Para dar continuidad al artículo anterior “Bullying, ¿moda o un foco rojo más para la sociedad?”, quisiera compartir lo siguiente:
En últimas fechas se han generado leyes para frenar y contener situaciones de violencia en las escuelas, principalmente se dio a partir del caso de un menor que falleció producto de una situación de Bullying. La SEP se dio a la tarea de reunir a los gobernadores de cada uno de los estados de la República y dejaron asentada una lista de acciones a observar para que casos como los del menor no se volvieran a presentar.
Escuché, en algunos programas de radio, críticas muy fuertes hacia el gobierno y las autoridades por ser reactivos y no proactivos o preventivos… puede ser que tengan razón. Lamentablemente las cosas en nuestro país tienen un matiz de reactividad: ya ocurrido el problema; ya convertido en una catástrofe… es en entonces cuando se diseñan o implementan planes y programas para resolver el problema en cuestión.
Sin embargo, no podemos quedarnos en una postura crítica parcial. No resuelve nada criticar al gobierno y las autoridades si nosotros no hacemos nada para resolver este problema. Muchos directores de escuelas privados están preocupados por erradicar el Bullying en sus colegios y fomentar una cultura pacifista. Al consultar a especialistas en la materia, unas de las principales preguntas planteadas son: ¿quién tiene el problema? ¿Cómo se puede erradicar el Bullying? ¿Se debe trabajar sólo con los alumnos? ¿Se debe incluir a padres y maestros?
En un estudio realizado en Chile por la psicóloga Carolina Araya, de la Universidad Católica de Chile, se describe que dentro de las creencias perpetuadoras de violencia intrafamiliar se debe hacer una distinción entre “creencias legitimadoras” y “creencias invisibilizadoras”; las primeras están relacionadas con aquellos mandatos culturales reguladores de las relaciones al interior de la familia; justifican, naturalizan y hasta prescriben ciertas prácticas violentas. Estas creencias coinciden con la ideología de los sistemas autoritarios o patriarcales. Algunas de esas creencias son:
• Los hijos deben respeto a los mayores.
• La mujer debe seguir al marido.
• Los hijos deben obedecer a los padres.
• El padre debe mantener el hogar.
• El padre es el que impone la ley.
• Las faltas a la obediencia y al respeto deben ser castigadas.
Aquí, según el aporte de Araya, el respeto tiene un matiz unidireccional pues sólo se considera como obligación del niño al adulto o de la mujer al esposo, dejando de lado la reciprocidad. Se legitiman así diversas formas de abuso, maltrato o violencia; es ahí donde nace el problema pues, en nombre de “una adecuada educación o normas morales”, se incurre en agresiones dañinas para la autoestima de quien recibe dichas acciones y se genera un campo fértil para futuros niños violentos (bulleadores).
Las creencias invisibilizadoras son explicadas como aquellas basadas en información errónea, la cual evidentemente no avala la conducta violenta pero sí favorece contextos que permiten su expresión.
Lo precedente nos lleva a reflexionar fuertemente en el punto de partida para el nivel de escala en la violencia: la familia. Con esta reflexión tenemos una buena y una mala: la buena noticia es que al generar conciencia en los padres de familia y en los maestros como figuras formadoras y educadoras (complementarias) de nuestros hijos, se puede reeducar y trabajar este tipo de creencias, para empezar a contener y más adelante erradicar los niveles de violencia, sufridos actualmente.
La mala noticia es: cuando nos quedamos con una postura de crítica parcial hacia las autoridades y el gobierno, insistiendo en que ellos son los responsables de hacer cambiar las situaciones, seguiremos teniendo una sociedad con unos niveles de violencia cada vez más ascendentes.
Justo por eso, en el artículo anterior puse la imagen del violentómetro desarrollada por el IPN, pues me parece una herramienta clave para, de manera sencilla y clara, el lector pueda darse cuenta en qué nivel de violencia se encuentra. Más importante aún: si tenía la creencia de que, por ejemplo, ciertas bromas o juegos eran sólo eso y no un acto de violencia, aclarar el error.
A manera de cierre me gustaría compartir 3 frases de Gandhi:
“Si quieres cambiar al mundo, cámbiate a ti mismo”.
“Ojo por ojo, y el mundo acabará ciego”.
“Cuida tus pensamientos, porque se convertirán en tus palabras. Cuida tus palabras, porque se convertirán en tus actos. Cuida tus actos, porque se convertirán en tus hábitos. Cuida tus hábitos porque se convertirán en tu destino”.
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