicoanálisis para designar, a veces de manera peyorativa, las prácticas sexuales consideradas desviaciones respecto de una norma social y sexual. Se ubican dentro de esta definición el incesto, la zoofilia, la paidofilia, la pederastia, el fetichismo, el sadomasoquismo, el narcisismo, la coprofilia, la necrofilia, el exhibicionismo, el voyeurismo, las mutilaciones sexuales.
El fetichismo designa una actitud de la vida sexual consistente en privilegiar una parte del cuerpo (pie, boca, seno, cabellos) u objetos relacionados con el cuerpo (zapatos, gorros, telas, etc.) son tomados como objetos exclusivos de la excitación o el acto sexual.
El fetiche va a proteger al sujeto de la inevitable “falta en el otro” y le ofrece una ilusión de completud. También podría decirse, ofrece un alivio de la angustia de ser castrado. Así el fetiche satisface dos circunstancias: ofrece un goce particular y sostiene el deseo del sujeto.
Es necesario recordar que el síntoma mental (fetichismo en este caso) es un esfuerzo de curación espontánea y desesperada que hace la psique en forma natural. Es producido por algún tipo de conflicto que el sujeto padece y sobretodo desconoce. Este síntoma (fetichismo) tiene un lado de satisfacción de pulsión y otro lado de sufrimiento.
El mecanismo de formación del fetiche es puesto en evidencia por Freud (Fetichismo, 1927) a partir de la elección del objeto como tal. Si se imagina la mirada del niño que va al encuentro de lo que le será traumático, por ejemplo, remontándose a partir del suelo, el fetiche estará constituido por el objeto último percibido antes de la visión traumática misma: un par de botines, el borde de un vestido, en el que todavía se ha podido pensar que la mujer tiene pene. En cuanto a las pieles, simbolizan la pilosidad femenina, último velo tras el cual se podía todavía suponer la existencia de un pene en la mujer. Es decir, se niega la diferencia de los sexos. La elección tan frecuente de las piezas de lencería como fetiche se debe a lo que se retiene en ese último momento del desvestirse en que todavía se ha podido pensar que la mujer no está castrada. (Chemama, R. 1995).
El fetichismo despliega ante la realidad un velo que la disimula, y es este velo el que el sujeto finalmente sobrestima. Hay allí una ilusión, pero una ilusión que sin duda se encuentra en todo deseo. ¿Por qué el velo es más precioso para el hombre que la realidad?
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