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Carolina Grajales Valdespino

"Año nuevo... a reestrenar tu cuerpo desde otra mirada".



“Año nuevo… a reestrenar tu cuerpo desde otra mirada”

El cuerpo femenino como lugar primario para la operación de diversas formas de poder.

Reflexión a partir de Michel Foucault.


En la década de los noventa, desde la Organización de las Naciones Unidas (ONU), se llevó a cabo una amplia campaña cuyo lema era “Mi cuerpo es mío”; locución coreada por las mujeres en manifestaciones por todo el planeta y no faltó quien cuestionara la frase: ¿cómo que tu cuerpo es tuyo? Claro que es tuyo… eso es obvio. Un ejemplo de respuesta a las múltiples violencias contra las mujeres y por ello sugiero observar nuestro cuerpo desde otra mirada. Desde las Ciencias Sociales hemos aprendido que nada es obvio en la sociedad y por ello hay que analizarlo. En las últimas décadas ha surgido gran interés por investigar sobre el cuerpo humano, como respuesta a las diferentes expresiones sociales que denotan la preocupación por tener “cuerpos perfectos” o realizar transformaciones mediante tatuajes, perforaciones o implantes. Convirtiendo así al cuerpo en el espacio “más cercano” para perturbar el orden establecido. Ante él se confrontan el conservadurismo y posiciones más progresistas, hasta libertarias, en el sentido de disponer libremente sobre algo que se supone sólo es tuyo. Aquí hay una situación muy especial. Aunque grites a voz en cuello “Mi cuerpo es mío”, no falta quien te haga dudar, pues hay empleadores e instituciones que pueden discriminar a quien tiene tatuajes o empresas donde la exigencia es que las mujeres usen implantes. Por ello la campaña de la ONU era razonable. Ante estas situaciones surge la pregunta ¿soy dueña o no, de mi cuerpo? Porque si no es así ¿entonces de que soy dueña? Si es ese bien que poseo para sentir gozo, sentimientos, dolor, vivir… es de lo único que tengo la certeza de que me pertenece. Sin embargo, en la realidad cotidiana las mujeres hemos tenido muchos aprendizajes de lo contrario, citaré algunos ejemplos:

Ahora que han pasado las fiestas decembrinas, observemos los regalos para los niños: pelotas, automóviles, aviones, robots, armas. A las niñas: muñecas, casa de muñecas, juegos de cocina, cunas, juego para tejer, estuches de maquillaje… Aquí se muestra una clara división por género de los juguetes. Para ellos el movimiento, el mundo, la vida pública; para ellas los juguetes no son un simple juego, subyace la intención de entrenarlas para que en el futuro se conviertan en esposas, amas de casa y madres. Más que un juego es un entrenamiento y una expropiación social de su cuerpo, porque con el realizarán esas tareas. El mensaje es que su cuerpo no les pertenece, se trata de un cuerpo social y a través del juego les es asignado el espacio privado, relacionado con el hogar, las familias, el cuidado y atención de su prole y marido. Otras formas de mostrar la imposibilidad de apropiarse de su cuerpo son las “caricias” o ser tocadas sin su consentimiento. Va desde eso hasta una violación y hay quienes han perdido la vida por el sólo hecho de ser mujeres. A esto se le denomina reificar y se traduce en otorgar condición de objeto a una persona, pues se le despoja de la consideración de humana al reducirla a la materialidad o carnalidad (Muñiz, Elsa; 2002). Las mujeres reificadas son vistas sólo por una parte de su cuerpo: “genitales”, “piernas”, “senos” … haciéndolas susceptibles de ser ignoradas, violadas, agredidas y en caso extremo asesinadas.

