Antes de salir de casa, una esposa, meticulosamente observadora; le recordaba enfáticamente a su marido, presto para salir de casa a su trabajo diario. Que no olvidara usar su alianza matrimonial, pensando; que este símbolo mostraría a todo el mundo que él era un hombre comprometido y por lo tanto inelegible como pareja. Así ella podía estar tranquila, su matrimonio a salvo y su pareja a resguardo de tentaciones.
Nada más lejano de la realidad; precisamente el ser un hombre casado puede ser un estímulo, para hacer que una mujer despliegue sus mejores aptitudes de cortejo, ser casado lo hace aún más atractivo, es el reto perfecto para que una mujer con dudas de autoestima se autoafirme, hacer caer en la seducción al hombre inalcanzable, es un enorme logro mucho más que conquistar a un soltero dispuesto, una potencial relación extramarital asegura que será una situación de mucha adrenalina, tiene un alto potencial de subir la autoestima de una mujer al cielo, tanto más cuanto más encumbrado sea dicho hombre.
Generalmente se trata de un hombre de mediana edad o ya maduro, hombre de éxito social y económico, que en fantasía o realidad puede ofrecer a cualquier mujer, muchas experiencias a la que solo podrá acceder a través de la relación con él. No existe una visión de futuro, no existe inicialmente una expectativa romántica, se trata de una experiencia en el aquí y ahora. La búsqueda es un logro narcisista, a través de la sexualidad, de placer inmediato, como una vía de adquirir a su vez, parte del poder que el hombre tiene, mediante la capacidad que se tenga para hacer que éste hombre la desee y así ejercer un poder sobre su voluntad. A través de esta relación se viven momentos “especiales” ya que, según las posibilidades de cada hombre, justamente porque no se puede ofrecer un futuro o algo más allá que el momento mismo, que se comparte. El hombre suele ser especialmente generoso, contagiado por este momento casi delirante. Así la relación extramarital se colorea con el brillo de la fantasía. Por su parte el hombre es susceptible de sentirse reconocido, confortado, afirmado en su masculinidad cuando piensa que atrae a una mujer diferente de su pareja. La tranquilidad de la pareja ha dejado atrás, aquellas experiencias estimulantes del cortejo de la juventud, ese cortejo que se disfruta solo por el hecho de hacerlo, el hombre joven debe cortejar como parte de su proceso de afirmar y confirmar su identidad masculina, frente a sí mismo y frente a otros hombres, así, al igual que una mujer soltera que puede descubrir experiencias inéditas en la relación con un hombre casado. El hombre también buscara a una mujer casada como reto de poner en juego su capacidad sexual, su atractivo, su virilidad.
Siempre, la pareja ausente paradójicamente estará presente, como regla se establece una competencia, con el afán de robar el amor al rival, se sueña en tener una relación sentimental o sexual, mejor que la que tiene cotidianamente dentro de su matrimonio. Como una manera de triunfar ante el otro poderoso que tiene lo que ese hombre pequeño en su autoestima desea, utiliza a la mujer como peldaño en un intento de superar al rival. O la mujer de esta forma disfrazada de dulzura podrá desahogar sus frustraciones y resentimientos contra aquellas figuras femeninas que siente la dañaron.
El señuelo de amor infiel, es la novedad, cuando iniciamos una relación por definición con otro desconocido, da la posibilidad de abrir un amplio espacio a la fantasía. No existe hombre o mujer que no mantenga una profunda fantasía de un amor ideal; ideal en el sentimiento, ideal en la sexualidad, de modo que esta relación montada en fantasía, da la posibilidad de sentir que se acerca a ella. La relación extramarital tiene ingredientes imposibles de empatar en la relación matrimonial. La pareja anticipa, en la mente, su encuentro con un deseo creciente, que se incrementa ante la imposibilidad de la continuidad de la relación.
Cuando la pareja se encuentra se experimenta la premura del momento ya que por definición es una relación auto limitada con el futuro cancelado, por lo que existe una avidez de beber y apurar el momento que inefablemente se escapara, dejando a la pareja inerme a su realidad de la imposibilidad de continuar la fantasía. Es indudable que muchas veces esa sensación desesperante de perder algo invaluable hace a la persona que pueda voltear su vida al revés, con el propósito imposible de retener dichos momentos; es entonces que el amante desea ocupar el lugar de la pareja matrimonial y quien ahora tiene una doble vida se ve enfrentado a la imposibilidad de mantener la satisfacción a largo plazo en dicha doble vida secreta.
Si la relación permanece en los límites del ideal, es decir si se delimita en el tiempo, se mantiene en la contención afectiva, es una experiencia fundamentalmente sexual corporal y especialmente si termina tan abruptamente como inicio, puede ser una vivencia que paradójicamente pueda vitalizar una relación matrimonial que ya se ha apagado, pues pone en juego la capacidad de amor y de pasión del sujeto que la cotidianidad muchas veces adormece y aun puede terminar sepultando bajo lo abrumador de la responsabilidad y las exigencias tanto del entorno como las autoimpuestas de logro y desarrollo. En donde no pocas veces se ahogó la atracción entre la pareja, atracción que ha quedado en el olvido por desatención y por dar prioridad a otras demandas sociales, económicas, laborales o de otra índole muchas veces escindidas de las necesidades profundas de realización personal. Entonces el redescubrir la posibilidad del amor pasional puede reorientar la vida.
Si por el contrario los amantes ahora en esa burbuja de fantasía se aferran a ella y pretenden hacerla permanente, y empiezan a construir bases que pretendidamente sostengan esa vivencia de placer y satisfacción, como por ejemplo repetir los encuentros con más frecuencia, dedicarse más tiempo, invariablemente aquel contexto sostenido por la fantasía, se va sustituyendo por la realidad. Por ejemplo; puede establecerse, un lugar, un domicilio fijo, se repite el encuentro erótico una y otra vez acortando el lapso entre el deseo y el encuentro, en cada repetición la satisfacción se escapa, muchas veces hasta no quedar nada de la misma, no necesariamente como un efecto inmediato, en el mejor de los casos dura dos y hasta tres años, difícilmente más que eso, si no es que se desvanece en los primeros meses al contacto de la realidad. La sensación de triunfo y alta autoestima, condicionada intensamente por la novedad, una vez que ésta deja de serlo, el ingrediente de aumento de autoestima, poder logro etc. también desaparece.
De modo que poco a poco, así como el efecto de una fiesta desaparece hasta que volvemos a ser quien éramos, como resaca del siguiente día. Si la experiencia no fue lo intensa como para no llevar a provocar cambios definitivos en la vida del sujeto, como una separación o divorcio, un segundo o tercer matrimonio, generalmente ello cuestionará la relación inicial que tendrá que revisarse desde sus fundamentos revitalizándola con la posibilidad de renovarla.
Si por el contrario esta experiencia pone en evidencia graves fallas en la relación de origen, puede que ésta no resista el embate de dicha fantasía y termine desmoronando aquello que ya venía deteriorándose, así, al final de la experiencia solo quedara lo que verdaderamente se tenía. No en balde se le advertía a Ulises no escuchar el canto de las sirenas que podía enloquecer y así perder el rumbo a cualquier hombre.
Claro que queda como recurso volver a empezar y revivir el embriago de una nueva ilusión, para ello ha de buscarse un nuevo desconocido o desconocida de preferencia casado que sepa que un día todo terminara de la misma forma que inició.
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