El siglo XXI fue declarado por la ONU como el siglo de las mujeres.
En la segunda mitad del siglo XX se observó el inicio de dos fenómenos sin precedente en nuestro país:
el ingreso de las mujeres a la educación superior y su acelerada inserción en los mercados de trabajo. Esto representó un gran adelanto, sin embargo, no se convirtió de forma automática en verdaderos cambios en la condición de las mismas tanto en el ámbito privado como en el público.
Así vemos cómo un segmento considerable de mujeres en la sociedad mexicana ha tenido progresos en las últimas décadas, estos se traducen en el ejercicio de derechos reconocidos; la visibilidad de logros alcanzados; en lo relativo al acceso a la educación, al trabajo y la conquista de muchos espacios que tradicionalmente eran ocupados por hombres (sobre todo). Sin embargo, las mujeres no somos un colectivo homogéneo, tenemos especificidades muy concretas y existen diversos aspectos que afectan de forma diferenciada a cada una. Estos constituyen un freno para la valoración social en toda la extensión, de ahí que la exclusión y la discriminación sigan vigentes, pues por lo general hay una brecha salarial que implica percibir ingresos menores que los hombres y una menor influencia en la toma de decisiones privadas y públicas.
De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT; 2016), en el mundo (incluido México) las mujeres reciben 77% del equivalente del salario de los varones; y trabajan tres días más que ellos por mes. Si en el siglo XX se alcanzaron derechos, en el XXI, la desigualdad laboral es el componente más perjudicial de la condición femenina. Añade, esta investigación, que la brecha salarial entre ambos géneros, sigue ampliándose y señala que la tasa de desempleo femenino va en aumento; una de las razones es que las mujeres no pueden trabajar por falta de espacios especializados y seguros para dejar a sus hijas e hijos. La OIT recomienda generar una estructura que permita gozar de este derecho de cuidado infantil a las trabajadoras, aunque también debiera contemplar la responsabilidad masculina, porque los está eximiendo.
En el ámbito laboral actual se tiende a la pérdida de derechos para los trabajadores, en general; pero bien sabemos que si a los varones les pinta mal el panorama, para las mujeres se dificulta más todavía, tanto en el empleo precario como en los espacios de poder. Podemos ejemplificarlo con las maquilas que se instalaron en el Norte de México desde mediados de los años sesenta y que fueron ellas quienes ocuparon esos empleos. “Nadie mejor que las mujeres, con su mano de obra barata y su escasa experiencia laboral, para trabajar en las maquiladoras.” (González, Ma. Luisa; 2004) Sin embargo, a partir de la década de los años noventa, frente al estancamiento económico, los varones consideraron como opción de trabajo las maquiladoras y fueron desplazando a las trabajadoras hasta ocupar más de la mitad de la planta laboral, entrando incluso en ámbitos considerados tradicionalmente femeninos, como la costura. (Pp. 265-272)
Respecto a la idea de que ellas pueden ocupar puestos de alta jerarquía en las empresas o en la política, los medios de difusión masiva tienden a promover una ilusoria imagen sobre la “enorme participación femenina” cuando aparecen dos o tres mujeres importantes en un mismo ámbito; dando la impresión de que el acceso está abierto para todas. Con tales exageraciones, referirse a situaciones de discriminación reales pareciera obsoleto; como sería el caso del denominado “techo de cristal” (Burín, Mabel; 2001). Sin embargo, existe y se trata de una superficie superior invisible en la carrera laboral de las mujeres, difícil de traspasar; genera obstáculos para las mismas a través de dificultades y barreras, no visibles, no declaradas ni escritas, por ello imperceptibles, pero les impiden acceder a las jerarquías de toma de decisiones. Cuanto más poder y responsabilidad conlleve el puesto, mayores obstáculos. La realidad demuestra que el techo de cristal no se ha roto y refuta esa quimérica imagen de centenares de mujeres en empleos de gran responsabilidad y prestigio.
Algunos ejemplos: una legisladora comentaba que los tiempos legislativos eran masculinos, pues ella tenía hijos pequeños y como estaba todo el día sin verlos disfrutaba llevarlos a la escuela y revisar sus tareas, estas actividades eran incompatibles con las citas para desayunar a las 8 de la mañana o las reuniones en restaurantes o bares después de las 21 horas; su insistencia en cambiar los horarios resultaba intransigente para sus compañeros. Ella terminaba no asistiendo, lo cual la dejaba fuera de los acuerdos.
Una joven profesional de una empresa transnacional tampoco podía hacer compatible su vida familiar con su trabajo, pues las reuniones de capacitación para ella y sus pares se hacían de jueves a domingo en lugares cercanos a la Ciudad de México como Querétaro o Morelos, pero muy lejanos de su casa. No siempre podía asistir, por lo que se iba rezagando y su avance en la jerarquía laboral se estrechaba. Pensemos en instituciones con mayor prestigio, poder y dinero para reconocer que en esos lugares no están las mujeres como titulares: la Secretaría de Hacienda, el Banco de México, la Presidencia de la República, la Rectoría de las grandes Universidades, la Bolsa de Valores…
Sí, es cierto, los roles se han modificado… por cuestiones económicas. Las mujeres se han insertado y se insertan cada día más en los mercados de trabajo, dejando de ser el hombre el único proveedor. Sin embargo, los cambios culturales han sido mucho más lentos en cuanto a las relaciones de poder en la casa y en el espacio público de trabajo femenino, y más que “empoderarlas” de inmediato, para algunas se ha convertido en dobles y triples jornadas y prevalece la auto explotación por tratar de ser “una mujer perfecta”, lo que ha incidido en la salud de muchas. Reitero, ha habido avances en nuestro ejercicio de derechos y algunos se cumplen, pero socialmente se sigue obstaculizando que las mujeres tomen decisiones sobre su tiempo, su cuerpo, sus sueños y su proyecto de vida, así, la desigualdad laboral sigue siendo real y un enorme reto en este siglo XXI.
Referencias:
Burín, Mabel y Meler, Irene (2001). Género y familia. Poder, amor y sexualidad en la construcción de la subjetividad. Paidós. México.
OIT (2016). Las mujeres en el trabajo. Tendencias.
http://www.ilo.org/global/publications/books/WCMS_483214/lang--es/index.htm
UNESCO (2016). https://news.un.org/es/story/2016/03/1352051
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