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Sofía Villar

"El lugar del hombre mal tratado".


En los últimos años hemos sido testigos de campañas publicitarias encaminadas a prevenir la violencia hacia la mujer, la creciente visibilización de esta problemática ha hecho que más mujeres hablen y denuncien casos singulares en los que han sido objeto de abuso, opresión y discriminación.

No podemos negar que esta difusión y reconocimiento de los diferentes tipos de violencias, han generado mayor sensibilización sobre las situaciones de vulneración que padecen muchas mujeres, sin embargo, en ese esfuerzo por reconocer a la mujer en todos sus derechos, pareciera haber quedado relegado el hombre, al prevalecer el imaginario de la mujer posicionada en el lugar de víctima y el hombre en el lugar del agresor. ¿Pero qué sucede cuando estos roles se invierten y surgen dinámicas relacionales donde el hombre es quien ocupa este lugar de mal tratado?

La idea de un hombre víctima de violencia genera un monto de incredulidad, pareciera ser difícil admitir que el llamado sexo “fuerte” o el “macho alfa” pueda ser objeto de agresión por parte del llamado “sexo débil”.

Socialmente no esta tan bien visto que un hombre diga: “mi mujer me pega” “o mi esposa me maltrata” “o mi hija me trata como un inútil”. El hombre al ser dotado de fuerza física se le ha atribuido la creencia “que puede defenderse” pero ¿qué ocurre cuando un hombre no dispone de la misma fuerza emocional y es invisibilizado, desconocido en sus ideas o es anulado en su forma de ser? Allí se ejercen otras violencias invisibles que son necesarias interrogar.

La violencia no es exclusivamente física, también hay violencias con graves efectos emocionales, morales y psicológicos. Algunos estudios revelan que la violencia ejercida hacia los hombres es de tipo emocional y psicológico, y aunque son mínimos los casos de denuncia, no quiere decir que la violencia se presente con menor frecuencia, es muy probable que muchos de los hombres que evitan denunciar estos casos, son esclavos del temor, el miedo o quizás la vergüenza a ser señalados socialmente.

Se podría pensar que muchos de estos hombres sufren en silencio, temen denunciar y al evitarlo, optan por asumir mecanismos como ocultar, denegar, admitir gritos, ofensas y agresiones que terminan erosionando su ego. Estas cadenas invisibles generan daños físicos y cicatrices emocionales que van marcando las diferentes esferas de la vida, conllevando un progresivo deterioro que puede ser mortal. Son casos que requieren ser tratados oportunamente por profesionistas expertos para brindarles la legitimidad que necesitan.

Se requiere promover mayores espacios sociales que den apertura a la comprensión de las múltiples violencias de géneros, espacios idóneos que habiliten a las personas a denunciar las violencias sin distinciones polarizadas o estereotipadas. Es necesario interrogar nuestros prejuicios, pues si seguimos atribuyendo la violencia hacia un sólo género, de manera pasiva seguimos ejerciendo violencia al negar la posibilidad de construir escenarios vinculares que promuevan el respeto por las diferencias con sus sufrimientos singulares.

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