El concepto de infidelidad varía según el nivel de estructuración psíquica individual y de la cultura en que se está inmerso.
Tiene bases en la relación objetal, es decir cómo el niño vivió la relación con mamá y papá. Esto lo ubica en el espacio representacional y en el espacio intrasubjetivo. En la cultura occidental hay una fuerte exigencia de exclusividad en las relaciones de pareja, especialmente en el terreno sexual. Cualquier pérdida de esa exclusividad es considerada como una terrible deslealtad.
Todo vínculo de pareja se tensiona con los desacuerdos, las crisis, los sentimientos de invasión. Se relaja gracias a la comunicación funcional de la pareja y con los encuentros sexuales satisfactorios. El circuito relacional se tensiona cada vez más y uno de los dos triangula la díada. Por ello, el interrogante terapéutico está dirigido a develar las motivaciones conscientes e inconscientes para la triangulación y que se hallan en el intercambio histórico de la pareja.
Los significados de la infidelidad en las relaciones de pareja a considerar son:
La infidelidad para evadirse del objeto que invade: el deseo erótico, constitutivo de la relación amorosa, es vehemente por la fusión íntima, por el deseo de ser cuidado, protegido y entendido; pero a la vez es una amenaza de pérdida del sí mismo, lo que genera una poderosa ansiedad y la necesidad de escapar del objeto invasivo a través de la misma vía: las relaciones sexuales con un tercero.
En este caso, lo que lleva a la infidelidad no es la necesidad de satisfacción sexual con un tercero, sino el carácter imperativo de la ansiedad que le produce el sentirse dependiente y absorbido por su pareja. La dependencia expone al peligro de ser explotado, maltratado y frustrado.
La infidelidad para llevar a la reparación: el establecimiento de la pareja implica un acuerdo inconsciente sobre la mutua satisfacción de deseos infantiles, la satisfacción de las necesidades y la reafirmación de la autoestima. El modo como se cohesione este acuerdo le otorga una particularidad a la pareja.
La infidelidad aparece, en este caso, para vengarse del compañero a quien se le acusa de traicionar el acuerdo tácito de la pareja. Por ejemplo, la disposición y la atención de ella debían compensarse con la atención y disponibilidad sexual de él. La búsqueda erótica del tercero sirve como protesta ante la indiferencia sexual de su pareja. El infiel busca la manera de ser descubierto por su cónyuge para que el reclamo sea tenido en cuenta y así, obligarlo a reparar la falla al acuerdo inconsciente inicial.
La infidelidad para no ver como real al objeto de amor: la conservación de la individualidad de un miembro de la pareja y la lucha por lograr la distancia óptima entre ambos pueden ser experimentadas como amenaza de pérdida y desengaño. El infiel se defiende, con su infidelidad, de la angustia que le produce verse obligado a renunciar al objeto totalmente satisfactorio del enamoramiento y busca perpetuar las ilusiones narcisistas, que en última instancia impiden que el sujeto establezca un verdadero compromiso con otras personas y con las gratificaciones que estas proporcionan.
La infidelidad para sobrevivir al abandono: una sola relación profunda y duradera es vivida como una amenaza, el sujeto asume la infidelidad como una medida de precaución frente a la angustia intolerable de la pérdida del objeto de amor.
Los celos son un temor de pérdida reeditado que está en el lugar de miedos y ansiedades infantiles de perder al objeto de amor.
¿Quién es el objeto real o imaginado que amenaza al celoso? Este es un objeto elegido por el vínculo, bien sea real o ficticio, aportado por el celoso o señalado por el infiel. Podemos enumerar algunos movimientos circulares de los celos y de la infidelidad que los provocan:
1. El celoso ve a los terceros como intrusos que quieren dañar la armonía de la pareja, y atribuye a su cónyuge la deslealtad de conceder espacios a otros que vienen a quebrantar la complementariedad del acuerdo inconsciente que los constituyó como pareja.
2. El infiel provoca los celos de su pareja para reasegurar su autoestima, esto es obtener el reconocimiento necesario para la supervivencia de sí mismo. En tanto el celoso escinde la representación de su pareja y atribuye lo malo al rival, al objeto de sus celos desvalorizándolo. Esta desvalorización es un intento de destruir en sí-mismo el objeto persecutor y una escaramuza para mantener a salvo la cohesión del sí-mismo. Aunque es perturbadora la idea de compartir sexualmente a su pareja, el énfasis no está puesto en la exclusión, sino en la liberación de la angustia de la invasión del sí-mismo. Al cónyuge engañado le resulta más llevadera una relación ambivalente. Paga el precio con el tormento de los celos a cambio de un compañero infiel que no lo absorba o devore con un compromiso intenso.
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