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Miguel A. de León

Falleció mi pareja, ¿cómo se debe llevar el tema si tengo hijos?

Actualizado: 17 ago 2023



Existe algo constante y permanente en la vida: el cambio. Es tan constante que no nos hacemos conscientes de él, a menos que sea un cambio que impacte significativamente en nuestra cotidianidad.

La luz del sol al medio día, aunque parece la misma por pensar que es el mismo sol, de ayer a hoy, no lo es; porque el sol tuvo cambios, porque la tierra se movió, porque quizá hoy aparezcan las nubes. La persona que empezó a leer este artículo no será la misma persona que está por leer el siguiente párrafo y no será la misma persona al terminar todo el texto. Pareciera que estamos rodeados de cambios continuos que no notamos y a los que, de algún modo u otro y sin darnos cuenta, nos adaptamos y acomodamos hasta que se vuelve algo cotidiano y estable, pero ¿qué pasa con los cambios inesperados, repentinos y qué impactan violentamente en nuestra vida habitual?

Todos los cambios tienen una ganancia y/o una pérdida, incluso aunque no sean notorias de manera inmediata o que no sean pérdidas o ganancias obvias. Entre los cambios que pueden impactar violentamente en la vida está la muerte de un ser querido. El primer impacto con la muerte de un ser querido es el efecto de ausencia, lo que puede provocar una sensación de vacío, tristeza y un dolor que, las personas que han pasado por esta pérdida, definen como profundo e insuperable; además de frustración por aquellas cosas que a partir de este suceso se evalúan como faltantes o pendientes con la persona que murió.

Los cambios son encuentros con pérdidas. La muerte es una pérdida e implica un duelo y el duelo es el proceso emocional de adaptación a esta pérdida -cambio y sucede en etapas, de acuerdo a Elisabeth Kübler-Ross (1969):

La primera etapa es conocida como negación, que es la fase en la que todavía no se asimila la pérdida y se niega la ausencia.

La segunda etapa es la ira, esto a partir de evaluar como injusta e inaceptable la pérdida y que se puede generar por la sensación de frustración e impotencia por no poder cambiar las consecuencias de la pérdida.

La siguiente etapa es la de negociación, donde las personas buscan la forma de recompensar y minimizar de algún modo los efectos que puedan resultar de la pérdida, buscando controlar la situación.

La depresión es la etapa en la que se comienza a asimilar el cambio y por esta sensación de falta o vacío se comienzan tener sentimientos de tristeza profunda. Que de acuerdo a su función, esta tristeza será la encargada de descargar y empezar a autorregular nuestro estado de ánimo. Será importante revisar que esta tristeza no se prolongue y afecte significativamente y de forma negativa la funcionalidad de la persona.

Por último, la etapa de aceptación se da principalmente porque, como se dice popularmente “el tiempo lo cura todo” y es el tiempo, entre otras cosas, lo que permite que el proceso autorregulador natural del cuerpo y de la mente funcione y nuestro estado de ánimo se empiece a equilibrar. Se incorpora la pérdida a la realidad.

El duelo puede ser un proceso cansado, tanto física como emocionalmente y cada persona tendrá su periodo personal para atravesarlo. No necesariamente aparecen todas las etapas y en estricto orden. El duelo es personal.

Si como adulto asimilas y trabajas de manera personal y funcional este proceso de duelo, lo podrás tratar con alguien más desde una empatía más cercana. En este duelo de la pérdida del padre o madre de los hijos, incluso aunque los padres estuvieran separados, esta pérdida impactará en el padre o madre que permanece, ya que una de sus funciones será la de contener emocionalmente al o los hijos.

Con los niños es frecuente sentirse en un conflicto al tratar esos temas que se conocen como “delicados”, como la muerte y más cuando es de un ser cercano, en este caso tan cercano como un padre o una madre. Un pilar clave al hablar de estos temas y que quizá pueda sonar bastante obvio es: la honestidad. Sin necesidad de caer en detalles engorrosos es importante hablar con los hijos, a cualquier nivel, desde una postura honesta y directa, pues esto lleva una actitud implícita de respeto hacia ellos.

Una vez que conoces las etapas del duelo, dependiendo de la edad de los hijos, será importante determinar el tipo de estrategia o acción a seguir a partir de esta pérdida. En el caso de hijos pequeños el proceso puede llevarse por medio de juegos, dibujos, cuentos y espacios en los que los niños puedan expresar abiertamente sus emociones y sensaciones. Esto último también puede funcionar con hijos adolescentes; además, con ellos será importante respetar los espacios de privacidad que podrían pedir para estar a solas o con sus amigos y seres queridos más cercanos, así como vigilar las conductas de compensación que puedan generarse para sobrellevar la pérdida, guiándolos para que estas conductas sean constructivas. Con hijos más grandes el proceso se puede llevar más desde el acompañamiento emocional y como soporte mutuo ante la pérdida.

En todos los casos me parece fundamental monitorear cómo va llevando cada uno este proceso, si les afecta significativamente en alguna esfera importante de su vida, destinar tiempo para realizar actividades extras que ocupen la mente, dependiendo de la persona esto puede ser hacer ejercicio, aprender un tema, idioma o destreza nuevos, organizar el cajón o mueble que se tiene arrumbado, pues esto puede ayudar a generar esa sensación de control que se percibe como ausente en la pérdida; y será útil también regresar a las actividades regulares lo más pronto posible, para que esta pérdida se vuelva parte de nuestra normalidad y lo adaptemos a nuestra realidad.

Para cerrar, nunca está de más mencionar que en caso de detectar que esta pérdida está impactando negativamente en el desarrollo personal y en las funciones básicas propias o de los hijos es primordial acudir con un especialista como un psicólogo, para que nos ayude a que esta pérdida sea como la luz del sol al medio día, que se convierte en algo regular de los días y a veces con mayor o menor intensidad o pareciera pasar desapercibida, la añoramos en días fríos, pero siempre tenemos como recuerdo la sensación que nos dejó su calor.

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