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Carolina Grajales Valdespino

¿Amor romántico o el príncipe que no existe?



“Si soy tan inteligente…

¿Por qué me enamoro

Como una idiota?”

Gabriela Acher (2003).


¡El amor, el amor! Ninguna emoción ha hecho correr tal cantidad de tinta para marcar hitos de la historia, novelas, poemas e inspirado tantas pinturas… es ese gran motor que mueve a las personas con sueños e ilusiones, y transforma proyectos de vida, pero ¿cómo surge y qué es el amor romántico?


El sentimiento que predomina en Occidente, tiene como modelo ideal el Romanticismo y según Denis De Rougemont (1976) su origen está en el siglo XI con los trovadores provenzales exacerbando el amor desgraciado, porque el amor feliz no tiene historia, sólo el amor amenazado y condenado puede ser exaltado. (P. 79) La misma época cundo los dirigentes de la Iglesia tomaron la decisión de imponer su idea de la institución matrimonial, un sistema que perdura hasta hoy, pese a las crisis que históricamente ha sufrido el mismo, y donde la cultura amorosa está heteronormada.


A través del amor romántico, se nos enseña a relacionarnos con base en las ficciones y anhelos que creamos; aprendemos el deber ser mujeres y hombres y marca también los modelos de feminidad y masculinidad ideales para integrarnos a la sociedad y encontrar pareja. Así, el amor romántico, según Coral Herrera (2017), ha sido una pieza clave en la forma en que se organizan las relaciones entre mujeres y hombres, además de un instrumento de control indiscutible al tener una gran carga machista, individualista y egoísta convirtiéndose en un fundamento para la violencia contra las mujeres.


Las instituciones socializadoras como las familias, escuela, religiones, medios de comunicación, legislación… se han encargado de inculcarnos que el amor de pareja es el vínculo afectivo más importante de todos los otros lazos que podamos tener; añadiendo que hay una socialización diferenciada por género, pues “La mayor parte de los dramas románticos se parecen porque se construyen desde el mismo esquema: ella se entrega por completo y espera que él haga lo mismo. Ella se vuelca en la relación, pero el no. En definitiva, ella abandona su proyecto de vida. Él nunca lo haría”. Coral Herrera (2017).


Así, a las mujeres se nos infunde la idea de que el matrimonio es lo mejor que nos puede suceder y si somos listas “atraparemos” un buen hombre que nos dará protección y felicidad. En contraparte los hombres aprenden que el matrimonio resulta “un mal necesario” y tendrán que “sentar cabeza”, pues al casarse (formalmente) se dedicarán a una sola mujer, a la que deberán mantener y ella en reciprocidad los recibirá con una sopita caliente, la casa limpia y la prole bien educada… lo que involucra claros mandatos de género diferenciados, que se espera sean cumplidos por las mujeres y no tanto por los varones.


Parafraseando a Graciela Ferreira (1995: 179-180), el amor romántico se caracteriza porque la relación con la persona amada implique una serie de creencias exageradas: A) Una entrega total (“Tuya por siempre”). B) Convertir al amado/amada en lo único y fundamental de la vida (las canciones románticas dan cuenta de esto) C) Sostener experiencias muy vehementes de felicidad (la dopamina a todo lo que da) o de sufrimiento. D) Depender de la otra persona, adaptarse a ella, insertándose acríticamente a su proyecto de vida eliminando el propio (esto lo cumplen comúnmente las mujeres). E) Perdonar y justificar todo en nombre del amor y considerar que cualquier sacrificio se justifica.


Algunas otras creencias: F) Consagrarse al bienestar de la otra persona, apoyarle en todo, sin esperar reciprocidad ni gratitud. G) Estar todo el tiempo con la otra persona. H) Pensar que es imposible volver a amar con esa intensidad. I) Sentir que nada vale tanto como esa relación. J) Aterrarse ante la sola idea de que la persona amada se vaya. K) Pensar todo el tiempo en la otra persona, hasta el grado de no poder concentrarse en el estudio, trabajo o en la relación con otras personas. L) Vivir sólo para el momento del encuentro. M) Buscar la más completa comunicación y la unión más íntima y definitiva. N) Hacer y compartir todo junto a la otra persona, coincidir en gustos y expectativas.


