En el proceso de crecimiento y durante la vida todos tenemos ideales a los que nos gustaría llegar. Trabajamos y luchamos para intentar ser parecidos a nuestros héroes, a las personas que admiramos o parecernos a aquellos que nos son muy especiales. Nos regimos por lo que las tradiciones dicen que es bueno, valioso y exitoso. Tenemos ciertos ideales cuando somos pequeños, y tenemos otros ideales cuando ya somos mayores, estos ideales nos ayudan a dirigir los valores y normas que necesitamos en la vida cotidiana.
El matrimonio como norma e ideal del imaginario social, es uno de esos lugares en los que nos es importante aterrizar. Crecemos con la idea de buscar una pareja adecuada para el amor y el casamiento que sea ideal, perfecta y que pueda tener todos los bebes que se quieran para vivir juntos para siempre.
Visto así, llegar al matrimonio es cumplir un ideal matizado de expectativas positivas, donde se cree que todo será color de rosa.
Una de las verdades del compromiso matrimonial es que es un proyecto hermoso pero difícil, que contiene un sinfín de vicisitudes que generan conflictos y crisis que bien manejadas permiten su permanencia a largo plazo, o no. Quien mire a una pareja que se lleva bien y que parece ser perfecta desearía ser ellos, imaginando que es el lugar perfecto. Qué envidia se genera cuando esto sucede…
Si este proyecto no sale bien, existen alternativas. Se busca mejorar y quizá, valdrá quedarse a pesar de cierto grado de sufrimiento o, se puede pensar en deshacer el compromiso adquirido donde la pareja está pasándola muy mal, pues hoy en día existe la posibilidad del divorcio. Así, de que los adultos involucrados decidan que es mejor aceptar estar solos y regresar a status de solteros.
Es muy popular hoy en día que los adultos vivan solos, que cada uno tenga su casa y que así se establezcan diferentes formas de interacción de pareja. Un estilo diferente donde cada quién cuida su hogar, y solo se comparte el espacio vital por ratos.
Tan bueno vivir solo como en pareja. Ambas situaciones tienen lo suyo, y lo curioso es, como dice la cultura popular que los que están dentro del matrimonio desean salirse y se imaginan la vida de solteros como una panacea, y los que están solteros desean meterse al matrimonio porque vislumbran en el matrimonio la solución completa a sus problemas donde el bienestar los impregne.
Lo que si es cierto es que ambas situaciones suelen parecer encantadoras, pero son difíciles y tienen sus retos y sus dificultades. Hay parejas que se establecen y que logran equilibrio entre la intimidad y la soledad, y hay solteros que logran lo mismo.
Una soledad en pareja no es fácil de manejar, este es un sentimiento doloroso y de difícil movimiento, en cambio una soledad sin pareja tiene otros retos. Los adultos que no viven físicamente en pareja generan en los que los miran cuestionamientos acerca de cómo es posible estar bien si se está solo. Y aquí habrá que diferenciar entre la soledad de vida y la soledad que agrede, que por ser impuesta es más difícil de asimilar. Finalmente, si el pasto del vecino es más verde, nos estamos enfrentando con una forma de entender las dificultades de cada estilo de vida, sin que ninguno de los dos sea mejor que el otro.
¿Tú qué opinas?
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