La postura judeo-cristiana, que nos rige moralmente en la mayoría de las sociedades modernas, respecto al rol de la mujer, establece que la mujer no está completa si no tiene a un hombre a su lado.
Esta creencia ha hecho que las mujeres que terminan una relación sentimental recurran casi de inmediato y sin vivir el duelo correspondiente, a la búsqueda de una nueva relación que le de complitud a su existencia.
Por otro lado, la revolución social de la mujer y su incursión en diferentes esferas de la sociedad, ha trastocado este ya tan trillado rol, dando lugar a diferentes modelos de familia.
Esta situación sociocultural ha derivado en el fomento de las relaciones co-dependientes que han florecido y a su vez han causado que las personas se entreguen plenamente a estos círculos viciosos que dañan la autoestima y minan las posibilidades de ser feliz.
La felicidad es efímera y sin el constante planteamiento de metas por lograr, se vuelva casi inalcanzable. ¿Se puede ser feliz sin un compañero de vida? La respuesta es sí. Se pueden sublimar las necesidades fisiológicas y emocionales mediante la colocación de la libido en otra cosa. Por ejemplo: el trabajo, los hijos, alguna actividad recreativa o académica, etc.
En conclusión, la felicidad no es algo que podamos disfrutar toda la vida, es necesario experimentar la ausencia de la misma para entonces darle el justo valor a los momentos plenos de nuestras vidas. Podemos ser felices sin una pareja incluso sin hijos, pero sólo se logra si aceptamos nuestra realidad y aprovechamos nuestras fortalezas para resignificar nuestro paso por esta vida.
“No existe felicidad como fin, sino que es un estado en el que suceden cosas buenas y malas, pero se aceptan como parte de la vida”.
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