Desde que empezó el 2014 comencé a pensar cómo poder definir el significado del matrimonio en mi vida… una sola palabra. Desde luego pensé en las palabras amor, amistad, cariño, ilusión, esperanza, paciencia, aguante… pero ninguna me gustaba lo suficiente.
También pensé en palabras para definir ciertos períodos por los que pasé, tales como: desamor, desilusión, desesperanza, incertidumbre, hartazgo, cansancio… Pero ninguno de estos sentimientos, estados o emociones era permanente, porque como en toda relación humana, hay “altas y bajas”. ¿Qué palabra podría abarcar los períodos de las altas y las bajas?
Empecé a observar en retrospectiva y me di cuenta de que, para permanecer, no es necesario sentirse permanentemente enamorada; no es necesario estar de acuerdo en las acciones o decisiones de mi pareja; no es necesario tener la razón… ¿qué es entonces?
Finalmente llegó la respuesta, como un rayo de inspiración: ¡la palabra es complicidad! Complicidad en su más elevado concepto.
Nuestra complicidad empezó cuando nos casamos y fuimos padres; rompimos varias reglas sociales para realizar ese sueño. La complicidad siguió cuando pusimos el despacho de abogados, el cual a la fecha nos mantiene ocupados en hacerlo crecer; fuimos solidarios desde un principio.
La complicidad alimentó nuestro amor y mejoramos la comunicación. Al ver que nuestros valores y proyectos eran los mismos, la confianza se fortaleció. Quitamos expectativas de comportamiento. Cada quien empezó a sentirse aceptado. Este proceso lleva años e implica madurez, madurez y ¡madurez!
Sé que, en los años por venir, mientras mantengamos esta complicidad fresca, traviesa, atrevida… nos seguiremos disfrutando día a día con el esfuerzo cotidiano, por supuesto; ¡esto no es magia!
Es importante analizar qué valores y proyectos comparto con mi pareja, y llenos de complicidad, defender la solidaridad necesaria para permanecer unidos pero contentos. No es el qué, ¡es el cómo!
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