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Carolina Grajales Valdespino

De orgasmos fingidos e infidelidad femenina


Es común decir que las mujeres fingen orgasmos, te has preguntado ¿por qué creerán que es importante fingirlos?


Alguien comentaba que las mujeres también son infieles… por supuesto que pueden llegar a serlo, son humanas. Pero a diferencia de los varones, que pueden gritar a voz en cuello su infidelidad y no faltará quien les festeje ese hecho en pleno siglo XXI, a las mujeres se les estigmatiza, sanciona y puede costarles hasta la vida. Aclaro que de ninguna manera justifico la infidelidad ni para unas ni para otros, porque finalmente constituye una traición a una promesa de exclusividad emocional y sexual hecha a otra persona, independientemente de si está respaldada o no por un contrato.

La infidelidad constituye un hecho histórico y responde a una construcción social acorde a diferentes épocas; su lógica expresa los cánones del sistema patriarcal que aplica una doble moral respecto a la sexualidad: en el marco del sistema jurídico vigente se promueven castigos concretos (físicos o simbólicos) para las mujeres y, frecuentemente, legitima la infidelidad masculina, considerándola como un agravio menor. Esta desigualdad se da con el surgimiento de la familia monogámica, que fue la primera forma no basada en condiciones naturales, sino de tipo económico ante la necesidad de asegurar la naciente propiedad privada; contrario a lo que pudiera pensarse, no fue fruto de un amor sexual individual. Esta organización social otorgó la supremacía del hombre en la familia, dejando a su servicio a la mujer y asignándole el poder sobre ella, la prole y los bienes. De esta manera se asentó la necesidad de fidelidad por parte de la mujer a toda costa, para tener la certeza de que los hijos fueran suyos, y con ello, la seguridad de que la herencia quedara en su propia estirpe. La familia individual empezó a convertirse en la unidad económica de la sociedad. (Engels, F.; 1974: 247) Cuando alguien se vive desde esa posición de poder, actúa como un ente superior y puede caer en el grave error de pensar que por ese sólo hecho merece todo; puede ir por la vida con la convicción de que nada tiene que hacer para ser aceptado. Entonces ¿para qué “ganarse” a las otras personas? En este marco de “superioridad asignada” se supone que los hombres saben todo sobre sexualidad y que “enseñan” a las mujeres. ¿Será cierto? Los hombres deben comprender que tienen mucho que lograr si se involucran desde otro lugar con las mujeres, reconociendo su posición de privilegios en donde los coloca este sistema patriarcal al que tanto hacemos referencia en este espacio.

En un evento médico ginecológico, la mayoría de asistentes coincidieron en que, durante sus largos años de consulta habían atendido una diversidad de mujeres provenientes de múltiples ámbitos y gran número de ellas referían sentir dolor al tener contacto sexual; las y los médicos hicieron hincapié en que, luego de la revisión y análisis se trataba de mujeres sanas; también encontraron que son muy escasas las que dicen haber sentido un orgasmo y la mayoría vive la experiencia sexual como una obligación. Llegaron a la conclusión de que el problema era precisamente: la falta de estimulación sexual que conduce a una escasa o nula lubricación vaginal (penetración en seco). Después de lo anterior podemos decir que los varones tendrían que cambiar la interacción con sus parejas y un auto-diagnóstico para valorar que tanto estimulan a sus compañeras sexuales sería ¿cuántas acciones realizan entre el inicio de la relación sexual y la penetración? Por ejemplo: si hay tres acciones podemos imaginar a una mujer muy poco lubricada, casi, casi un hola y bien cabría el dicho “a lo que te truje…”; si en cambio pensamos en 14, 15, múltiples acciones: un saludo, una mirada, un juego, algún ritual, un recorrido de ambos cuerpos con una pluma (de ave) o una flor descubriendo sus zonas erógenas, bailar… el límite es la imaginación conjunta.

Esto daría oportunidad de empezar a disfrutar y descubrir juntos que la relación sexual es un diálogo, puede ser un divertido juego, en fin, otro modo de comunicación y de disfrutar la vida.

Quizá si los hombres se bajan de su nube patriarcal y se vinculan con ellas de otra manera, se las “ganan”, las mujeres que consideran importante fingir orgasmos para hacer sentir bien a su pareja, podrían dejar de fingirlos porque ahora si habría orgasmos y lograría ser también una especie de vacuna para prevenir la infidelidad.

Referencias:

Engels, F. (1974). El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Obras escogidas, tomo III. Editorial Progreso.

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