En este mes de septiembre, es inevitable que hablemos del sismo que afecto la ciudad de México y poblaciones vecinas el día diecinueve al igual que hace 32 años.
Un fenómeno de la naturaleza es capaz de dejar una devastación de diferente magnitud, siendo que tuvo una duración de poco más de un minuto, sin embargo, sus consecuencias fueron hasta ahora incalculables, en pérdidas de vida, patrimoniales y con consecuencias traumáticas en las esferas; psicológica y emocional-
Todos los que vivimos la experiencia nos hemos visto afectados en mayor o menor grado, hubo quien murió, o quien perdió a sus seres queridos, hay quienes perdieron el patrimonio de toda una vida de trabajo, muchos perdieron posesiones afectivamente significativas irreparables.
Ante la expresión implacable y brutal de la naturaleza, que únicamente sufrió un pequeño acomodo, el estrés del trauma traducido en angustia, dolor, sufrimiento y depresión debemos reconocer que éstas son reacciones absolutamente normales ante la magnitud del acontecimiento.
Cada uno de nosotros ha de reaccionar de diferentes formas; hay quienes como una forma de enfrentar lo sucedido trata de negar y pretender que nada ocurrió, que estando aparentemente bien físicamente, así como sus cercanos implica que no ocurrió nada. No debemos llamarlos insensibles, puesto que éste es un mecanismo de adaptación al legítimo como cualquier otra, habrá quienes por el contrario afanosamente se volcaron a dispensar ayuda a quienes así lo requirieran y yo añadiría afortunadamente fuimos los más.
Hubo quienes tuvieron cambios poco perceptibles, como insomnio, falta de apetito, inestabilidad emocional, ganas de llorar, tristeza inexplicable, risas incongruentes, irritabilidad, aplanamiento afectivo e indiferencia emocional, colitis nerviosa, nuevas las dolencias de origen incierto, dolores musculares, dolores abdominales, dolores de cabeza, dificultades para concentrarse, incapacidad para sentir bienestar.
Hubo quienes tuvieron afectaciones más notorias, sensación de embotamiento, angustia permanente, anticipación catastrófica con imágenes mentales de un nuevo sismo, reacciones de sobresalto ante mínimos estímulos, pesadillas, ataques de pánico, llanto incontenible, depresión y falta de motivación, sensación de devastación, sentimientos de impotencia, mucha necesidad de afecto y cercanía o por el contrario necesidad de estar solo, de aislarse.
Hasta quienes vivieron verdaderas crisis emocionales, como sentimientos de fin del mundo, sentimientos de perder la razón, sentimientos de perder el contacto con la realidad como vivir en un sueño, o una pesadilla, incluso o escuchar sonidos que no existen como campanadas o trompetas o ruidos de derrumbe o voces de alerta, o gritos de ayuda. Deseos de salir corriendo, deseos de gritar, deseos de morirse, incluso de quitarse la vida.
Este estado es sólo algunas reacciones posibles ante una catástrofe como la que se vivió, pero pueden ser muchas otras.
Como una reacción normal ante una posibilidad de catástrofe o daño ya sea corporal o psicológico, en lo personal o a nuestros seres allegados, estamos equipados biológica y psicológicamente para poner en marcha de manera inmediata mecanismos de alerta máxima, en donde gracias a una reacción en donde el cuerpo inyecta principalmente adrenalina a su sistema se prepara para enfrentar el peligro;
agudizando nuestra percepción, haciendo más eficiente nuestro aparato psíquico motriz junto con nuestro cerebro para reaccionar de manera refleja ante el peligro, aumentando nuestro umbral al dolor y muchos otros cambios inmediatos con la finalidad de poder sobrevivir a un peligro inminente.
Esta reacción refleja inmediata es habitualmente de una breve duración, y posteriormente se dará lugar a una reacción igualmente con propósitos de supervivencia, pero más duradera y sostenible en el tiempo, hasta que la causa que originó dicha reacción se contuvo, se solucionó, cuando sentimos fuera de peligro-
En el caso de los sismos en donde hubo un enorme destrucción, no es fácil recuperar una sensación de seguridad, ya que son fenómenos impredecibles siempre de resultados inciertos, generalmente después de un gran sismo existen lo que se llama réplicas que son movimientos de la tierra generalmente de menor intensidad, sin embargo siguen siendo impredecibles y cuando el primero dejó daños sensibles especialmente en las edificaciones no es posible saber de inmediato si fueron afectadas de manera irreversible, por lo que sí no se vinieron abajo, deberán ser derruidas para seguridad de sus habitantes.
Por lo que sentimientos de anticipación catastrófica, es una secuela muy generalizada, que se manifiesta con la sensación de inestabilidad al caminar, como si la tierra continuara moviéndose, o una sensación de mareo, o un temor de inminencia de repetición del suceso, cuando no francos ataques de pánico, temor a la noche, o temor a quedar dormido, temor a quedarse solo.
Una catástrofe de esta magnitud muchas veces sobrepasa nuestra capacidad psicológica y emocional de enfrentar peligros, ya que por esta incertidumbre e impredictibilidad nos vemos vulnerables e impotentes. Por lo que nuestras reacciones normales al peligro se vuelven inoperantes, ya que, si bien el sismo tiene una duración breve de tiempo, ante las imágenes de devastación y la impredictibilidad del suceso, nuestro organismo no puede volver a la normalidad, pues la sensación de peligro no cesa. Por ello una vez que los mecanismos de reaccionar peligro han sido sobrepasados, vendrán diferentes reacciones de intentos que enfrentar, evitar, compensar estas reacciones que nos llevarán a muchos sentimientos y síntomas como los que ya mencioné.
Estas reacciones tendrán una duración de algunos días a semanas lo cual debe considerarse completamente normal, si bien algunos requieren de mucho apoyo emocional en donde los vínculos humanos adquieren enorme significancia.
Así el apoyo emocional que podemos otorgar o que podemos encontrar en nuestra pareja, nuestros familiares, en nuestros allegados, amigos, vecinos, conocidos o incluso desconocidos será de enorme ayuda para poder recuperar la normalidad.
Desde una mirada, una sonrisa, un abrazo, sin ninguna preparación en el campo psicológico solamente afecto fraterno puede hacer la diferencia entre que podamos recuperarnos o no de los efectos devastadores de una catástrofe de esta magnitud.
Quienes tenemos algún grado de preparación psicológica sabemos que, en ocasiones, esto no es tan importante sino la disposición al acompañamiento, la disposición a poder escuchar sin críticas ni juicios ni exigencias de ningún tipo.
Actitudes de afecto y palabras de aliento se vuelven verdaderas perlas invaluables para que en algún momento podamos recuperar nuestra vida normal.
México está de pie.
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