La sociedad y cultura patriarcales nos ha
socializado para competir entre nosotras,
pero podemos trasgredir el mandato y
decidir ser aliadas y hacer pactos
La competencia y enemistad entre mujeres no es un tema nuevo, es un hecho histórico que desde siglos se ha visto como algo “normal” y casi como parte de nuestra biología o naturaleza humana, lo cual es absolutamente falso, pues se trata de un hecho aprendido y más bien conveniente para el sistema patriarcal, razón por la cual es bastante promovido. Lo podemos ver desde los cuentos infantiles, llenos de hadas y mujeres dulces que son atacadas por mujeres malas hasta las novelas y películas donde las encontramos en confrontación constante: las jóvenes contra las viejas, las pobres contra las ricas, las no agraciadas contra las bellas… en fin esa es una situación casi permanente, y poco se muestra cómo las mujeres también son aliadas unas de otras.
Es cierto que en la realidad cotidiana puede observarse la competencia, pero no es una verdad absoluta, pues no se trata de dogmas, sino de situaciones que ocurren como parte de una socialización que ha naturalizado este fenómeno.
El antagonismo entre las mujeres, representa un gran triunfo para el patriarcado, definido por Dolors Reguant (2007: 113-157) como una forma de organización política, económica, religiosa y social basada en la autoridad del varón, en la que se da el predominio de los hombres sobre las mujeres; del marido sobre la esposa: del padre sobre la madre y la prole, y de la línea de la descendencia paterna sobre la materna.
Por su parte Victoria Sau (2000) señala que el poder del patriarcado persiste y seguirá cohesionado a partir de mantener divididas a las mujeres. El orden social no cambiará mientras el colectivo de mujeres no recupere la condición de sujeto, y al mismo tiempo alcanzará una identidad social y política. Para Celia Amorós el patriarcado está construido por pactos entre los varones.
Esto, que parece tan teórico, lo trasladamos a nuestra vida cotidiana sin mayor problema y nos juzgamos y criticamos entre nosotras a partir de prejuicios o consignas aprendidas. Hemos de reconocer que a veces hay falta de lealtad en nuestras actuaciones contra otras mujeres y de otras mujeres hacia nosotras.
Recuerdo, no hace mucho, pasé por un lugar donde una mujer estaba hablando sobre el origen de los derechos de las mujeres y mi primera intención fue pedir la palabra para hacer precisiones y en cierta medida refutar lo que ella decía pues para mí, había confusión en su discurso. Afortunadamente respiré profundo y medité ¿qué ganaría con mi intervención? ¿qué quería demostrarle y para qué? ¿y cómo se sentiría ella? Tuve el acierto de no decir nada y retirarme del lugar.
Esta experiencia me hizo pensar en la facilidad que tenemos las mujeres para competir con otras y la pregunta sería ¿para qué? Para cumplir con los mandatos patriarcales que se expresan con tanta facilidad en los dichos populares “mujeres juntas, sólo difuntas”, “la peor enemiga de la mujer es otra mujer” y otras ideas semejantes, y también en nuestra vida cotidiana, cuántas veces hemos escuchado algo así: “Fulanita es inteligente, pero está gorda” o como decía una secretaria “a las jefas mujeres no les sirvo café, sólo a los jefes”.
En la construcción de la identidad hemos de reconocer una característica fundamental: la diferencia. Como humanidad somos diferentes, “cada cabeza es un mundo” reza el refrán. Mujeres y hombres somos diferentes, igual sucede entre las mujeres, la diferencia de cada una se concreta en su individualismo enfrentado en relación con las otras.
Como señala Marcela Lagarde (1992: p. 3) es tal el despropósito, “que la separación entre yo y la otra se convierte en distanciamiento (…) Cada una encarna la mala temible para todas las demás; (…) lo común es anulado y sólo queda entre las mujeres aquello que las separa” como el grupo de edad, la clase social, la belleza, el estatus, la relación con los hombres, el poder, es decir lo que está en la base de lo que se ha denominado “su enemistad histórica”.
También podemos darnos cuenta que establecemos relaciones amistosas y de confidencialidad con gran facilidad, pensemos cuando estamos en una sala de espera, empezamos a hablar hasta de cuestiones íntimas con una desconocida o cuando ocurre algo importante corremos a contarlo a la mejor amiga o al grupo de amigas y somos capaces de comunicamos situaciones y aspectos que para muchos hombres sería muy difícil compartir. Esto ocurre con algunas mujeres en nuestra vida cotidiana porque coincidimos en ideas, actividades, retos y sin mucho pensarlo, nos sentimos muy satisfechas asociadas con otras mujeres y establecemos nexos de gran complicidad como si fuéramos amigas de toda la vida por compartir infinidad de cosas.
Recordar que el “divide y vencerás” está presente todo el tiempo en las relaciones patriarcales, esto debemos considerarlo para crear relaciones constructivas con otras mujeres. ¿Por qué no intentar aplicar la sororidad? Término que viene del latín soror, “hermana” o su contracción más conocida “sor”. La Sororidad para Carmen Alborch (2002), se trata de “un pacto entre mujeres”, es decir, ofrecer un acompañamiento con las otras mujeres, hacer propuestas en colectivo.
Por ejemplo,
1). Reconocer que nuestros fenotipos son lejanos a los estándares de belleza impuestos por patrones ajenos, podríamos dejar de juzgar a otras por su peso, estatura, color de piel “es morenita, pero está bonita”.
2). Evitar criticar por el estilo de ropa, maquillaje o el peinado. Cada una tiene diferentes gustos.
3) Luchemos contra comentarios misóginos que ponen en duda la capacidad de una mujer y señalan que obtuvo un puesto de poder “porque quien sabe qué dio a cambio”.
4). Omitamos comentarios sobre la decisión de las mujeres sobre su maternidad y su cuerpo, si una decide no ser madre, ser madre soltera, volver a embarazarse… cada una decide sobre su cuerpo.
Recordemos que la incertidumbre sobre nuestra propia autovaloración, nos hará desconfiar de la valía y méritos de las otras. Podríamos hacer un esfuerzo por decidir ser aliadas, cómplices y hasta defensoras de otras mujeres a través de pequeñas acciones cada día, lo cual se traduce en grandes pasos. ¿Por qué no probar y aliarnos sororariamente entre nosotras?
Referencias:
Alborch, Carmen (2002). Malas. Rivalidad y complicidad entre mujeres. Aguilar. Colombia.
Amorós, Celia (1987). “Espacio de los iguales, espacio de las idénticas. Notas sobre poder y principio de individuación”. Arbor, Madrid. Tomo 128, No. 503, (Pp. 113-127).
Lagarde, Marcela (1992). “Enemistad y sororidad: hacia una nueva cultura feminista.” Isis Internacional, Ediciones de las mujeres (17), pp. 55-81.
Reguant, Dolors (2007). Explicación abreviada del patriarcado. Universitat de Barcelona.
Sau, Victoria (2000). Diccionario ideológico feminista. Tomo I. Icaria. La mirada esférica. Barcelona.
Muchas gracias por sus palabras 😘
Hola profesora, un gusto leer este excelente artículo, muchas gracias por compartirnos.😀
Muy buen artículo Doctora, saludos sororidarios
Hola profesora.gusto en saludarla.cierto lo que escribe.gracias por enviar
Lo reitero, un gustazo leerla profesora. Saludos