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Carolina Grajales Valdespino

Exterminio de niñas y mujeres, un permiso milenario



“En el mundo nos faltan cien millones de mujeres”

Amartya Sen (1990)

Premio Nobel de Economía

Sobre la violencia contra las mujeres se ha escrito y dicho tanto, en apariencia, que todo lo nuevo podría parecer reiterativo. A quienes trabajamos el tema nos encantaría que las violencias terminaran, pero eso es tan sólo una aspiración.

Todavía hay usos y costumbres vigentes y que de tan “vistos” se han vuelto naturales. Atrás quedó aquello de “mi marido me pega lo normal” porque hay formas más complejas de violencias, no consideradas en las ocho columnas de los diarios, como es el exterminio habitual de niñas y mujeres en Asia, particularmente, y en el mundo en general.

En 1990, cuando Amartya Sen escribió que en Asia faltaban cien millones de mujeres, pese a tratarse de un prolífico ensayista galardonado con un premio Nobel, no tuvo trascendencia su denuncia y siguió en aumento el número de mujeres ausentes; especialmente en India y China donde hay más de un tercio de la población mundial, 37% del total de habitantes y comparten como rasgo un déficit de mujeres. Asia tiene un número de hombres anormalmente elevado, lo cual presenta un desequilibrio demográfico sin precedentes. ¿A qué se atribuye este fenómeno?

En distintas fuentes se ha hecho público que, desde hace varios siglos, en Asia y sobre todo en China e India, como parte de tradiciones muy antiguas y arraigadas, se practicaba eliminar a las niñas por vía del infanticidio inmediatamente después de su nacimiento, incluso se decía que en las zonas rurales se las recibía en una cubeta de agua y sus cuerpecitos se desaparecían para evitar problemas de tipo legal, aunque se tratara de un secreto a voces. En China se les ahogaba o eran abandonadas en el momento de nacer. En India, la costumbre era asfixiarla encerrándola en una tinaja de barro, se le metía una golosina en la boca y se le susurraba: “ahora muere y envíanos un hermano” (Marnier, B.; 2007:76)

Con los avances tecnológicos, a inicios de la década de los ochenta, el exterminio se modernizo y con el uso de la ecografía o ultrasonido se llegó a controlar los nacimientos y practicar el aborto selectivo, lo que se ha considerado un éxito para lograr la aniquilación de niñas, sin dejar huella. Sheryl WuDunn, escritora china, comentó en CNN (2010) el testimonio de un campesino: “el ultrasonido es grandioso, no es necesario tener bebés mujeres nunca más.”. Las clínicas privadas de ecografía han crecido como hongos, porque son un enorme negocio.

En varios países de Asia como Pakistán, Afganistán, Nepal, Bangladesh e India, se ha encontrado mayor rechazo hacia las niñas, incluso el marido tiene el derecho de abandonar a la esposa si nace una niña, porque aun cuando sea él quien determina biológicamente si será niña o niño, el castigo social es para la madre. Cabe aclarar que ni todas las familias exterminan a sus hijas y tanto en China como en India la ley prohíbe el aborto selectivo y los gobiernos están activos en revalorizar la imagen de las niñas, pero no consiguen convencer a la población de su valor igualitario. Las autoridades han mostrado que carecen de medios para controlar prácticas médicas clandestinas y las mujeres pueden practicarse varios abortos hasta que puedan parir un niño.

Todo queda en la impunidad. Se ha encontrado que en India suele ocurrir lo señalado principalmente en regiones dominadas por brahmanes de casta superior y en algunos sectores de clase medias donde las niñas representan un obstáculo para su prosperidad. (Manier, B.; 2007) “Criar a una hija es como regar el jardín del vecino”, masculla un antiguo proverbio hindú.

Las niñas son vistas como una “carga” ancestral por la excesiva dote que la familia tiene que pagar cuando una hija se casa y en la edad adulta serán ciudadanas “de segunda”; si tienen educación es la básica, no se les permite tener un empleo y no tienen derecho a heredar, esa es atribución masculina. Hay distintas formas de deshacerse de ellas: una es el matrimonio infantil (niñas de tres años comprometidas con hombres de edad avanzada), aunque tendrán vida marital hasta su menstruación. Otra es el abandono en orfelinatos o practicar el infanticidio “lento” omitiendo vacunarlas, darles menos comida, que hagan trabajos pesados para ir minando su vida. De estas prácticas también está la política de hijo único en China desde 1979 cuyo objetivo era reducir la tasa de natalidad y frenar el crecimiento poblacional, esto se cumplió y la política se acabó en 2015. Fue considerada una flagrante violación a los derechos sexuales y reproductivos.

Todo este escenario muestra que la violencia contra las mujeres no es un mito, es una realidad actual y con modalidades distintas en cada país. Basta con revisar los periódicos para encontrar que en la India una niña de 13 años fue violada por su padre y la azotaron públicamente por no haberlo denunciado; el padre fue perdonado porque estaba ebrio y “no sabía lo que hacía”. En Brasil, una adolescente de 16 años fue violada por más de 30 hombres y el fiscal la re-victimizó en el interrogatorio. En Chile un marido enojado golpeó hasta dejar inconsciente a su esposa y le sacó los ojos. En México, “las violaciones sexuales en Ecatepec, crecieron 300% en cuatro meses”.

Ante este panorama, el futuro de las niñas y mujeres asiáticas es incierto y para las del resto del mundo el pronóstico no es halagüeño. Pero más allá del impacto, impotencia o coraje que surja de conocer estos hechos ¿qué hacer? No hay recetas, los prejuicios y la hostilidad están profundamente arraigados y como las estructuras sociales se convierten en estructuras mentales, los cambios no pueden ser individuales o provenir de las familias. Aquí tendría que haber una participación de gobiernos vía programas educativos y políticas públicas; organizaciones de la sociedad civil, medios de comunicación, iglesias e instituciones internacionales promoviendo políticas a favor de las mujeres, a través de acciones afirmativas e intensas campañas. Por cierto, ha habido algunas acciones… habría que fortalecerlas y ampliarlas.

Esto puede verse como sólo buenos deseos, pero “para construir el futuro hay que soñarlo primero” (Núñez, C.; 1989) y si no soñamos que todo lo visto cambiará, puede ser cada día peor. Por lo pronto, debemos reconocer que la violencia contra las mujeres no es un invento y que el patriarcado es una estructura violenta que atenta contra la “otra mitad del cielo”. Como sociedad, al menos tendríamos que enterarnos y en la medida de cada quien, re-crear mundos posibles, con más armonía y donde nadie sea exterminada (o) y no hacer caso de las voces que desprestigian los Derechos Humanos, sino más bien habrá que esforzarse por respetarlos y educar a las nuevas generaciones para que los hagan suyos. Evitemos que sigan desapareciendo, la única vacuna es la información, la tolerancia al otro y el respeto a su vida.

Referencias:

Manier, Bénédicte (2007). Cuando las mujeres hayan desaparecido. La eliminación de las niñas en India y en Asia. Ediciones Cátedra. Universidad de Valencia-Instituto de la Mujer. Madrid, España.

Sen, Armartya (1990). More than 100 million women are missing. The New York Review of Books, Nueva York, 20 de diciembre de 1990.

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