En esta larga lista predomina el mito de creer que amor y enamoramiento son equivalentes, cuando la dopamina está funcionando de forma tan adictiva como una droga, y observamos que establece un conjunto de creencias y prejuicios imposibles de cumplir que resultan irracionales y se convierten en el fundamento de una serie de mitos, que traen como consecuencia múltiples violencias contra las mujeres. Los mitos varían de acuerdo con el bloque histórico, los avances tecnológicos y los cambios culturales. Al respecto señalaremos algunos parafraseando a la autora. (Bosch, Esperanza; 2003: 28-30)


Mito de “la media naranja”, o la creencia de que elegimos a la pareja que teníamos predestinada y que ha sido la única elección posible. Proviene de la Grecia clásica y se relaciona con las almas gemelas. Al idealizar a la pareja se puede generar la decepción o la excesiva tolerancia y esforzarse para que todo salga bien. Recordemos a Penélope esperando a Ulises o la bella durmiente que “sólo” esperó 100 años.


Mito del “emparejamiento”, creencia de que la pareja heterosexual es algo natural y universal o que la monogamia amorosa ha estado presente en todas las épocas y culturas.


Mito de los celos. Creencia de que los celos son un signo de amor y/o requisito indispensable de un verdadero amor.


Mito de la omnipotencia. Creer que “el amor lo puede todo” o que “cualquier sacrificio es válido por la pareja”.


Mito de la unidad, creencia de que ambos miembros de la relación han de ser “uno” solo; aunado a considerar que disentir o cuestionar al otro/otra es negativo para su unión.


Mito del libre albedrío, creencia de que nuestros sentimientos amorosos no están influenciados por factores socio-biológicos culturales.


Ahora se busca el amor romántico en las fiestas, bares, redes sociales… es cierto que somos cuerpos humanos con necesidad de amor, pero consideremos que este no es un asunto sólo personal, en realidad se trata de una elaboración humana de gran complejidad, que posee una dimensión social, económica, política y cultural; su construcción se hace a partir de las dogmas, prejuicios y cosmovisiones de cada sistema social, por ello va cambiando con el tiempo y el lugar.


Para erradicar esta confusión de los sentimientos habría que empezar a estar alertas cuando empecemos a ver demasiadas cualidades a una persona, como dice Marcela Lagarde que el amor como distorsionador social permite mirar con mucha tolerancia los defectos masculinos. Cuestionemos esos relatos infantiles que nos permiten ver relaciones amorosas donde no las hay como “La Bella y la bestia” que es la historia de un secuestro, o la sacrificada “Sirenita” que pierde todo a cambio de nada o Romeo y Julieta y otras historias trágicas. Tendríamos que empezar a rechazar los roles de género diferenciados y jerarquizados, trastocar los viejos relatos amorosos, inventar nuevas historias, desechar los cuentos de príncipes azules y princesas virginales como modelos idealizados que han quedado obsoletos, erigir heroínas y héroes de carne y hueso que impliquen edificar una utopía colectiva que elimine la intoxicación romántica que hace sufrir a las mujeres y construyamos nuevos mitos que nos lleven a lograr sociedades más justas donde las mujeres tengan el derecho a una vida libre de violencias.


Referencias:

Bosch Fiol, Esperanza (2008). Del mito del amor romántico a la violencia contra las mujeres. Instituto de la Mujer. Madrid.

De Rougemont, Denis (1976). El amor y occidente. Editorial Kairós, Barcelona.

Ferreira, Graciela B. (1995). Hombres violentos; mujeres maltratadas. Editorial Sudamericana. Buenos Aires. (430 páginas)

Herrera Gómez, Coral (2017). La construcción sociocultural del amor romántico. Editorial Fundamentos. Madrid.



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