“Había una vez…” es la forma como comienzan los cuentos de hadas, donde los príncipes se visten de gala para ir a buscar a sus princesas y con un beso mágico logran sellar un amor y un compromiso que se supone durará por siempre.
Los cuentos de hadas son actuales, tanto niños como adultos creemos en ellos; los cuestionamos y los retamos. Nos dejamos llevar por esas creencias del amor eterno y siempre romántico, por esas fantasías deliciosas de una pareja incondicional.
El amor existe en todos y es para todos. El amor es una experiencia emocional, una vivencia afectiva asociada con muchas otras. A veces buenas. A veces dolorosas.
El sentimiento amoroso tiene su propio proceso: crece y se desarrollar internamente en la medida que el ser lo haga. ¿A qué me refiero?
El amor no es una experiencia emocional estática ni aislada. El amor es una experiencia que cambia todo el tiempo y está en sintonía con el estado emocional de quien lo vive; es un afecto modificable por el tiempo. Eso es lo sano y lo natural.
Cuando un bebé siente amor lo hará de acuerdo a su edad y a su madurez. Así, en cada etapa del desarrollo psicosexual, las personas amamos diferente.
Me refiero a que el amor tiene edad, no se queda inmóvil, crece y se desarrolla al igual que el cuerpo, el alma y la sexualidad.
En la infancia encontramos a los amores infantiles. Aquellos lanzados con los compañeros de juego, hacia alguna maestra guapísima o a maestro protector.
Cuando entramos a la adolescencia y las hormonas aparecen en el cuerpo, el estilo amoroso va a virar hacia una línea que incluye la escena sexual. El amor en esta etapa parece más romántico, más hacia el sexo opuesto y matizado por el deseo de pareja.
Con el paso del tiempo aumentan las alternativas en la forma de amar y quizá aparezca el amor pasional, junto con un deseo de permanencia. Un amor un poco más adulto que el juvenil, en espera de encontrar una media naranja o un medio limón; donde el realismo sea más fuerte que el idealismo.
Ese mismo amor podrá madurar y organizarse a un estilo conyugal, donde las metas y la armonía en la familia nueva puedan dar frutos y llegar a un compromiso de tener un hogar común y quizá retoños, los cuales harán que ese amor se reparta en los hijos, para acompañarlos en su desarrollo.
El amor conyugal es valiosísimo, pero tiene sus enfermedades cotidianas. No se acaba el amor, ¡de ninguna manera! Madura y se transforma.
La tercera y cuarta edad tienen su forma de amar. Es una maravilla que nunca se termine la posibilidad de amar y de tener amor por la pareja, a pesar del tiempo. Todo radica en la definición de éxito.
El sentimiento amoroso va de la mano con la edad de la persona y las posibilidades de re enamorarse. Retomar alguno de los estilos de sentir amor del pasado puede regresar. Pero ¿se imaginan a una persona de cincuenta años amando como cuando tenía veinte? ¿Sería algo incongruente?
Cada cosa en su lugar.
Para finalizar, quiero concluir que el amor tiene muchas edades y por tanto muchos colores. No existe “Del cero” en la escala amorosa, como en la física.
Lo que sí creo vale la pena recordar es que el odio también puede ser parte de la misma escala amorosa: “Hoy te odio…pero poquito”
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