En uno de sus escritos, el célebre Sigmund Freud, padre de la Psicología y el Psicoanálisis nos anuncia: “comenzamos a amar para no enfermar” …
Esta necesidad de amar y ser amados comienza desde que nacemos. Es el otro, la madre, o el subrogado materno quien nos va a ayudar a que podamos lentamente integrarnos psico-emocional y afectivamente.
Esta integración es gradual y es la que imprime la comprensión de nuestras primeras figuras de amor que nos devuelven con su cuidado, con su aceptación y valoración una mejor imagen de nosotros mismos, poniendo en marcha nuestra autoestima, pues es un inter-juego de amor recibido, pero también amor entregado.
La autoestima que implica quererse y respetarse a uno mismo hace que uno pueda llevar una vida satisfactoria.
En la medida que nos aman esta autoestima se refuerza y al estar satisfechos se arma un entramado, un tejido psíquico que va a acompañarnos y que nos va a facilitar un fluido con nuestros vínculos familiares, sociales y luego con nuestra pareja.
Cuando nuestro amor propio nuestra autoestima es baja, nos sentimos empobrecidos, vacíos desplazados y a veces hasta deprimidos.
Carlos, un joven padre de familia comentaba con mucho dolor que después de 15 años de convivencia “tuvo” que separarse, pues su mujer le fue infiel y él reconoció que no lo pudo sobrellevar y superar, a pesar que ella le pidió de todas las formas posibles que la perdonara.
Carlos enfermó. Dijo sentirse herido en su “amor propio” y eso lo condujo a un desgano general, no solo en su aspecto personal, sino que también repercutió en su falta de motivación laboral.
Aquí se ve claramente como su autoestima, su amor propio ha quedado empobrecido, sin esa vitalidad que lo caracterizaba antes de ese suceso.
Es en su terapia que fue comprendiendo algunos aspectos de esta depresión, de sus síntomas y de la baja de su auto-estima.
Ese cruce de la fidelidad a la infidelidad provocado por su esposa tenía además una resonancia con su pasado familiar en donde un día recuerda el sufrimiento de su madre por las “andanzas” de su padre. Con este recuerdo infantil olvidado, más el vínculo terapéutico, es que pudo darle un sentido a estos síntomas que lo atormentaban y bloqueaban.
Conforme uno va creciendo en el análisis de la vida personal, se va comprendiendo la propia historia, y se va fortaleciendo nuestro auto-conocimiento.
Y, uno se puede preguntar: ¿para qué sirve ese autoconocimiento?
Conocerse siempre trae beneficios, saber cuáles son las fortalezas, las cualidades, los defectos y las debilidades, hace sentir más seguro/a en la vida, tomando decisiones coherentes con lo que pienso, con lo que digo y con lo que hago para no reforzar todo aquello que me limita, que produce síntoma, enferma y nos hace infelices.
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