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Raúl Miranda

Autoestima y aceptación: aprendiendo a no compararse con otras personas


Cuando se sueña con una pareja, cuando la fantasía se convierte en ensoñación, es inevitable caer en el lugar común de los príncipes y las princesas. La mayoría de las personas sueñan en un ser ideal que les permita a su vez adentrarse en este mundo ideal y a la vez soñarse a sí mismo de manera ideal; ¡si yo tuviera pareja; sería feliz! ¡me imagino alguien que me ame, para quien yo sea lo más importante en su vida!, solemos escuchar desde el diván psicoanalítico.

Desde luego; alguien que me guste, muy atractivo, que me haga sentir bien, alguien que me escuche, alguien atento, cariñoso, buen amigo, detallista, inteligente, afectuoso ……

Las personas hablan de lo que esperan recibir, aunque pocas veces dicen lo que pueden ofrecer, muchos sienten que lo merecen, para otras es un anhelo secretamente guardado porque lo dudan. La experiencia de la vida nos obliga a ser realistas mediante la decepción, tanto más alto vuela la fantasía, más dura es la caída. Cuando la persona se decepciona de su pareja, queda con un sentimiento de estafa; ¡yo que dí tanto!, y a cambio no recibí nada. La expectativa era de ser colmado de atención, afecto, obsequios de toda índole, respeto, consideración, apoyo todo englobado en esta palabra sobrevaluada en nuestros tiempos Amor. Y en la ecuación de la decepción, las sumas van a un solo lado y las restas del otro. ¡Di amor, cariño, toda mi vida y no recibí nada!

Curiosamente ambas partes en una pareja, se expresan de manera semejante. Entonces, si ambos sienten haber dado de más y recibieron de menos, ¿Qué pasa? aquí las sumas y restas no cuadran, entre lo que se da y lo que se recibe hay una discrepancia y aparece la sensación de haber sido timado.

Solo en el terreno de lo subjetivo pueden salir las cuentas. Decía mi padre: que dinero llama dinero, y contaba la siguiente anécdota. Un sujeto, escucha este refrán de boca en un buen amigo; así reflexionando intentaba inútilmente atraer con sus monedas de pequeña denominación, las grandes monedas de un coleccionista, quién las sacaba al sol después de abrillantarlas cuidadosamente, aquel pobre sujeto tiraba y tiraba monedas y siempre las perdía. Así, frustrado le reclama a su amigo. No es cierto que dinero llama dinero, mira lo que me ha pasado, y aquel le responde: si pero el grande llama al chico. Máxima que los banqueros conocen bien, prestan dinero a quien no lo necesita.

Así es, la relación entre el amor y la autoestima, quien tiene una autoestima alta recibe innumerables ofertas de amor, aquel que se siente poca cosa y anhela, aunque sea un poquito de amor generalmente no recibe nada e incluso todo lo contrario, recibe maltrato y repudio. Cuando una persona se encuentra en esta situación invariablemente “ve” que el jardín del vecino es más verde, se compara con los demás en un juicio siempre con un saldo desfavorable. Cuando alguien anhela, aunque sea un poquito de atención, saldrá de casa y mirara que a su alrededor todos tienen quien los acompañe, vera como se toman de la mano, como se sientan y charlan en la banca de un parque, las familias se acompañan y él o ella son los únicos seres solitarios en el mundo, es una sensación abrumadora, la autoestima ésta en los suelos, la depresión se vuelve melancolía, al punto de no apreciar la propia vida.

Las fantasías que antaño recreaban un mundo donde se encuentra al príncipe, ahora se vuelven dolorosas, hay un príncipe, un compañero, una pareja, amor para todos excepto para él o ella. Por ello la mejor inversión es invertir en sí mismo. Pero eso es muy egoísta alguien puede objetar.

Cuando una persona dedica su esfuerzo, sus recursos, energía, tiempo, su vida en una palabra en lograr convertirse en quien se desea ser, siempre y cuando sea una meta realista, decantada de las idealizaciones inalcanzables, y por ello estas son unas palabras dedicadas a quienes su destino no fue nacer, ni príncipes ni princesas , la mayoría de las personas ni lo somos ni lo seremos, de modo que con dedicación podemos conciliarnos con lo que somos, conociendo nuestros talentos, desarrollándolos, aceptando nuestras limitaciones.

Por esta ley de sumas y restas, en cuanto más satisfechos estamos con nosotros mismos, más alta será nuestra autoestima al punto que deja de importarnos, entonces no soñamos, con cuanto deseamos o podríamos recibir sino que podemos compartir lo que tenemos en abundancia, amor y alegría de vivir, podemos obsequiar

generosamente porque cuando encontramos la fuente de la misma, es inagotable y de este modo sin proponerlo recibiremos afecto compañía y todo lo que se enmarca cuando decimos amor, pero solo será cuando no nos haga falta.

Cuando todo lo deseado podamos regalarlo; primero a nosotros mismos y después a quienes nos rodean.


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