En los últimos tiempos se han escuchado muchas voces que presentan, con cierta preocupación, la tendencia de una supuesta descomposición de la familia como consecuencia de la inversión de roles.
¿Cuáles son los síntomas que activan esa alarma acerca del futuro de la situación actual en las familias mexicanas? ¿Son iguales los roles ejercidos en una familia? ¿Pueden ser intercambiados el rol de padre al rol de la madre y viceversa?
Desde tiempos inmemoriales, las familias mexicanas tenían un estilo y una tradición muy acendrada (debía ser aceptada, valorada y sobre todo respetada) respecto a su constitución.
Los roles, es decir, el papel representado por cada miembro de la familia era claro, no se discutía, cuestionaba y menos aún, se cambiaba. Esto es: al contraer matrimonio, el rol del hombre era el de “proveedor único”, quien trabajaba fuera de la casa y ganaba dinero para mantener y sufragar todos los gastos de su familia.
La autoridad era patriarcal, con un liderazgo claramente reconocido en la cima; en consecuencia, este jefe de familia era quien disponía de los dineros “grandes” para invertir en lo que considerara “conveniente”; entregándole a su mujer el gasto semanal para todo lo referente a lo doméstico.
El rol de la mujer era ser “ama de casa”, totalmente sometida y sojuzgada a su marido, cuyo deber era ocuparse de todas las tareas concernientes al hogar: cocinar, lavar, planchar, limpiar etc. y fundamentalmente dedicarse al cuidado y la crianza de los hijos. Era y tal vez sigue siendo hoy, en algún lugar, una sociedad “machista”.
Con el correr de los años, esta situación va cambiando por muchos motivos de los cuales sólo mencionaré algunos: la gran influencia de los países más desarrollados, el acrecentamiento de las necesidades económicas, las conquistas sociales, el voto femenino, la sexualidad disociada de la reproducción y por supuesto la posibilidad de mayor educación de la mujer, produjeron cambios significativos constituidos en “mini revoluciones” en la formación de una familia.
Estas circunstancias han modificado sustancialmente los contenidos de las relaciones de pareja, en algunos casos democratizándose compartiendo la autoridad y la educación de los hijos. Al adquirir la mujer un nuevo rol, se pudo insertar en el ámbito laboral con éxito, enfrentándose a oportunidades anteriormente reservadas sólo para los hombres. Como es de suponer, este nuevo posicionamiento de la mujer condujo a rivalidades y competencias tanto en el hombre como en la mujer.
No podemos negar la existencia un grupo importante de mujeres que trata de encontrar, a lo largo de su vida, el adecuado equilibro entre la realidad familiar y laboral optando por priorizar una o la otra, en función de la etapa y circunstancias en que se encuentra.
Sabemos de muchísimos estudios que enfatizan el vínculo materno en la edad más temprana, como una base sólida para la estructuración psíquica del infante, por lo cual una mujer con empleo fuera de casa se enfrenta inevitablemente ante el dilema “¿tendré que dejar de trabajar? ¿Será compatible mi trabajo con un bebé en casa?”
Supongamos que en un momento dado en la familia el hombre pierde su trabajo y con ello su ingreso económico. El papel de proveedor de la familia queda perdido y con él comienzan los cambios, a veces tan radicales en la vida de la pareja que desajusta los roles en forma absoluta:
Papá se transforma en “amo de casa”, realizando las tareas no habituales como las compras, la comida, la crianza de los niños etc… ¿cuáles pueden ser las consecuencias de esto? Este papá puede tener un serio trastorno de carácter: su autoestima se resquebraja, está enojado todo el tiempo, frustrado, tenso, además puede sufrir depresión ocasionando hasta impotencia sexual.
Mamá es ahora la proveedora del hogar y quien pierde el contacto cotidiano con los hijos. Se cuestiona con decepción ¿qué calidad de interacción puede tener con sus hijos después de trabajar largas jornadas? ¿Le quedarán fuerzas?
Frente a estas realidades expresadas, tal vez, con exageración, la respuesta no es sencilla pues producen serias crisis en la identidad masculina y también en la femenina.
Lo cierto es que lo “unisex” parece se ha convertido en lo “legal”, pero tengamos cuidado. Seamos conscientes que los cambios, cuando no son complementarios y consensuados, pueden generar una confusión dramática y pueden llevar al divorcio y la disolución de la familia.
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