La expropiación social del cuerpo de las mujeres se advierte claramente en los “usos y costumbres” de algunos pueblos. Generados a partir de creencias basadas en valores, prácticas u ocupaciones asignadas a uno u otro sexo, se van construyendo en determinadas culturas y momentos históricos. Muchas veces no se sabe bien de dónde provienen o porque se realizan, pero se siguen repitiendo de manera acrítica. En ese proceso la subordinación de las mujeres se ha mantenido con el apoyo de símbolos y argumentaciones religiosas, científicas, jurídicas…

Una muestra de usos y costumbres la encontramos en países como Sudán y Somalia que por sus religiones tienen prácticas como la denominada “circuncisión femenina” (que no lo es) o extirpación del clítoris. Una rutina muy antigua y brutal, que se realiza a las niñas y no tiene una clara explicación del por qué existe; se atribuye a motivos religiosos o interés sanitario (aunque es casi una norma practicarla en condiciones de absoluta falta de higiene). De acuerdo con Teresa Döring (1991) la clitoridectomía fue un procedimiento popular recomendado y excesivamente ejercida por reconocidos médicos europeos y estadounidenses en tiempos tan recientes como finales del siglo XX (pag. 88). Esto se ha convertido en una costumbre que representa identidad étnica para millones de mujeres y algunas de ellas han perdido la vida o el disfrute de su sexualidad, añade Döring. Hay quienes, parafraseando a Freud, lo consideran “envidia del clítoris” por ser el único órgano del cuerpo humano cuya excepcional función (hasta ahora conocida) es la producción de placer. Tendemos a pensar que en nuestro país estamos más allá de estas violencias contra las mujeres, pero no es cierto. En la región de los Tuxtla en Veracruz, hace pocos años fui a dar un Taller comunitario, en la orilla de la carretera vi a un hombre mayor con una niña de aproximadamente 12 años y pregunté a mi acompañante y guía qué estaban haciendo. De forma cortante contestó “la está vendiendo” ¡cómo! “si, para el servicio, para lo que requieran”. Pero ¿por qué? Pregunté “es la costumbre” dijo y se acabó la charla. Llegando a mi destino traté de indagar más, me sentía indignada e impotente y se me dijo que ese tema no podría ser tratado en el Taller y me recomendaban olvidarlo, hacer mi trabajo y ya. Igual ocurre en algunas zonas de Chiapas, Tlaxcala y otros estados. Hay múltiples ejemplos de cómo el cuerpo de las mujeres no les pertenece tanto como suponen. Lo vemos en el mundo de la publicidad donde los cuerpos son tratados como mercancía, se exhibe a las mujeres casi desnudas para la venta de bujías, bebidas alcohólicas, automóviles… se presentan modelos absolutamente lejanos a la realidad, que afecta la autovaloración sobre todo de adolescentes y jóvenes que pueden caer en desórdenes alimenticios (anorexia/bulimia) o cirugías estéticas con tal de tener esos cuerpos “perfectos”, estereotipados e irreales. Hay situaciones que podríamos considerar “menores” en donde las mujeres se ven obligadas a usar tacones altos, vestidos o faldas como en algunas empresas o en escuelas de educación básica, lo cual vuelve a corroborar nuestra conjetura inicial. El cuerpo de las mujeres se devalúa y se presenta como un cuerpo para los otros, como objeto de deseo y fetichismo sobre el cual se ejerce violencia simbólica. Aprovechemos que estamos estrenando año para también estrenar cuerpo, adueñándonos de él mediante su conocimiento y aprobación. Decidir primero si quiero cambiarlo y hacerlo a través de métodos sanos y si no, aceptarme como soy y reconciliarme con lo único mío y que me acompañará hasta el final del año y de la vida y entonces sí, poder gritar muy fuerte: ¡Mi cuerpo si es mío! lo amo y lo cuido.

Referencias:

Döring, María Teresa (1991). Expropiación de la sexualidad de la mujer.

http://132.248.9.34/hevila/TramasMexicoDF/1991/no2/8.pdf.

Muñiz, Elsa (2002). Cuerpo, representación y poder. México en los albores de la reconstrucción nacional, 1920-1934. Universidad Autónoma Metropolitana. Unidad Azcapotzalco. Miguel Ángel Porrúa Grupo Editorial. México.

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