En nuestro tiempo, la función económica del matrimonio sigue siendo importante. Unirse representa muchas veces una tentativa múltiple, una de cuyas finalidades es facilitar la existencia material.
Este aspecto no puede desdeñarse: la organización administrativa, los problemas de vivienda, de ingresos o de distribución de tareas, especialmente familiares, incitan poderosamente a organizar una comunidad entre dos. La corriente psicoanalítica puso en evidencia el papel determinante de las primeras relaciones del mundo del niño con su entorno, relaciones cuya perturbación limita las posibilidades de un desarrollo armonioso.
Los roles y funciones que se le adjudican a los hombres y a las mujeres, dentro del matrimonio, se aprenden en el hogar de origen y en el contexto cultural en que crecimos. Tanto el hombre como la mujer pueden llegar al matrimonio con expectativas preestablecidas de lo que será su rol como cónyuge y con los hijos. Por tanto, es muy importante confrontar estas expectativas con su pareja, puesto que la falta de congruencia en este punto puede causar conflictos en el matrimonio. Lo primero que habría que decirse aquí es que no hay papeles predeterminados para el esposo y la esposa dentro de la vida matrimonial. Cada miembro de la pareja debe evaluar los roles y expectativas que tiene frente a su cónyuge y ajustarlos a las necesidades reales de la pareja.
Tradicionalmente, el hombre se definió como el proveedor de todo lo necesario y la mujer como la que se quedaba en casa, encargada del cuidado de los hijos y de las mil tareas domésticas. Como consecuencia, el hombre aprendía que no tenía responsabilidades en los oficios domésticos ni en el cuidado de sus hijos, pues esas eran cosas de mujeres. La mujer por su parte, aceptaba además que ella era la que debía atender al esposo. Eso fomentaba una división muy drástica entre las actividades masculinas y femeninas dentro de la relación matrimonial y traían un desbalance poco sano al matrimonio. En algunos hogares, aún en épocas actuales, la mujer tiene que trabajar muchas horas, sin goce de salario, sin derechos y sin ese tiempo personal para sentirse contenta. Todavía hay quienes no consideran el trabajo doméstico como propiamente un trabajo, sino como una obligación que tiene la esposa en el matrimonio.
Hoy en día, por el contrario, la sociedad reconoce que el hombre y la mujer participan por igual en el campo laboral fuera de casa y el trabajo doméstico, aunque no es siempre remunerado, es visto como un verdadero trabajo. Asimismo, los hombres están tomando conciencia de que también ellos deben participar por igual en los oficios domésticos, tradicionalmente asignados a las mujeres. El matrimonio es un contrato que tanto el esposo como la esposa asumen. En éste vienen ciertos privilegios y derechos, pero también vienen ciertas responsabilidades, obligaciones y tareas y no hay manuales que especifiquen cuáles tareas debe hacer el hombre y cuáles la mujer.
El que la mujer esté naturalmente mejor dotada para realizar ciertas tareas en el hogar, no impide que el hombre pueda aprender a hacerlas. El hogar, el matrimonio y los hijos no son sólo de uno, sino de los dos. Cada miembro de la pareja debe evaluar los roles y expectativas que tiene frente a su cónyuge y ajustarlos a las necesidades reales de la pareja. Comunicación clara y precisa es siempre una herramienta importantísima en este proceso. En la práctica clínica de las terapias de pareja, la actividad más importante del terapeuta consiste habitualmente en favor de la comunicación entre los compañeros.
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