En 2007, se registraron 595 mil 209 matrimonios y la edad promedio en los hombres fue de 28.1 años y 25.3 en las mujeres. Se registraron 77 mil 255 divorcios, lo cual se traduce en 13 divorcios por cada 100 matrimonios.
Estas estadísticas son contundentes y dejan mucho que analizar, y lo interesante para el tema que nos atañe sería el conocer cuántos de todos los casos que ahí aparecen fueron por causa de una infidelidad. En un artículo preliminar (¿Es sencillo perdonar una infidelidad?), exponía que una infidelidad:“no es una razón para terminar una relación, si pensamos que destapa y pone al descubierto carencias, errores y fallas por donde escaparon aquellos sentimientos que dieron origen a un proyecto en común”, sin embargo cuando la decisión es separarse, dicha elección conlleva un doloroso y fuerte golpe emocional para los miembros de la pareja no importa quién lo pida. Un divorcio afecta en el plano emocional, personal, profesional y en la autoestima misma, porque nos lleva a experimentar sentimientos de fracaso, confusión, frustración y tal vez de rechazo, inclusive culpa por no haber consolidado la relación y que ello hubiera evitado la infidelidad, estos sentimientos también pueden despertar inseguridad con respecto a la posibilidad de reconstruir una vida en pareja.
Otros sentimientos como el miedo, la angustia, el enojo y la depresión se tornan una constante en el día a día de quién está pasando por un proceso de divorcio y sus pensamientos en consecuencia tienden a ser pesimistas, contradictorios, severos con un tono de auto reproche que distorsiona la realidad que se vive y en ocasiones el futuro. La intensidad y la duración de estas emociones varían de acuerdo a las condiciones en que se generó la infidelidad y de los recursos emocionales con los que cuenta cada persona.
Pero vayamos más allá y revisemos que puede llevar a una persona a ser infiel además de las razones obvias, es decir, enamorarse de un tercero cuando ya se tiene una relación “estable”, alguna aventura o la búsqueda de alguien que cubra carencias que se están experimentando en la relación actual. En pláticas cotidianas llegamos a conocer historias en donde alguna persona cercana a nosotros sufre por este tema o se encuentra ante un dilema de este tipo, e incluso nos podría llevar a preguntarnos como manejaríamos una situación así, si esta nos ocurriera.
Ciertas personas parecen estar predestinadas a enamorarse o involucrarse con alguien comprometido(a), o tolerar el que su pareja constantemente los esté engañando, es como si preexistiera una confabulación inconsciente entre los tres y justo el tercero(a) perjudicado(a) puede elegir negar la realidad y no querer darse cuenta. La respuesta a ello se encuentra a nivel inconsciente en donde encontramos que una relación evoca fantasías de fases tempranas del desarrollo en particular la etapa edípica en donde la relación con nuestros padres determinará de manera significativa nuestras relaciones futuras, lo esperado es que se dé una resolución que nos permita vincularnos sanamente, de ahí que una persona que es infiel desconoce que permanece atada a deseos inconscientes que la llevan a mantener lazos patológicos con sus primeras figuras de amor.
De acuerdo a lo anterior sabemos que la base de nuestras relaciones se halla en la interacción que tuvo una madre con su hijo, desde esta perspectiva cuando se entra en un triángulo amoroso se puede decir que se despierta una fantasía de encontrar lo que no se ha obtenido desde esa simbiosis: amor, libertad y la posibilidad de ser independiente. Dicho en otras palabras, los objetos internos que introyectamos se convierten en un referente o guía interior que serán la base para el establecimiento de relaciones posteriores y así es como se van estructurando, incluidas las de pareja.
Este referente interno de personas u objetos contribuye a que el individuo sea relativamente libre, autónomo y respetuoso de un mandato o ley social si existió una adecuada intervención de éstas figuras en particular de la madre, a quien concierne establecer un ambiente lleno de amor, protección, constancia y ser predecibles para permitir el desarrollo de la confianza básica o seguridad, ya que estos componentes son los que un niño necesita para estar preparado y enfrente con éxito las primeras demandas del mundo. Lo anterior traducido en etapas posteriores, facilita las relaciones de una persona consigo misma y ayuda que sea menos dependiente de los demás, más seguro. De no ocurrir un proceso como el descrito, uno de los desenlaces es que un amante represente una alternativa, una salida falsa que va en un sentido inverso al camino esperado.
Especular sobre el porqué, cómo, cuándo y en qué momento se aparece el deseo de trasgredir el vínculo que tenemos con nuestra pareja y creer que a través de esto nos podemos sentir liberados, se da cuando nuestra pareja es colocada inconscientemente en el lugar de la madre o del padre.
Con esto no pretendo marcar una opinión fatalista, ya que sólo estoy abordando una parte del tema, al contrario, lo que intento lograr es dejar una reflexión en el lector sobre la importancia de revisar estas áreas de la personalidad en un espacio analítico cuando el impulso de desear al hombre o a la mujer de otra persona es una constante en la elección de pareja. Para cerrar creo conveniente señalar que es necesario elaborar todos los sentimientos que la ruptura conlleva, ya que a veces se cae en el error de iniciar una nueva relación porque creemos que ya estamos listos o completamente recuperados, lo previo puede ir generando a la larga un desgaste emocional que va a impactar directamente en la autoestima. Ahora bien, si en la relación hay hijos, ellos también pueden salir muy lastimados.
*Las opiniones contenidas en este artículo son responsabilidad del autor.
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