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Jorge Rafael Martínez

Como inocentes en medio campo de batalla.


Ante las repercusiones que pueden generarse a partir del rompimiento de un acuerdo mutuo de fidelidad en la pareja, no es prescindible omitir aquellas que se direccionan hacia el caso de los hijos que fueron resultado de esa relación. Es sabido que los hijos, sobre todo los niños, dependen emocional y económicamente de las acciones, decisiones y actitudes de los padres, donde ante las condiciones de vida que se vayan presentando...

Los hijos van forjando una conducta impregnada de valores, costumbres y hábitos que son transmitidos por los adultos y de los que se irán apropiando.

No obstante, es ineludible el hecho de que se conciba como una ruptura de ese fluir de cotidianidad, de emociones, de normas que se desencadena a partir de una infidelidad por parte de alguno de los miembros de la pareja. Esto es, el niño acostumbrado a una forma de regir su vida, se encuentra abruptamente ante la necesidad de enfrentar un proceso que, debido a la falta de acuerdos mutuos de sus progenitores, afecta directamente su vida y la percepción que tiene, incluso, de sus propios padres. En un plano micro-social y aparentemente sólo emocional, los hijos que viven una infidelidad entre sus padres, parecen sufrir una especie de primer “desencantamiento del mundo” o, en este caso un “desencantamiento de su mundo”. Lo que genera indudablemente reacciones desesperanzadoras en el plano individual. Asimismo, es necesario revisar más allá de los factores psicológicos e individuales para afrontar el peso de lo social, del ethos por el que se rigen los actores que viven un fenómeno de infidelidad y la cosmovisión que fluctúa dentro de la cultura en la que se vive. Más allá de juzgar el acto mismo de la infidelidad y las razones emocionales, psicológicas, culturales y sociales, es imprescindible reparar en los posibles daños que se causen a los actores inmediatos, actores dependientes en muchos planos de las decisiones de los padres. Si bien es necesaria la reestructuración de las percepciones, ideas, valores y/o acciones por parte de los padres, también es fundamental buscar una solución estructural a las posibles reacciones de los hijos.

Indudablemente, la situación no es determinante, ni se da igual para todos; no obstante, es condicionante y hay que ser sensibles al meditar sobre las acciones que decidan tomarse, pues, es evidente que, a partir de haber experimentado una ruptura de cotidianidad, de percepción y de vida, los pensamientos futuros y acciones futuras se verán invadidos por las experiencias pasadas. Lo adecuado sería encontrar un acuerdo donde las negociaciones que se lleven a cabo para encontrar una solución ante el acto y la problemática, estén encaminadas a disipar las turbulencias de la relación y a no expandir hacia los hijos más tratos y acciones ambiguas, carentes de sentido, sumamente acongojantes y muchas veces incomprensibles.

La familia es inexorablemente la primera puerta al mundo de los individuos, las primeras formas de socialización y aprendizaje. Cabría comenzar a cuestionarse desde los fundamentos y las primeras bases cuáles son las sintonías y las realidades de los integrantes de una pareja que pretende comenzar a forjar una familia. Cabría negociar desde el inicio las formas de relación y los verdaderos intereses. Cabría ser lo más honestos posibles al momento de indagar sobre las interacciones que se planean y los deseos que se tienen. Cabría comenzar a reestructuras los significados de una relación y de los conceptos sagrados de fidelidad y amor. Cabría reparar en todo esto para evitar rupturas emocionales y sociales dentro de un núcleo, primeramente, de dos individuos que deciden compartir su vida para así evitar, dentro de las posibilidades reales, ocasionar estragos directos y desencantamientos del mundo en los posibles hijos que se puedan generar de esa relación.

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