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Carolina Grajales Valdespino

El machismo: un bumerán para los hombres.

Actualizado: 13 abr 2022


Los hombres tenemos que aprender a refrenar nuestro

temperamento porque si no “perderemos el control de

nosotros mismos” y “haremos cosas que nos pesarán”

Víctor Seidler; 2000: 173).


Hace unos días, llegó a todos los medios la premiación de los Oscar de este año, pero no por las razones adecuadas. Este 2022 la temática era la paz y los contras del machismo (un hecho muy fuerte entre las estrellas de Hollywood), sin embargo, la contundente escena en la que el actor estadounidense Will Smith propina un golpe al conductor del evento, por haber hecho un chiste malo, e incluso grosero sobre la esposa del primero, además de la violenta respuesta del actor, que dejó en absoluto silencio a las personas del auditorio, generando un mal sabor de boca a la audiencia, fue lo destacado de la premiación durante el evento y en los titulares del día siguiente. Claro, que después de la impactante escena, Will Smith recibió el Oscar al mejor actor y al hacer los agradecimientos se permitió llorar y expresar su arrepentimiento, pero el daño estaba hecho y las consecuencias todavía no son claras.


Recuerdo otra escena, en cierto sentido semejante, donde el futbolista francés Zinedine Zidane, en 2006 pegó un cabezazo en el pecho a un jugador italiano como respuesta a un insulto sobre su hermana, al más puro estilo de los comentarios que se dicen entre adolescentes. Los admiradores del popular jugador explicaron que se trató de un “golpe de sangre” que le hizo perder el juicio y, “a la larga, la Copa. (…) La excusa es que ningún ser humano puede resistir los impulsos más bajos cuando la sangre se le va a la cabeza. Es una justificación muy francesa…” (Castillo, R.; 2006).


En ambos casos, los varones perdieron el control de sí mismos -como dice Víctor Seidler- y también perdieron, dentro de su carrera profesional, para el actor… está en riesgo de perder el premio Oscar por su furia descontrolada y en cuanto al futbolista, estaba en la cúpula de su carrera y sería contratado por múltiples firmas deportivas, todas lo rechazaron por hacer tal exhibición de violencia y falta de control en sus emociones.


Estas escenas muestran una fase del machismo que cada día que podemos observar en varones de todas las nacionalidades, profesiones, edades, clases sociales… en fin, en ámbitos tan diversos como extensos. Es una característica de masculinidad hegemónica o tradicional que se vuelve tóxica, la misma que se relaciona con la cultura de la desigualdad, en la cual los hombres (se supone) mantienen el control para sentirse con poder, aunque cotidianamente podemos observar que eso no siempre es cierto.


Todo esto en el contexto del patriarcado, definido por Adrianne Rich (2019) como: “el poder de los padres: un sistema familiar y social, ideológico y político con el que los hombres—a través de la fuerza, la presión directa, los rituales, la tradición, la ley o el lenguaje, las costumbres, la etiqueta, la educación y la división sexual del trabajo—determinan cuál es o no, el papel que las mujeres deben interpretar con el fin de estar en toda circunstancia sometidas al varón”. Es decir, se trata de una estructura violenta que crea un orden social simbólico por la vía de mitos y creencias, como única ordenación posible y algo fundamental, es que consolida la posición subordinada de las mujeres y de otros hombres considerados con menor poder.


El machismo es una de las formas visibles del sistema patriarcal, es un tipo de pensamiento muy enraizado en múltiples culturas y se presenta de muchas formas: a través de prácticas, discursos y comportamientos que se conciben como “naturales o inherentes” del hecho de ser mujeres u hombres. En este caso nos interesan los que “deben” predominar en los varones, para comprender porque tienen actitudes que les llevan a perder el control de sus emociones y así echar abajo años y hasta décadas de trabajo y fama, todo para dar respuesta a otro varón que le dice alguna broma o insulto, (con premeditado conocimiento sobre la respuesta que estimulará). “Ser hombre de verdad” contempla varios atributos, entre ellos competir y triunfar en enfrentamientos que implican ciertos grados de violencia. (Michael Kimmel; 2013)


Desde la época de la Ilustración: movimiento intelectual que inicia en el siglo XVII y fenece con la Revolución francesa en 1789, con Kant a la cabeza y las teorías sociales dominantes en Occidente, la racionalidad se ha considerado un atributo masculino, asociada a la elaboración sistemática del pensamiento, el conocimiento… es decir, hay una vinculación de la masculinidad con la razón y la separación entre razón y naturaleza (la mente contrapuesta al cuerpo y la cultura a la naturaleza), lo que ha funcionado para “apartar al hombre de sus emociones y sentimientos, que constituyen una amenaza a su identidad de hombre y, por consiguiente, para alejarlo de su vida emocional. Aprendemos a desdeñar las emociones y los sentimientos como signos de debilidad (…) Esto crea tensión constante, pues la masculinidad es siempre algo que tenemos que estar dispuestos a defender.” (Seidler, Víctor; 2000: 16) y Michel Foucault añade que “hemos aprendido a desdeñar la imaginación, los sueños y las fantasías como formas de “sin-razón” (Op. Cit. P. 17)


Y así vemos cómo estas masculinidades están sustentadas en el patriarcado, a partir de una construcción social e histórica que varía de una cultura a otra y se transforman con el avance del tiempo de las sociedades y de los propios varones, pero siempre están conectadas con el poder. De ahí que nacer hombres es nacer con privilegios y disfrutar de prerrogativas. En esta condición se construye una posición de superioridad jerárquica que se pone a la defensiva y reacciona con violencia cuando se enfrenta a alguna crítica, insulto sexista relacionado con su clan (familia), pues el varón considera que “ser hombre de verdad” implica proteger a quienes considera de su propiedad, sobre todo a las mujeres como: esposa, madre, hermana, hijas, pero también a “sus países”, de ahí la factibilidad de las guerras, que por lo general son impulsadas por los varones.


Las nuevas masculinidades pretenden alcanzar relaciones equitativas por la vía del consentimiento, que conduzcan a una horizontalidad, pero cambiar nuestro contexto: implicará siglos, dado que el primer paso, será darse cuenta de la necesidad de hacerlo -y- por otra parte, los cambios sociales y culturales son lentos, porque generan grandes resistencias y los varones no son la excepción. Si bien, muchos tienen información sobre las consecuencias negativas del machismo en su interacción social y sus graves consecuencias, sin embargo, no es fácil perder un conjunto de privilegios y pasar a un estatus de igualdad, pues esto conlleva pérdida de poder e implica mayores responsabilidades en la instauración de una sociedad en búsqueda de mayor justicia, equidad y con perspectiva de género. Por ello, decimos que las prácticas machistas: se vuelven un bumerán para los varones.


Referencias:


Castillo, Roberto (2006). “El golpe de cabeza de Zidane”

Kimmel, Michael. (1999) “La masculinidad y la reticencia al cambio.”

Rich, Adrianne (2019). Nacemos de mujer. La maternidad como experiencia e institución. Traficantes de sueños. Mapas.

Seidler, Víctor (2000). La sinrazón masculina. Masculinidad y teoría social. Programa Universitario de Estudios de Género. Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social. UNAM.


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