La experiencia simbiótica con la madre es la matriz fundamental de tener posteriores relaciones afectivas profundas con otras personas. La relación amorosa y de convivencia conyugal es posible solo cuando se ha pasado por esta etapa normal del desarrollo. Esta primera relación afectiva intensa y profunda con otro ser humano se da bajo condiciones muy especiales, de intensa dependencia a la madre dado el desvalimiento del bebé. Esta paradoja de cercanía afectiva bajo condiciones de dependencia, marca la experiencia infantil y suele dejar huellas que aparecen en otras relaciones.
En muchas ocasiones la relación conyugal reactiva sensaciones y sentimientos de la relación original con la madre, generando temores de atrapamiento, de pérdida de libertad y esto sucede cuando el proceso de separación-individuación corrió con algunas dificultades, es decir que persisten impulsos a la dependencia que son fuertemente rechazados por el individuo adulto. Teme depender porque aún existen impulsos de dependencia.
En los casos de fallas en el desarrollo temprano, por la persistencia del patrón simbiótico de la relación original, las nuevas relaciones se suelen dar con características adhesivas. Habitamos en un espacio que será siempre compartido, sin embargo, el sentido común supone que existe un adentro y un afuera siendo así posible diferenciarnos del mundo que vivimos.
Las formas que tiene el sujeto para mantener al otro a distancia, o fuera del espacio compartido, son defensas ante las angustias de intimidad, por ejemplo, desde el alejamiento físico, o el retiro en presencia del otro, hasta la agresividad para distanciarlo. Se rechazan porque afectan el sentimiento de seguridad, de la auto-conservación. Los desencuentros resultan de las múltiples combinaciones que se pueden generar entre el deseo de intimidad, las formas de lograrlo y las necesidades de un sujeto. Por ejemplo, uno de la pareja se acerca en búsqueda de cuidado y el otro responde mediante su deseo sexual. En cada encuentro con el otro, el sujeto se halla expuesto no únicamente a sus contradicciones intrapsíquicas, sino a las que resultan del inter juego con las del otro.
El placer de la intimidad no es indiferenciación, desaparición de los límites, sino afirmación del ser en el encuentro con otro que confirma al sujeto y sus vivencias. Como adultos continuamos requiriendo para nuestra confirmación como sujetos, para la validación de sentimientos, pensamientos y acciones, de que el otro los revalide.
Cuando se enuncian frases como “te siento distante”, “no nos entendemos”, “es como si estuviéramos en mundos diferentes” con todo el dolor y la angustia que encierran, se está diciendo: la soledad en el instante mismo en que se está físicamente acompañado. Añoranza de deseo de intimidad que puede llegar a alcanzar niveles intolerables cuando se siente que el otro está por fuera del alcance emocional del sujeto.
Esto implica un desafío para los participantes quienes pueden acudir a análisis, en donde se sostiene un espacio que pueda ser usado para el desarrollo de una experiencia emocional que inicie el pensamiento y el cambio estableciendo significados en un espacio compartido. El éxito del encuentro de la situación analítica, depende de su construcción en una experiencia emocional y de pensamiento.
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